El 11 de septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas de Chile, en complicidad con el poder económico, sectores políticos reaccionarios y el gobierno de Estados Unidos, llevaron a cabo un golpe de Estado que puso fin a la presidencia de Salvador Allende y al gobierno de la Unidad Popular que había implementado una de las primeras democracias sociales en América Latina.

Mientras aviones de combate bombardeaban el Palacio de La Moneda en Santiago, y efectivos militares rodeaban oficinas gubernamentales, Allende lanzó el que sería su testamento político por Radio Magallanes, una de las últimas radiodifusoras leales al gobierno. En su discurso, el presidente llamó a los ciudadanos a condenar el Golpe y los intereses que había detrás de éste. Con dignidad y valentía, Allende se negó a renunciar a la presidencia como lo exigían los militares.

Al irrumpir los golpistas en el Palacio de La Moneda difundieron la noticia de que Allende se había suicidado. En ese preciso momento, la Junta Militar estableció en Chile un régimen de terror que duró hasta 1990, en el que la persecución política, los campos de concentración, los centros de tortura clandestinos, los asesinatos políticos, y todo tipo de violaciones a los derechos humanos, fueron la norma.

El gobierno de Allende había cosechado simpatía entre diversas naciones que, como México, consideraron que el derecho le asistía. La legación mexicana abrió sus puertas para proteger a cientos de chilenos y a sus familias víctimas de persecución. La tradición diplomática mexicana, además de condenar el Golpe y la dictadura impuesta en Chile, acogió a todos esos perseguidos urgidos de protección. México brindó facilidades de traslado, hospedaje, trabajo y educación a los exiliados chilenos para rehacer sus vidas en este país.

A 50 años de estos hechos, el Archivo General de la Nación abre este micrositio para conmemorar esa tragedia.