Son muchos los datos, los encuentros, las personas y los ambientes con los que nos topamos; es mucho lo nuevo, fue, es sorprendente y grato. Roma, sus calles arboladas y sus pasajes y edificios centenarios, milenarios. La ciudad del Vaticano, el Archivo Apostólico, la Biblioteca y los museos: magnos, inconmensurables. Saber que una sala de índices contiene la lista de millones de documentos y de más de mil años de papeles, pergaminos, cartas, oficios, noticias, confidencias y leyes. Conocer que el Vaticano —como Roma— es un museo de museos pues posee 26. Cuantificar apenas una parte mínima de la riqueza inédita de la Biblioteca y sus libros antiguos y nuevos, de sus colecciones, de todo el mundo, de muchos tiempos.

Iniciar entonces con las gestiones para el ingreso, para conocer, palpar e investigar, filtrar datos y miradas al tiempo que se pondera lo útil, lo valioso. Conservar en la mente y en la pluma la misión encomendada, y ubicar así fragmentos de historia patria, objetos, bienes y obras que refieren la magnificencia mexicana, la sabiduría ancestral, la alta calidad de sus obras artísticas.

Ir de asombro en asombro y de orgullo en orgullo ante cada hallazgo que diga México; asimilar desde la mirada y la postura de otros cómo es nuestro país; saber desde las letras de protagonistas el devenir de nuestra historia, los escollos superados y las batallas combatidas, las traiciones, la ambición que obnubila y la heroicidad que consagra.

Solicitar en préstamo —traslado temporal para decirlo bien— bienes. Recibir la buena nueva de las donaciones papales de dos facsimilares —entre otros objetos—: el Códice Borgia y el Códice Ríos, motivo y tema de esta presentación.

Ser parte, finalmente, de un acontecimiento tan entrañable como histórico, la magna exposición “La Grandeza de México”. Sentir en el aliento y en la sangre el orgullo patrio, saber o vislumbrar que México es noble y generoso y complejo, diverso e incansable.

Jorge Arturo Abascal Andrade