Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM)
Rebeca Flores
Guillermo Salvador López Rocha
Agradecemos al INEHRM su amable disposición a compartir con Memórica los recursos digitales y textos de la presente exposición. De igual manera a Mediateca/INAH por facilitar los recursos digitales de su acervo.
El presidente Francisco I. Madero en una ceremonia en el H. Colegio Militar, a su izquierda el director del Colegio, general Felipe Ángeles, 1912. © (6249) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“A fines de 1911, el presidente Madero llamó al coronel Ángeles; llegó éste, procedente de Francia, el 1º de enero de 1912. Designado por el presidente Madero Director del Colegio Militar de Chapultepec, tomó posesión del cargo el día ocho de enero de
1912. El dos de junio del mismo año, fue ascendido a general brigadier.”
Jesús Ángeles Contreras, El verdadero Felipe Ángeles, México, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, 1992, p. 35.
El director del H. Colegio Militar, general Felipe Ángeles, encabezando una ceremonia, 1912. © (37164) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“El Colegio Militar recibió un gran impulso progresista bajo la dirección de Ángeles, quien llamó a su escuela a oficiales seleccionados de las carreras científicas e implantó reformas de índole administrativa y moral que constituyeron savia vivificadora.
Fue establecido un casino de oficiales, se organizaban con frecuencia fiestas sociales y culturales en que participaban oficiales y alumnos; se hizo intervenir a éstos en la vigilancia del aprovisionamiento y alimentación;
fueron suprimidas ciertas formas groseras cuartelarias; los alumnos obtenían permiso para salir, bajo su palabra, que era símbolo de honor, las compañías de alumnos eran entrenadas en prácticas tácticas y deportivas;
se empezaron a estudiar nuevos métodos y formas de aprovechamiento y, en general, la institución fue encauzada por una senda de perfeccionamiento. Crecía la fama de esta escuela modelo, formadora de oficiales aptos,
cultos y honrados; descollada en los deportes y en la importancia de sus programas de estudios y esa escuela formó a numerosos oficiales que andando el tiempo, ya fuera del Ejército, han demostrado ser hombres trabajadores,
eficientes y honorables.”
Federico Cervantes M., Felipe Ángeles en la Revolución. Biografía (1869- 1919), México, Edición del autor, 1964, pp. 34-35.
Banquete de militares. En el extremo derecho el general Felipe Ángeles. © (287547) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“Poco a poco Madero y Ángeles llegaron a conocerse bien durante estas excursiones en el bosque de Chapultepec o por el Paseo de la Reforma y, con el tiempo, creció un mutuo sentimiento de afecto y respeto. Aparentemente, Ángeles y Madero tenían poco en
común. El primero representaba al oficial militar de carrera. Como científico connotado creía que todo el conocimiento humano era el resultado de la experiencia y de la observación. Confiaba en pocos hombres, especialmente
en sus camaradas del ejército. Madero, por el contrario, era un idealista y un soñador; sinceramente creía que todos los hombres eran buenos y estaba profundamente interesado en el espiritismo, en la telepatía y en
la medicina homeopáti
ca. Madero era civilista en todos los sentidos; lo militar lo estimaba poco. Al principio platicaban sobre Europa, sobre su común admiración por la civilización francesa y sobre la educación de Ángeles en Francia.”
Byron L. Jackson, Felipe Ángeles. Político y estratega, México, Gobierno del Estado de México, 1989, p. 17.
Felipe Ángeles, 1912, fotografía de H. J. Gutiérrez. © (287498) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“La amistad de Ángeles con Madero, su pronta promoción a general brigadier y su nombramiento como de la Séptima Zona Militar se realizaron cuando las relaciones entre el presidente y el grueso de los oficiales de carrera empeoraban. No creía que los militares
debieran tener un papel en los asuntos políticos y nada en su administración indicaba que cambiaría esta filosofía. Como ha señalado un estudiante de este periodo, hasta los oficiales que no resintieron personalmente
la relegación del ejército por parte del presidente a una “cifra política”, tenían poco interés en defender al régimen. Aunque no estaban ansiosos por levantarse en contra del gobierno constitucional, estos hombres
no estarán mal dispuestos hacia los que hicieron.”
Byron L. Jackson, Felipe Ángeles. Político y estratega, México, Gobierno del Estado de México, 1989, p. 22.
El general Felipe Ángeles saliendo a campaña, retrato de grupo, 1912. © (32630) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“Apenado por haber sido enviado a dirigir la guerra del sur en el vasto territorio de cinco estados, México, Morelos, Puebla, Tlaxcala y Guerrero, sin que se me hayan permitido unos cuantos días para enterarme del estado de la campaña, sacado violentamente
de una ardua tarea de reorganización del Colegio Militar, iba yo en el tren de Cuernavaca escoltado por la tropa del coronel Jiménez Castro. Avisadas las tropas de los destacamentos de que el nuevo jefe de la campaña
iba en el tren, me esperaban formados a lo largo de la vía. Los soldados parecían sin alimentos, amarillos los rostros, sucios y desgarrados los uniformes.”
Felipe Ángeles, “Genovevo de la O”, publicado en La Patria, El Paso, Texas, diciembre de 1917.
Felipe Ángeles y soldado federal a la entrada de un edificio, 1912. © (34319) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“El general Ángeles era delgado y de buena estatura, más que moreno, con la palidez que distingue al mejor tipo de mexicano, de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre. Se describía a sí mismo, medio en broma, como un indio,
pero sin duda tenía el aspecto que los mexicanos llaman de indio triste. Otros grandes atractivos se encontraban en el encanto de su voz y sus modales. Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades
que había echado de menos de sus antecesores, las de la compasión y de la voluntad de entender. Me agradó, incluso antes de escuchar entre sus jóvenes oficiales que no toleraba crueldad ni injusticia alguna de sus soldados.
Nunca supuse que nuestras ocasionales conversaciones serían el principio de una amistad con él y su familia que me arrastraría a la corriente de la Revolución… Un día en que el general Ángeles y yo hablábamos del sufrimiento
de los pobres indios contra quienes se hallaba en campaña, me dijo con un gesto de acentuado desaliento: ‘Señora King, soy un general, pero también soy un indio’.”
Rosa King, Tempestad sobre México, México, Conaculta / Mirada Viajera, 1998, p. 83.
Fuerzas federales en el Palacio Municipal de Cuautla, Morelos, ca. 1911. © (662769) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“Tan cerca estuvimos los combatientes que se oían claramente las voces infantiles de los zapatistas que decían: —Vendidos de Madero, vengan por su peso. Y nuestros soldados contestaban: —Ahí les van sus tierritas.”
Felipe Ángeles, “Genovevo de la O”, publicado en La Patria, El Paso, Texas, diciembre de 1917.
El gobernador de Morelos, licenciado Aniceto Villamar, en Yautepec, acompañado de los generales Felipe Ángeles y Fortino Dávila, 1912. © (63448) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“El primer paso de Ángeles, después de establecer su cuartel general en Cuernavaca, fue expedir un manifiesto ofreciendo amnistía a los zapatistas quienes depondrían sus armas en un término de dos semanas. Las operaciones militares se suspendieron durante
este periodo y Ángeles, acompañado solamente por dos miembros de su cuerpo de oficiales, cabalgó al territorio dominado por los rebeldes para conferenciar con quien quisiera discutir su oferta. Debido al temor y a la
sospecha, desafortunadamente, sólo pocos rebeldes estaban dispuestos a hablar con el nuevo comandante y ninguno de ellos era el caudillo zapatista.”
Byron L. Jackson, Felipe Ángeles. Político y estratega, México, Gobierno del Estado de México, 1989, p. 17.
Genovevo de la O, retrato, ca. 1915. © (468056) Secretaría de Cultura.INAH.Sinafo.FN.México.
“No conozco bien al hombre; no podré hablar de él, como lo haría de Francisco Villa; pero Genovevo de la O cabe bien dentro del marco de un artículo, mientras que Francisco Villa apenas cabría en las páginas de un libro.”
Felipe Ángeles, “Genovevo de la O”, publicado en La Patria, El Paso, Texas, diciembre de 1917.