Sala 2 · Tema 3
Además de los ex libris, en los libros podemos encontrar desde breves anotaciones, dibujos y comentarios en los márgenes, que se denominan marginalia. Además, es posible localizar cuentas, frases largas o garabatos que nos da idea del amplio rango de uso que les daban a los libros.
En Nueva España hubo algunos molinos de papel: uno estaba junto al convento de Culhuacán. Otro se llamó Rancho El Molino de Papel, que estaba ubicado en la alcaldía Magdalena Contreras y operó hacia 1618, y finalmente, el de Miraflores-Loreto, que funcionó a mediados del siglo xvii. Sin embargo, su producción nunca alcanzó para abastecer a las imprentas locales.
Es posible notar diferencias en las marcas de fuego de un mismo acervo bibliográfico debido al desgaste que sufría el hierro metálico con el uso, ya que la labor de marcar una biblioteca no se hacía en una sola jornada.
Tipografías y ornamentos
Las clasificaciones tipográficas
Las diversas formas y estilos de las letras han permitido generar clasificaciones tipográficas para el estudio de los libros antiguos; así, encontramos estilos, familias y clases que posibilitan estudiar, identificar y describir la apariencia, el tamaño y la cronología del material de imprenta empleado. Las primeras letras de imprenta del siglo xv imitaban la caligrafía utilizada en los manuscritos medievales; el primer estilo gráfico que se desarrolló en tipografía fueron las letras góticas, con variantes regionales, a las que se sumaron luego las romanas y las cursivas. Las góticas fueron las que se usaron para publicar la Biblia de 42 líneas; este estilo fue muy usado para publicar textos de carácter religioso. Poco más tarde se diseñó una letra inspirada en antiguos textos latinos que conocemos como romanas, y se usaron para publicar obras literarias y de contenido laico o secular. El tercer grupo de letras que se produjeron tipográficamente fueron las cursivas que, además de imitar la escritura manual más popular, permitían un mayor aprovechamiento de la caja; este grupo se usó para textos de estudio o de menor solemnidad. Los primeros tipos de letras que llegaron a México fueron los góticos, y en 1550 se sumaron los romanos y cursivos. Las letras góticas dejaron de usarse en México a finales del siglo xvi, mientras que romanas y cursivas continuaron utilizándose con diversas subvariantes.
La ornamentación tipográfica en el libro
La ornamentación en el libro tiene sus raíces en la labor caligráfica con el uso de las letras capitulares, marcos y otros adornos para las páginas. Para agilizar el proceso de ornamentación se crearon diversos motivos en metal que podían combinarse con los tipos móviles y formar patrones variados. La ornamentación puede ser de elementos geométricos, formas de la naturaleza o figurativas y dependerá de su ubicación en el libro. Se emplea en portadas, cabeceras, para la delimitación y señalización de secciones o para balancear o nivelar la composición tipográfica.
Estilos ornamentales
Es frecuente el estudio estético del libro siguiendo los órdenes clásicos de la historia del arte, eso permite identificar al menos cinco grandes estilos artísticos: gótico, renacentista, barroco, rococó y neoclásico. Entre las características del gótico figura la presencia de lóbulos entrelazados, enroscados y en bandas entrecruzadas, motivos vegetales y animales que se volvieron progresivamente más abstractos y se transformaron en criaturas fabulosas. Los ornamentos renacentistas se caracterizaron por su simetría y estilización, el uso de grutescos, arabescos, canastas, volutas y lazos. En el periodo barroco los motivos incluyen curvas, conchas y pequeños angelitos, y también se popularizó el uso de hojas de acanto y las volutas. En el rococó se aprecia la existencia de instrumentos musicales, trofeos y conchas marinas. Finalmente, durante el neoclasicismo la decoración es más austera y prevalecen los óvalos, urnas y guirnaldas.
En el proceso de elaboración de un libro impreso participaban artesanos con diversas habilidades. Los talleres estaban dotados de toda clase de enseres y materiales necesarios: contaban con imprentas, tipos móviles, planchas de madera y metal grabadas y tintas. Además de los tipógrafos e impresores estaban los encuadernadores, quienes muchas veces laboran fuera de las imprentas, así como los fabricantes de papel, que proveían los pliegos a los talleres tipográficos. En esta sección presentaremos los diversos elementos que componen y permiten identificar un libro antiguo.
La tipografía
La tipografía es tanto el arte de componer, seleccionar tipos y diseñar letras, así como el procedimiento de impresión. Los tipos móviles son los caracteres, las letras o signos que se utilizan para formar un texto en cualquier idioma. En las imprentas esas piezas de metal se ordenaban en cajas de madera con compartimentos para los signos, espacios y números; la distribución era alfabética y, por frecuencia de uso, se separaban las mayúsculas de las minúsculas, las que estaban acentuadas o las que tenían algún rasgo.
Tipo móvil de metal y caja tipográfica, Willi Heidelbach, 28 de septiembre de 2004.
Tipografía en lenguas indígenas
Para imprimir textos en lenguas indígenas se hicieron adaptaciones tipográficas, pues no se contaba con todos los tipos y clases de letras y signos ortográficos necesarios para representar de manera escrita los sonidos de las lenguas que se hablaban en el Nuevo Mundo. La imagen que presentamos es la portada del primer vocabulario del mixteco, una lengua hablada en el actual estado de Oaxaca.
Vocabvlario en Lengva Misteca, Francisco de Alvarado Balli, 1593, Imprenta de Pedro Balli, Biblioteca Palafoxiana.
Diseño de la hoja
Para imprimir una obra primero se decidía su formato; los más habituales fueron el folio — es decir, el derivado de un solo doblez del pliego—, el cuarto —resultante de dos dobleces— y el octavo —que surgía de doblar tres veces el pliego. Posteriormente, se diseñaba la página: para ello se hacía la selección de tipografía (góticas, redondas, cursivas en distintos tamaños, según fuera el caso), y se determinaba cuántas palabras y espacios cabían en cada renglón. Algunas obras contaban con imágenes y ornamentos, que por lo regular se acomodaban al mismo tiempo que las líneas de escritura. Las dos páginas que se muestran corresponden a una doctrina en lengua mixteca en la que se aprecian diferentes elementos del impreso: un grabado xilográfico de gran formato y otro pequeño, las dos columnas de texto, y las guardas de los ornamentos tipográficos.
Doctrina Christiana En Lengva Mixteca, Pedro de Gante, 1567, Imprenta de Pedro Ocharte, Biblioteca Francisco de Burgoa.
El papel y la tinta
Si bien los indígenas habían elaborado papel con tecnología propia no fue popular su uso en la edición novohispana. El papel utilizado para publicar libros antiguos se hacía de trapos de algodón y fibras vegetales, en fábricas europeas y luego era enviado a los virreinatos. Su escasez fue constante durante el periodo virreinal, lo que generaba una oscilación en los precios de éstos. Las dos principales zonas proveedoras de papel para México fueron los reinos de España (Barcelona, Aragón y Valencia) que fabricaban papel más económico y no de muy buena calidad, que fue utilizado para obras de carácter popular. Además de ese papel había otro conocido como de Génova o de corazón (por la imagen de su filigrana o marca de agua) que era de calidad superior, más blanco, homogéneo, que se usaba en ediciones cortas o encargos especiales.
Además del papel, otro insumo importante de la impresión era la tinta; su naturaleza era mineral, vegetal y animal. Al principio tenía una base acuosa y se usaban carbón y otros minerales, pero la de las imprentas fue de base oleosa, y tenía un colorante, usualmente el negro, y un elemento aglutinante. En algunas ediciones se empleó el rojo (cinabrio) para marcar el contraste en algunos textos, títulos y ornamentación.
Las filigranas
El papel que se usaba en los impresos coloniales se elaboraba a mano colando las fibras vegetales, que eran diluidas en unas grandes tinas de agua a través de un marco de madera que tenía una malla muy fina de hilos de metal en forma horizontal y vertical denominados corondeles y puntizones. Para identificar la procedencia de los molinos papeleros, era usual que se realizaran signos o símbolos hechos con filamentos de metal sobre esa malla. Al colarse las fibras esos signos dejaban una sutil huella visible a contraluz conocida como filigrana. La que aquí se presenta tiene una corona, una flor de lis, y las iniciales “GB” y “MF”, señales de que ese papel proviene de una fábrica italiana, seguramente genovesa.
Bibliotheca mexicana, Juan José de Eguiara y Eguren, 1755, Biblioteca Nacional de México.
Las encuadernaciones
La encuadernación brinda al libro estabilidad y protege a las hojas, y las costuras sujetan los cuadernillos. En la época virreinal hubo varios estilos de encuadernación. Algunos estudios clásicos señalan que prevaleció el tipo alemán, que usaba la badana, un tipo de tela, y el pergamino sobre planchas de madera o cartón, con tapas duras o flexibles. También hubo estilos italianos y franceses, generando una verdadera urdimbre de modalidades que se fundieron con materiales y prácticas locales. A finales del siglo xvii se incorporaron materiales de lujo, como el terciopelo, el tisú, el brocado y el damasco. Algunos libros se adornaban con cantoneras o esquineras y florones de bronce calado y cincelado. El libro manuscrito que aquí vemos tiene las tapas brocadas y los cantos entintados con rojo. Estos ejemplares tenían un costo más elevado y podían ser utilizados como objetos de lujo y ornamento que engalanaban los espacios de lectura de la sociedad virreinal. Lo anterior nos permite comprender que la valoración de un libro se da tanto por ser un objeto de conocimiento como un objeto de cultura y arte.
Sermones, Diego Cayetano Álvarez de la Vega, 1760-1765, Biblioteca Nacional de México.
Durante el periodo novohispano se usó de forma mayoritaria la encuadernación en pergamino flojo; las correas se empleaban para cerrar el libro y se solía aplicar el título o autor de la obra en el lomo con tinta o escrito en un tejuelo de papel. Este ejemplo es una encuadernación de tipo cartera, con los nervios o costuras expuestos.
Libro de cuentas particulares, Juan José de Villavicencio, siglo xviii, Biblioteca Nacional de México.
Marcas de procedencia y propiedad
Los libros que forman un acervo bibliográfico privado o institucional contienen huellas de lectura de sus propietarios y poseedores. Esos testimonios son tanto visuales como textuales y dan indicio de la historia de ciertas prácticas de posesión, organización y lectura ejercidas por los dueños. Las más habituales en los libros mexicanos fueron las marcas de fuego, los ex libris, sellos secos y marginalia que describimos a continuación.
Marca de fuego
La señal carbonizada que se genera con un instrumento metálico candente en alguno de los cantos de un libro se le conoce como marca de fuego. Si bien existen ejemplos aislados en España e Italia, estas marcas son una característica de los acervos novohispanos. En esta imagen se aprecia la marca de fuego del Convento Grande de San Francisco de la ciudad de México, y se distingue por la abreviatura: “FRAN.o dE MEX.” Sobre ella hay otra marca que refiere a otro propietario de ese mismo libro, tal vez un particular que adquirió el ejemplar posteriormente.
De sensibus et clavibus Sacræ Scripturæ, Isidro Alfonso Castaneira, 1707, Typis Georgih Plachi, Biblioteca José María Lafragua.
Marca de fuego religiosa
La marca de fuego fue una práctica común en las bibliotecas conventuales; su uso es latente desde la segunda mitad del siglo xvi hasta las primeras décadas del xix. Cada comunidad religiosa tenía su propio sello, que dependía de la congregación a la que pertenecía y la ciudad donde estaba asentada. En esta imagen vemos la marca que pertenecía al Convento de Santo Domingo en la ciudad de Puebla, la cual está formada por una cruz flordelisada.
Libri sex ecclesiasticæ Rhetoricæ, Luis de Granada, 1751, Regni Navarrae Typographum, Biblioteca José María Lafragua.
Versión parafraseada de las lamentaciones de Jeremías, Francisco Gregorio de Salas, 1782, Imprenta de Felipe de Zúñiga y Ontiveros, Biblioteca Nacional de México.
Ex libris
Ex libris es un vocablo latino que en español quiere decir: “de entre los libros”, y se refiere a los textos o imágenes que se colocan en la tapa de los libros con el nombre del propietario del ejemplar y algún elemento gráfico relacionado con el poseedor. Los ex libris pueden ser impresos o manuscritos. En este ejemplo vemos dos ex libris impresos, uno de Joseph Castillo y Piña y otro de la Biblioteca Turriana, donada a la Catedral de la ciudad de México por los canónigos Cayetano Antonio y Luis Antonio Torres Quiñón.
En algunos libros se encuentran ex libris manuscritos con el nombre del propietario, que puede ser un particular o una institución. Suelen estar acompañados de la frase “soy del uso de…”, “pertenezco a…”, “de la librería…” En éste se lee la pertenencia a don Juan de Verazategui.
Sello
Aunque no fue de uso regular, algunos propietarios optaron por el sello en tinta en varios colores, sello seco o gofrado para marcar sus libros.