Un genio en trazos

Prescindamos por un momento del discurso político y revisemos dos definiciones de la palabra “exilio”. La poetisa Cristina Peri Rossi habla de una suma de pequeñas tragedias. Álvaro Mutis hace resonar una “voz huérfana… que se levanta como hierba furiosa…” El trance de los desterrados permite casi cualquier abordaje que no sea político, es decir, solemne. Y lo permite justamente para ponderar ese trance, para asimilarlo, para aceptarlo, para sobrellevarlo e incluso para conjurarlo.

El exilio es, pues, un vano castigo. Y en este juego de miradas sobre el exilio ¿cabe la literatura? ¿La música, el teatro, la labor artística en general? La respuesta es sí; del exilio español al sudamericano se multiplican las expresiones creativas que dan cuenta de esa catástrofe social llamada destierro. Ahora bien, ¿también cabe el humor? ¿El humor gráfico, para ser más precisos? La respuesta es asimismo afirmativa y además tiene nombre y apellido: José Palomo.

Y su actividad no paró. Al contrario: cada vez fue más frenética. Así, diarios y revistas de América Latina y Europa han tenido la oportunidad de publicar sus sátiras entintadas. Ese andar quijotesco de redacción en redacción lo ha convertido en una referencia ineludible para entender, a través del humor, los múltiples sucesos que el mundo ha padecido por obra y desgracia de quienes abusan del poder político y económico.

Porque, hay que decirlo, ésa es la preocupación central de Palomo, ése es su asunto de fondo: el poder. Por ello no suele personalizar sus dibujos. Sus trazos relatan situaciones en las que el poder, como concepto y ejercicio, campea y horroriza a la población, pero a esas situaciones les coloca, con genio y destreza, un filtro de finísimo humor.

—Víctor Manuel Torres,

verano de 2023.

Y su actividad no paró. Al contrario: cada vez fue más frenética. Así, diarios y revistas de América Latina y Europa han tenido la oportunidad de publicar sus sátiras entintadas. Ese andar quijotesco de redacción en redacción lo ha convertido en una referencia ineludible para entender, a través del humor, los múltiples sucesos que el mundo ha padecido por obra y desgracia de quienes abusan del poder político y económico.

Porque, hay que decirlo, ésa es la preocupación central de Palomo, ése es su asunto de fondo: el poder. Por ello no suele personalizar sus dibujos. Sus trazos relatan situaciones en las que el poder, como concepto y ejercicio, campea y horroriza a la población, pero a esas situaciones les coloca, con genio y destreza, un filtro de finísimo humor.

—Víctor Manuel Torres,

verano de 2023.

Selección de notas a partir de una entrevista con el autor.

Junio de 2023, Villa Olímpica, CDMX

Confrontado con la pregunta sobre a cuál de los diversos dictadores y autócratas del siglo xx en nuestro continente hace referencia la más conocida de sus series, Pepe Palomo contesta que El Cuarto Reich es todos y ninguno. Sin embargo, añade, poco importa el flamígero pincel acusatorio que delinearía un rostro reconocible. De sobra son conocidos, no hace falta nombrarlos. Es en la brutalidad y reciente pasado de cada nación que esta tira los vuelve inconfundibles. El Cuarto Reich se indigna con la tragedia, lamentable historia que sabemos cómo termina, y reconforta con su sátira, aquel tropo que desde el retrato de un contexto da lugar a una elección (reír o llorar), pero no al equívoco (la opresión, los crímenes y la injusticia están nítidamente claros).

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El universo de instantáneas de la cotidianeidad que nos ofrece Palomo es postal de la América Latina toda. Parecería que se obceca con el recuento de esbirros, pretores y la llegada del autócrata, pero en realidad es gerundio para la democracia, sus creyentes y sus fallas.

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José Palomo tenía 12 años cuando entendió que sería caricaturista. Humanidades, como se llamaba a la Escuela Experimental Artística que en Chile canalizaba a los niños “con talento” (noción que sintetiza la sensibilidad plástica con la indisciplina). Esa escuela pidió a Pepe su primera carpeta de trabajo. En vacaciones trabajaba con el hacedor de carteles don Carlos Zúñiga (Colibrí) por una propina. De modo que la profesión no fue decidida como ritual de paso hacia la madurez o edad adulta; la vocación se asumió a la primera y no hubo ocasión o necesidad de preguntarse nada al respecto.

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Superando la ironía y el humor como respuesta a la indefensión, hay un enunciado liminal que El Cuarto Reich deja en cada viñeta. Es un diálogo imposible, la búsqueda de una conversación donde el otro, el agresor, ventilaría cómo hace para declararse creyente en la armonía social, el progreso material y otras instanciaciones de amor al prójimo, al mismo tiempo que la inescapable conciencia y su educación espiritual lo advierten de la eternidad en el más allá.

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Una de las operaciones retóricas comunes en el trabajo de Palomo es la oferta de un espacio abierto donde confluyen el autor y un mensaje en espera de ser leído. El espectador decide o no darse por enterado de una llamada ética que anuncia que algo debe hacerse.

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La ambigüedad interpretativa para identificar al dictador, protagonista de nuestra tira, sirve al mismo efecto abarcador que su homólogo, treinta o cuarenta años después; ese defensor del mercado podría ser cualquiera de los tecnócratas que han gobernado América Latina en el paso del siglo xx al xxi.

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Sus colegas Joaquín Salvador Lavado Quino, Sergio Aragonés, Roberto Fontanarrosa y Eduardo del Río Rius son referencia ineludible para la historia de la caricatura en Latinoamérica y para la educación política de muchos niños, a partir de la década de los setenta en todos esos países. Particularmente en México, sus trabajaos aparecieron en: Proceso, fem, MAD y unomásuno. En aquella época Carlos Payán y Vicente Rojo lo animaron a seguir publicando El Cuarto Reich.

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Palomo advierte que el lector es cómplice de aquello que se dice con el cartón. Somos partícipes de la potencia con la que denuncia una caricatura. La búsqueda última es lo que él llama un "dibujo inobjetable"; allí cuando la verdad revelada por las premisas de la tira cómica aduce a una realidad que se calla o se censura, pero que está clara. Por ello, la arquitectura espontánea y autodidacta, la miseria como locación, suele ser el escenario de sus trazos de antropología, de su catilinaria.

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A no hacernos de ojos ciegos, a no olvidar que así es nuestra circunstancia. A eso nos obliga Pepe Palomo reclamando, transustanciado con el quiliasta de su Cuarto Reich y pancarta en mano vocifera, segundos antes de ser molido a golpes por la policía. Del rastro que deje, de ese asterisco de tinta y marginal existencia recogerán unos niños simbólica estrella para coronar un árbol de Navidad. Así deberíamos hacer nuestro el llamado de Palomo sobre la inercia reaccionaria, el pasmo pequeñoburgués y esos otros vicios que creemos inescapables.

Probablemente los más reconocidos, pero también los caricaturistas más propositivos de su época, reunidos en Madrid para las celebraciones del V Centenario: Ziraldo, Quino, Palomo, Mordillo y Aragonés discurrieron sobre el ser latinoamericano y el humor como armas de acción frente a una historia compartida de colonización y dictadura.

Ya antes, en 1982, habían protagonizado alojados por el Museo de Arte Carrillo Gil un encuentro de gráfica joven en el que exploraban las opciones técnicas y políticas del medio. En aquel invierno se reunieron: Aragonés, Dzib, Rius, Fontanarrosa, Naranjo, Palomo y Quino.

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La cotidianeidad para los ciudadanos de un contexto dado está cargada de argumentos sobre el poder, sus innegables vicios y posibles virtudes. Todos esos referentes, visuales unos, discursivos otros, hallan su verificativo en el dibujo que alude a ambos. Estas caricaturas, ese humor que toma la forma de una tira cómica, necesita de un lector que las dote de sentido. Palomo ha puesto ahí esas palabras para un espectador que no será solamente audiencia que ríe. El artista busca a quien decida convertirse en agente, reactivo miembro del público que opere desde la minoría y resista a quienes se imponen. La sola existencia de la caricatura supone la develación de dos circunstancias específicas. Por un lado, es espejo para una opinión pública dividida y una premisa democrática en riesgo. Por el otro, captura como una lente retórica los muros que acotan la libre expresión y el ejercicio de la ciudadanía. Siendo humor, la imagen resultante dice sin explicitar, acusa sin nombrar. Ése es el llamado de Palomo para (evitar) un Cuarto Reich.

Un gobierno es una relación de poder definida, no constituye una forma de acción directa o inmediata. Su ejercicio está, y aparece, en los efectos. Es, al fin y al cabo, una forma de violencia. El hecho de que unos manden y constriñan a otros en un orden de cosas dado. La violencia puede ser lo mismo ejercida sobre un cuerpo que sobre las cosas, ya sea que tergiverse, doblegue, destruya o cierre las puertas a todas las posibilidades. El polo opuesto es reducido a la pasividad, a la mínima de las resistencias. La de Palomo y nosotros leyendo El Cuarto Reich parecería esa verdad foucauldiana. Para que una relación de poder se advierta, los antagonistas son necesarios; el dominador no es tal sin el oprimido, hacen falta una víctima y un verdugo. Pero nuestra publicación ha operado el insospechado juicio, a 50 años y aparecido en los medios esas mismas cinco décadas, éste es el juicio de la historia y no solamente el memorial de un humorista gráfico.

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