Sala 3 - Tema 5 - Producción y circulación de publicaciones: grupos subalternos y espacios ampliados

Los primeros cuadrantes de las ciudades y pueblos del país fueron los espacios a los que históricamente acudieron los mexicanos para vender y comprar todo aquello necesario en la vida cotidiana, como alimentos, prendas de vestir, utensilios y también cultura y entretenimiento. Especialmente en el centro de las grandes urbes fue donde se establecieron las editoriales, imprentas y talleres decimonónicos, a los que acudían tanto los autores con sus manuscritos como los lectores para adquirir los títulos que más captaron su atención y que su bolsillo les permitía. La centralización de los espacios de producción y el incipiente establecimiento de medios de comunicación eléctricos, aunados a la intransitabilidad de algunas rutas, el bandidaje y el constante estado de guerra que sufrió México hicieron necesaria la consolidación de redes de agentes distribuidores de la cultura editorial y gráfica que recorrieran el interior del país para llevar los impresos a zonas a las que, de otra manera, no hubieran llegado los ejemplares y la información que contenían.

Los primeros cuadrantes de las ciudades y pueblos del país fueron los espacios a los que históricamente acudieron los mexicanos para vender y comprar todo aquello necesario en la vida cotidiana, como alimentos, prendas de vestir, utensilios y también cultura y entretenimiento. Especialmente en el centro de las grandes urbes fue donde se establecieron las editoriales, imprentas y talleres decimonónicos, a los que acudían tanto los autores con sus manuscritos como los lectores para adquirir los títulos que más captaron su atención y que su bolsillo les permitía. La centralización de los espacios de producción y el incipiente establecimiento de medios de comunicación eléctricos, aunados a la intransitabilidad de algunas rutas, el bandidaje y el constante estado de guerra que sufrió México hicieron necesaria la consolidación de redes de agentes distribuidores de la cultura editorial y gráfica que recorrieran el interior del país para llevar los impresos a zonas a las que, de otra manera, no hubieran llegado los ejemplares y la información que contenían.

La difusión de impresos en el interior del país

Algunos impresos de carácter popular fueron distribuidos por vendedores ambulantes, como los merceros, quienes transitaban por pueblos, ranchos y ferias ofreciendo no sólo chucherías para el adorno personal y las labores de la aguja, sino también calendarios, novenas, catecismos y estampas litográficas. Igualmente, fue común encontrar pregoneros que narraban y vendían pequeños pliegos ilustrados sin encuadernar, que contaban eventos extraordinarios escritos en verso. Esta tipología fue conocida como “literatura de cordel”, debido a que se exhibía colgada en tendederos de cuerdas, como puede observarse en el fondo de esta imagen.

El mercero. Andrés Campillo. Los mexicanos pintados por sí mismos. 1854-1855. Litografía.

Operarios de la imprenta: el cajista

En el universo de la producción editorial, la labor de los cajistas fue esencial para que los tipos de las letras y signos, que formarían el texto a imprimir, se distribuyeran con acierto y fueran colocados adecuadamente para no alterar el sentido del manuscrito del autor. En el siglo xix, el cajista fue caracterizado como una persona franca, trabajadora y liberal. Además de la lectoescritura, su tarea le exigía aprender y desarrollar habilidades motrices para manipular sus herramientas con eficiencia, de tal manera que el cajista experto podía reconocer los signos y añadirlos al componedor sin mirar, al igual que haría el mecanógrafo en su máquina de escribir unas décadas después.

El cajista. Hesiquio Iriarte. Los mexicanos pintados por sí mismos. 1854-1855. Litografía.

Los niños mexicanos como agentes comerciales de la imprenta

Los papeleritos o voceadores fueron unos de los principales distribuidores de diarios y revistas en las urbes. Con sus gritos propagaban diariamente las noticias más escandalosas para llamar la atención de los transeúntes y animarlos a comprar los ejemplares que ofrecían. En un entorno de marginación, estos niños y adolescentes asumieron una parte considerable del ingreso de sus familias, por lo que trabajaron arduamente desde muy temprano en la mañana y consiguieron desarrollar habilidades que les permitieron, por ejemplo, asociarse, analizar cuáles eran las esquinas más transitadas y decidir la cantidad de ejemplares que solicitarían en la imprenta para evitar sobrantes.

Voceador. Ca. siglos xix-xx. Museo Übersee, Bremen, Alemania.

Nuevas maneras y espacios de comercialización editorial

Aunque fuera posible regatear y comprar libros de segunda mano en los portales y mercados de algunas ciudades, las novedades editoriales se comercializaron en las librerías e imprentas que publicitaban los títulos más populares de sus catálogos en la sección de anuncios de los periódicos y revistas. Fue a finales del siglo xix que el giro editorial comenzó a incorporar nuevas estrategias de venta, como nos muestra esta fotografía en la que observamos la exhibición de las Memorias, escritas por Porfirio Díaz en 1892, en un escaparate de alguna de las más de 30 librerías que existieron en la Ciudad de México al comienzo de la Revolución.

Aparador de una librería. Archivo Casasola. inah.