Virreinato, cuatro momentos
Virreinato, cuatro momentos
Como parte de las reformas borbónicas, que se alejaban del predominio religioso y se acercaban a las ideas de la Ilustración, en 1754 en la Nueva España hubo un primer intento por crear un espacio para la enseñanza del arte. La iniciativa fue del gran pintor barroco Miguel Cabrera: la idea era que la presidiera su colega el maestro José de Ibarra en tanto “artífice decano en el nobilísimo y liberal arte de la pintura”. Entre los profesores considerados destacan los nombres de José de Alcíbar y Juan Patricio Morlete.
La intención derivó en un acta constitutiva de la “Sociedad o Academia” celebrada ante escribano público. Lo más importante era conseguir el apoyo del rey para su financiamiento, pero el intento no prosperó y no queda registro de que el proyecto hubiera llegado a manos de la corte de Fernando VI, que dos años antes había creado la Real Academia de San Fernando en Madrid. Casi un cuarto de siglo después, ya bajo el reinado de Carlos III, se consolidó la idea de una academia novohispana.
En la Academia de San Fernando de Madrid se conserva un documento fechado en 1775 en el que se da cuenta del propósito de Diego Angulo Íñiguez de implantar en la Nueva España una Academia de Bellas Artes; el encargado sería el grabador Tomás Prieto.
El grabador Jerónimo Antonio Gil fue el idealista que pensó en la creación de un centro de enseñanza. El rey Carlos III lo había nombrado, el 15 de marzo de 1778, grabador mayor propietario de la Real Casa de Moneda con el objetivo de que se ocupara de perfeccionar las emisiones que se encontraban en franco descuido; él sería el artífice del mejoramiento de los diseños de la acuñación. Su pequeña Escuela de Grabado, que instaló ahí mismo en la Casa de Moneda devino en Escuela Provisional de Bellas Artes, misma que fue gobernada por una junta preparatoria en lo que se lograba el favor real.
Jerónimo Antonio Gil llegó al Nuevo Mundo en el navío de Nuestra Señora del Rosario y San Francisco al puerto de Veracruz. Entre su voluminoso equipaje de 24 cajas se encontraban toda suerte de materiales de enseñanza: libros, impresos, relieves en yeso, medallas, herramientas y materiales para dibujo y grabado, e incluso una cámara oscura. Además, traía consigo una copia de los Estatutos de la Academia de San Fernando de Madrid, es decir, que ya tenía en mente la encomienda de establecer una escuela de grabado en la Nueva España, misma que inauguró ¡a tres días de su llegada! a la Ciudad de México. Fue necesario hacer algunas reformas a la construcción con el fin de acomodar a los aprendices de dibujo que pronto fueron demasiados. Entre los primeros siete alumnos se encontraban los hijos de Jerónimo Gil, Gabriel y Bernardo; los otros fueron Tomás Suria, José Esteve, Lorenzo Benavides, Ignacio Bacerot y José Leonel Cervantes. Debido a la creciente demanda el lugar empezaba a quedar estrecho, motivo por el cual se debió encontrar un nuevo sitio para fundar una institución más ambiciosa, una Academia de Bellas Artes.
La Casa de Moneda (hoy Museo Nacional de las Culturas) fue la sede de la primera escuela de arte del continente americano y no sólo eso, sino que la exhibición de sus colecciones desde su creación a finales del siglo xvii también la convierte en el primer museo de arte en Latinoamérica.
Gil y el superintendente de la Casa de Moneda, Fernando José Mangino, propusieron el proyecto al virrey Martín de Mayorga, el 12 se septiembre de 1781, quien gustó tanto de la idea que se declaró protector “nato” de la nueva institución y la presentó ante el rey de España el 4 de abril de 1782. Lo ideal era que la planta docente se formara con maestros de San Fernando de Madrid, a quienes se les pediría que trajeran consigo una colección de vaciados de estatuas griegas y romanas, de cabezas, pies y manos, así como libros y estampas de corte clásico. Mientras éstos llegaban fueron los pintores barrocos afamados del virreinato los primeros que trabajaron hasta 1786; con estos artistas comenzó a funcionar la futura escuela y son ellos los verdaderos fundadores.
Mientras tanto, los recursos iniciales provinieron de varias instancias como los tribunales de Minería, la misma ciudad y algunos particulares amantes del arte. Resulta interesante cómo a pesar de que se había pedido apoyo a la Iglesia ésta no participó debido al profundo recelo y desconfianza de una institución que nacía inspirada en la Ilustración, misma que negaba en variados sentidos el dogma católico.
Su enorme y vasta colección bibliográfica se inició desde la sede de la Casa de Moneda en 1781, y hoy su patrimonio se calcula en más de 18,500 títulos especializados en todas las disciplinas artísticas y el diseño.
José de Alcíbar y Francisco Clapera, para corrección de la Sala del Natural; Rafael Gutiérrez y Andrés López, para la Sala de Figuras; Juan Sáenz, Mariano Vázquez, Manuel Serna y Manuel García, para la Sala de Principios; y el escultor Santiago Sandoval y los arquitectos Miguel Constanzó y Damián Ortiz de Castro para Escultura y Arquitectura, respectivamente.
El 25 de diciembre de 1783, Carlos III expidió su real provisión en donde se lee: “Quiere S. M. que desde luego tenga efecto, y así queda erigida, establecida y aprobada en Real Academia de las Artes con el título de San Carlos de la Nueva España”. Intencionalmente se hizo coincidir el inicio de clases con la fiesta de san Carlos Borromeo, el 4 de noviembre de 1785, patrón de la institución y por asociación con el mismo rey. Sin embargo, la Casa de Moneda resultaba ya muy estrecha y por ello se arrendó el viejo edificio del Hospital del Amor de Dios, cuyo contrato data del 18 de julio de 1791. Los profesores peninsulares fueron llegando con innovadoras ideas que dejaron atrás el arte barroco para impulsar el estilo neoclásico en la nueva academia. Entre ellos destaca Manuel Tolsá, quien se convertiría en el arquitecto más importante del virreinato y el encargado de cuidar el envío de obras clásicas para la colección de la Academia.
La instrucción del arte sería gratuita, se brindarían 16 pensiones, cuatro de ellas a “indios puros”, y se becaría a los jóvenes de escasos recursos. Además de los directores, la autoridad máxima era la Junta de Gobierno, administrada por un consejo de allegados al poder peninsular. Los grandes maestros españoles, naturalmente, fueron envejeciendo y falleciendo sin un relevo generacional que los pudiera sustituir: Jerónimo Antonio Gil fue director hasta su muerte en 1798, Fabregat murió en 1807, Vázquez en 1810, y Tolsá en 1816. Solamente Ximeno sobrevivió hasta 1825, siendo su segundo director; falleció en medio de la penuria, tan precaria era su situación económica que se había instalado con su familia en la Academia. Durante este primer periodo se afianzó el estilo neoclásico, que evoca el arte grecorromano, por ello se incluyeron los estudios de anatomía, perspectiva y geometría, y se estudiaron los tratados de Vitrubio, a Durero y a Palomino. Se consideró al dibujo como la base de todo arte; se copiaban los modelos y posteriormente se trabajaba con sujetos vivos. En cuanto a la arquitectura, los nuevos edificios no deberían tener imágenes religiosas superpuestas y los retablos de madera dorados propios del barroco fueron remplazados por versiones neoclásicas en madera o piedra.
Se remonta al siglo xv. Fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo de la Nueva España, lo fundó en 1540 para los enfermos de sífilis; después de casi dos siglos y medio su decadencia era evidente y cerró. Por la escasez de fondos para la construcción de un edificio ex profeso, se arrendó el lugar que devendría en la sede de la Real Academia de las Artes de San Carlos.
José Joaquín Fabregat, Ginés Andrés de Aguirre, primer director de Pintura; Cosme de Acuña, Manuel José Arias, director de Escultura, quien perdió la razón, y José Antonio González Vázquez, director de Arquitectura.
Como parte de las reformas borbónicas, que se alejaban del predominio religioso y se acercaban a las ideas de la Ilustración, en 1754 en la Nueva España hubo un primer intento por crear un espacio para la enseñanza del arte. La iniciativa fue del gran pintor barroco Miguel Cabrera: la idea era que la presidiera su colega el maestro José de Ibarra en tanto “artífice decano en el nobilísimo y liberal arte de la pintura”. Entre los profesores considerados destacan los nombres de José de Alcíbar y Juan Patricio Morlete.
La intención derivó en un acta constitutiva de la “Sociedad o Academia” celebrada ante escribano público. Lo más importante era conseguir el apoyo del rey para su financiamiento, pero el intento no prosperó y no queda registro de que el proyecto hubiera llegado a manos de la corte de Fernando VI, que dos años antes había creado la Real Academia de San Fernando en Madrid. Casi un cuarto de siglo después, ya bajo el reinado de Carlos III, se consolidó la idea de una academia novohispana.
En la Academia de San Fernando de Madrid se conserva un documento fechado en 1775 en el que se da cuenta del propósito de Diego Angulo Íñiguez de implantar en la Nueva España una Academia de Bellas Artes; el encargado sería el grabador Tomás Prieto.
El grabador Jerónimo Antonio Gil fue el idealista que pensó en la creación de un centro de enseñanza. El rey Carlos III lo había nombrado, el 15 de marzo de 1778, grabador mayor propietario de la Real Casa de Moneda con el objetivo de que se ocupara de perfeccionar las emisiones que se encontraban en franco descuido; él sería el artífice del mejoramiento de los diseños de la acuñación. Su pequeña Escuela de Grabado, que instaló ahí mismo en la Casa de Moneda devino en Escuela Provisional de Bellas Artes, misma que fue gobernada por una junta preparatoria en lo que se lograba el favor real.
Jerónimo Antonio Gil llegó al Nuevo Mundo en el navío de Nuestra Señora del Rosario y San Francisco al puerto de Veracruz. Entre su voluminoso equipaje de 24 cajas se encontraban toda suerte de materiales de enseñanza: libros, impresos, relieves en yeso, medallas, herramientas y materiales para dibujo y grabado, e incluso una cámara oscura. Además, traía consigo una copia de los Estatutos de la Academia de San Fernando de Madrid, es decir, que ya tenía en mente la encomienda de establecer una escuela de grabado en la Nueva España, misma que inauguró ¡a tres días de su llegada! a la Ciudad de México. Fue necesario hacer algunas reformas a la construcción con el fin de acomodar a los aprendices de dibujo que pronto fueron demasiados. Entre los primeros siete alumnos se encontraban los hijos de Jerónimo Gil, Gabriel y Bernardo; los otros fueron Tomás Suria, José Esteve, Lorenzo Benavides, Ignacio Bacerot y José Leonel Cervantes. Debido a la creciente demanda el lugar empezaba a quedar estrecho, motivo por el cual se debió encontrar un nuevo sitio para fundar una institución más ambiciosa, una Academia de Bellas Artes.
La Casa de Moneda (hoy Museo Nacional de las Culturas) fue la sede de la primera escuela de arte del continente americano y no sólo eso, sino que la exhibición de sus colecciones desde su creación a finales del siglo xvii también la convierte en el primer museo de arte en Latinoamérica.
Gil y el superintendente de la Casa de Moneda, Fernando José Mangino, propusieron el proyecto al virrey Martín de Mayorga, el 12 se septiembre de 1781, quien gustó tanto de la idea que se declaró protector “nato” de la nueva institución y la presentó ante el rey de España el 4 de abril de 1782. Lo ideal era que la planta docente se formara con maestros de San Fernando de Madrid, a quienes se les pediría que trajeran consigo una colección de vaciados de estatuas griegas y romanas, de cabezas, pies y manos, así como libros y estampas de corte clásico. Mientras éstos llegaban fueron los pintores barrocos afamados del virreinato los primeros que trabajaron hasta 1786; con estos artistas comenzó a funcionar la futura escuela y son ellos los verdaderos fundadores.
Mientras tanto, los recursos iniciales provinieron de varias instancias como los tribunales de Minería, la misma ciudad y algunos particulares amantes del arte. Resulta interesante cómo a pesar de que se había pedido apoyo a la Iglesia ésta no participó debido al profundo recelo y desconfianza de una institución que nacía inspirada en la Ilustración, misma que negaba en variados sentidos el dogma católico.
Su enorme y vasta colección bibliográfica se inició desde la sede de la Casa de Moneda en 1781, y hoy su patrimonio se calcula en más de 18,500 títulos especializados en todas las disciplinas artísticas y el diseño.
José de Alcíbar y Francisco Clapera, para corrección de la Sala del Natural; Rafael Gutiérrez y Andrés López, para la Sala de Figuras; Juan Sáenz, Mariano Vázquez, Manuel Serna y Manuel García, para la Sala de Principios; y el escultor Santiago Sandoval y los arquitectos Miguel Constanzó y Damián Ortiz de Castro para Escultura y Arquitectura, respectivamente.
El 25 de diciembre de 1783, Carlos III expidió su real provisión en donde se lee: “Quiere S. M. que desde luego tenga efecto, y así queda erigida, establecida y aprobada en Real Academia de las Artes con el título de San Carlos de la Nueva España”. Intencionalmente se hizo coincidir el inicio de clases con la fiesta de san Carlos Borromeo, el 4 de noviembre de 1785, patrón de la institución y por asociación con el mismo rey. Sin embargo, la Casa de Moneda resultaba ya muy estrecha y por ello se arrendó el viejo edificio del Hospital del Amor de Dios, cuyo contrato data del 18 de julio de 1791. Los profesores peninsulares fueron llegando con innovadoras ideas que dejaron atrás el arte barroco para impulsar el estilo neoclásico en la nueva academia. Entre ellos destaca Manuel Tolsá, quien se convertiría en el arquitecto más importante del virreinato y el encargado de cuidar el envío de obras clásicas para la colección de la Academia.
La instrucción del arte sería gratuita, se brindarían 16 pensiones, cuatro de ellas a “indios puros”, y se becaría a los jóvenes de escasos recursos. Además de los directores, la autoridad máxima era la Junta de Gobierno, administrada por un consejo de allegados al poder peninsular. Los grandes maestros españoles, naturalmente, fueron envejeciendo y falleciendo sin un relevo generacional que los pudiera sustituir: Jerónimo Antonio Gil fue director hasta su muerte en 1798, Fabregat murió en 1807, Vázquez en 1810, y Tolsá en 1816. Solamente Ximeno sobrevivió hasta 1825, siendo su segundo director; falleció en medio de la penuria, tan precaria era su situación económica que se había instalado con su familia en la Academia. Durante este primer periodo se afianzó el estilo neoclásico, que evoca el arte grecorromano, por ello se incluyeron los estudios de anatomía, perspectiva y geometría, y se estudiaron los tratados de Vitrubio, a Durero y a Palomino. Se consideró al dibujo como la base de todo arte; se copiaban los modelos y posteriormente se trabajaba con sujetos vivos. En cuanto a la arquitectura, los nuevos edificios no deberían tener imágenes religiosas superpuestas y los retablos de madera dorados propios del barroco fueron remplazados por versiones neoclásicas en madera o piedra.
Se remonta al siglo xv. Fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo de la Nueva España, lo fundó en 1540 para los enfermos de sífilis; después de casi dos siglos y medio su decadencia era evidente y cerró. Por la escasez de fondos para la construcción de un edificio ex profeso, se arrendó el lugar que devendría en la sede de la Real Academia de las Artes de San Carlos.
José Joaquín Fabregat, Ginés Andrés de Aguirre, primer director de Pintura; Cosme de Acuña, Manuel José Arias, director de Escultura, quien perdió la razón, y José Antonio González Vázquez, director de Arquitectura.