Sala 2 · Tema 6
Durante el reinado de Carlos III se implementó un programa de control político y económico en todos los dominios hispanos; la fundación de academias y colegios eran parte de ese plan pues suponía una mayor vigilancia y regulación sobre lo que se producía, comercializaba y enseñaba. Dentro de ese plan de modernización se fundó la Academia de Bellas Artes de la Nueva España, homóloga de la de San Fernando de Madrid, bautizada en honor al rey y por el patronazgo de san Carlos Borromeo.
Es posible notar diferencias en las marcas de fuego de un mismo acervo bibliográfico debido al desgaste que sufría el hierro metálico con el uso, ya que la labor de marcar una biblioteca no se hacía en una sola jornada.
El 25 de diciembre de 1783 el rey Carlos III emitió una orden para la fundación de la Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos de México, dedicada inicialmente a la enseñanza de la pintura, escultura y arquitectura, y pocos años más tarde incorporó el grabado. Jerónimo Antonio Gil fue el artista y grabador encargado de esa fundación en el antiguo Hospital del Amor de Dios. Las clases iniciaron en 1785 tras el arribo de maestros para cada una de las artes; Ginés de Anda y Aguirre fue el docente de pintura; José Arias el de escultura, Antonio González Velázquez el de arquitectura y José Joaquín Fabergat el de grabado.
Entre las medidas emprendidas por Carlos III para modernizar las artes y oficios del reino estaba recuperar y extender el mercado de libros a las colonias de ultramar, y para ello ordenó a Jerónimo Antonio Gil fundir los punzones para la Imprenta Real de Madrid y pensionar a estudiantes para que se fueran a capacitar a la Academia de Artes de París. Así, las imprentas contarían con tipografías variadas, modernas, y dibujantes competentes que garantizarían la mejor calidad gráfica de los libros españoles. Los tipos móviles elaborados durante el siglo xviii en Madrid llegaron a México y Puebla y tuvieron una notable impronta en la estética editorial del virreinato.
Entre las medidas emprendidas por Carlos III para modernizar las artes y oficios del reino estaba recuperar y extender el mercado de libros a las colonias de ultramar, y para ello ordenó a Jerónimo Antonio Gil fundir los punzones para la Imprenta Real de Madrid y pensionar a estudiantes para que se fueran a capacitar a la Academia de Artes de París. Así, las imprentas contarían con tipografías variadas, modernas, y dibujantes competentes que garantizarían la mejor calidad gráfica de los escritos españoles. Los tipos móviles elaborados durante el siglo xviii en Madrid llegaron a México y Puebla y tuvieron una notable impronta en la estética editorial del virreinato.
El grabado en la Academia
La idea de fundar una academia de artes se justificaba con la formación de artistas y artesanos calificados que reformarían el gusto local con la implantación del estilo neoclásico. Ello significó la transformación de los métodos de enseñanza del arte en talleres, dejando de lado el sistema gremial y el aprendizaje que se heredaba de forma familiar, generacionalmente, a cambio de la instrucción en aulas por un profesor capacitado en la materia. Se trabajó en perfeccionar el dibujo, la perspectiva y el naturalismo, y se partió para su valoración y cultivo del gusto de reproducciones de grandes maestros europeos como Pedro Pablo Rubens. Lo anterior repercutió favorablemente en el gremio de los grabadores, pues pasó de tomarse como un oficio que estaba subordinado a otras artes, a profesionalizarse la labor y considerarse como un quehacer intelectual y no manual.
Fachada San Carlos. Sergio Carlos Rey, 2020.
Jerónimo Antonio Gil
Jerónimo Antonio Gil llegó a Nueva España en 1778 con la comisión de establecer una escuela de dibujo para el adiestramiento de los oficiales de la Real Casa de Moneda de México, y realizar las labores del Grabador mayor. Entre sus bienes trajo 24 cajas con libros, esculturas de yesos, estampas impresas y los Estatutos de la Academia de San Fernando, que servirían para la enseñanza inicial en la Academia de San Carlos. Su perspectiva educativa incluía las novedades estilísticas que se desarrollaban en España en esa época, centrada en el estudio y uso de los modelos de la Antigüedad clásica para las artes, ideas que se trasladaron a los libros impresos mexicanos, los elementos decorativos en portadas y grabados, en línea con los gustos del neoclasicismo.
Retrato de Don Jerónimo Antonio Gil, Tomás Suria, estampa, Museo Nacional de Arte.
Durante todo el periodo novohispano la casi totalidad del material tipográfico se importaba de la Península Ibérica. Entre los siglos xvi y mediados del xviii, y ante la escasez de punzonistas en España, la Corona compraba a otros centros productores materiales tipográficos. Fue hasta que Carlos III dio un impulso a las artes gráficas que hubo un auge en la tipografía española, en particular a cargo de Eudald Pradell, Jerónimo Antonio Gil y Antonio Espinosa de los Monteros. Gil incursionó en las diversas variantes del trabajo del metal, ya que realizó matrices para el acuño de monedas, punzones tipográficos y, en menor cantidad, imágenes grabadas en lámina. Este ejemplo fue realizado por Gil en 1782, en respuesta a un encargo de la Congregación de San Felipe Neri de San Miguel de Allende, y representa al santo fundador de la congregación.
La venerable congregación del Oratorio de M.P.S. Felipe Neri de la Villa de S. Miguel el Grande, obispo de Michoacán, expone los justos motivos con que ha resistido ser visitada en quanto tal, y en quanto casa de estudios, Manuel Quixano, 1782, Imprenta de Felipe Zúñiga y Ontiveros, Colección particular.
Entre las nuevas técnicas gráficas introducidas a México durante los primeros años del siglo xix figura la litografía, que significa “grabar sobre piedra”. Su inclusión a los sistemas de producción del mundo del libro ya existentes transformó la producción editorial al hacer el proceso más rápido y económico. Asimismo, tuvo gran impacto en la circulación de las imágenes por la posibilidad de imprimir copias de obras de arte europeas y usar varios colores en una misma ilustración; también los papeles que se usaron para publicar en esta técnica se transformaron tanto en grosor como en calidad.
Esta sala tuvo como reto la compleja tarea de exponer diversas dinámicas en torno al libro y la cultura escrita después de la llegada de los españoles a suelo americano y el contacto con las tradiciones prehispánicas hasta los albores del siglo xix, no sólo en la capital virreinal sino también en otras regiones del vasto territorio que comprendió la Nueva España. Ese contacto entre procesos escriturarios y de lectura diferentes implicó abordar diversos enfoques y líneas de investigación de la bibliología, donde se pueden estudiar desde los aspectos materiales de los libros hasta los de lectura y posesión de documentos. El desafío de esta sala fue mostrar la importancia del libro como un marcador cultural presente en diversos espacios de la sociedad virreinal. En el ámbito religioso, el educativo laico y en la vida privada de las familias, donde hombres y mujeres tenían una interacción particular con esta clase de objetos, se dieron una serie de dinámicas que permiten entender la importancia del texto en la sociedad mexicana. Al ser la bibliología el eje rector de la exposición, expusimos el proceso de factura de los libros desde los talleres tipográficos, sus imágenes, ornamentos y los oficiales que trabajan en su elaboración; también pudimos comentar aspectos de los propietarios de estas obras, cómo marcaban y señalaban sus lecturas, y una serie de transformaciones en el arte de la impresión que se dieron con la fundación de la Academia de San Carlos. Esperamos haber expuesto la riqueza material y cultural del libro impreso y manuscrito, la belleza de su encuadernación y la sabiduría de su contenido.