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América Latina-Estados Unidos y la Guerra Fría
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América Latina-Estados Unidos y la Guerra Fría: agotamiento del mundo bipolar

Los últimos años de la década de 1960 marcaron el final del sistema mundial establecido después de la Segunda Guerra Mundial. Las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, mostraban síntomas de agotamiento. La descolonización de África y la creación del llamado Tercer Mundo o de los No Alineados supuso un ajuste al mundo bipolar. En América Latina, que había estado sujeta a la égida estadunidense, surgieron movimientos de liberación nacional, gobiernos progresistas y hasta revolucionarios que pusieron en jaque la hegemonía de Washington en la región.

El triunfo de la Revolución cubana marcó un cambio de rumbo de la política estadunidense hacia América Latina, y viceversa. Países como Guatemala, Brasil, Uruguay, Chile y Argentina, inspirados en los triunfos sociales de la nación caribeña, experimentaron proyectos sociales que beneficiaran a sus ciudadanos. Los cambios no fueron rápidos, aunque sí por la vía democrática. Dictaduras militares instauradas en las décadas de 1940 y 1950, o estados autoritarios, dieron paso a gobiernos progresistas, como ocurrió en Chile en 1970, cuando la Unidad Popular, una coalición de partidos de izquierda, centro e incluso algunos de derecha, triunfaron en las elecciones generales y llevaron a Salvador Allende a la presidencia.

El poder económico y los grupos más conservadores del país andino reaccionaron e intentaron orquestar un fallido golpe de Estado que impidiera el ascenso de un gobierno progresista que pusiera en riesgo sus intereses. Sin embargo, éste no fue el único intento en reconquistar el poder por medio de la violencia. Boicots económicos, paralización de la industria, mala prensa, entre otras acciones, fueron la pauta, aunque sin éxito. El gobierno de Allende continuó con sus reformas sociales e incluso algunas de ellas fueron aprovechadas por el gobierno mexicano, encabezado entonces por Luis Echeverría Álvarez, para renovar un agotado discurso revolucionario que desde los acontecimientos del 2 de octubre de 1968 y 10 de junio de 1971 no tenía eco social. Así, para las autoridades mexicanas, encontrar un referente en Chile supuso una oportunidad para mantener el poder.