El tráfico de bienes culturales protegidos afecta a países de todo el mundo y por su dinámica es un fenómeno delictivo transnacional. A pesar de importantes iniciativas y esfuerzos por parte de un buen número de naciones y de organismos internacionales, este fenómeno persiste y mundialmente se advierte un aumento en la venta de bienes culturales exportándolos o importándolos ilícitamente, incluso mediante subastas y, en particular, por internet. El saqueo de artefactos arqueológicos y su posterior tráfico con el fin de comercializarlos en países diferentes a los de su origen ocasiona graves daños en términos culturales y científicos, atentando así contra intereses de todas las naciones.
El saqueo, al ocasionar que un artefacto irremplazable sea excavado o extraído sin
observar un protocolo riguroso y sin un fin legítimo de investigación, es uno de los principales
enemigos de la arqueología moderna y de la antropología, ya que impide la integración y la
difusión de conocimiento acerca de pueblos y civilizaciones antiguas. Asimismo, debido al uso de
métodos destructivos, el saqueo ocasiona la pérdida irremediable de valiosa información relativa
al desarrollo de la humanidad. Por su parte, el tráfico despoja a artefactos arqueológicos
únicos e invaluables de su esencia cultural, histórica y simbólica, convirtiéndolos en meras
mercancías o curiosidades.
En este contexto, en ocasiones con la intervención indebida de comerciantes profesionales de
bienes culturales, ciertos espacios del mercado internacional de antigüedades son aprovechados
para poner a la venta objetos arqueológicos; incluso de origen incierto. Es común que en dicho
mercado se introduzcan fraudulentamente reproducciones de reciente manufactura de todo tipo de
artefactos que también se ofertan a precios elevados. En todo caso, como resultado de una
demanda irreflexiva de numerosos consumidores —en parte impulsada por los propios comerciantes
de estos bienes—, la venta a precios elevados tanto de artefactos arqueológicos como de
reproducciones que se hacen pasar como objetos genuinos contribuye a incrementar el saqueo
destructivo en diversos países.
De este modo, luchar contra el tráfico de bienes culturales para preservar el patrimonio
cultural de la humanidad requiere del compromiso y de la participación activa de múltiples
actores; entre éstos, el conjunto de las autoridades competentes de la comunidad de países, los
organismos internacionales pertinentes, museos —tanto públicos como privados—, entidades
comerciales especializadas y el público en general.
A finales del siglo xix, los estados de Colima, Nayarit y Jalisco
en el occidente de México
integraban uno de los más amplios territorios de la antigua Mesoamérica, cuyos vestigios de las
diversas sociedades prehispánicas que ahí habitaron fueron extraídos por investigadores de
Estados Unidos, Inglaterra y Francia, quienes los llevaron a esos países y hoy están en sus
museos.
Durante el siglo xx, por un interés de adquisición principalmente
estético, una cantidad
considerable de estos objetos arqueológicos fueron saqueados y traficados ilícitamente dentro y
fuera del país para ser vendidos a coleccionistas privados en una escala que se podría
considerar catastrófica por la destrucción y el daño irreparable producido en los yacimientos de
donde los extrajeron. Éste el caso de los antiguos asentamientos con tumbas de tiro del
occidente, cuyas cámaras funerarias que contienen complejos ajuares y ofrendas asociadas son
hasta nuestros días clandestinamente excavados para sustraer de ellas esculturas y vasijas
elaboradas en cerámica y otros vistosos artefactos que una vez expoliados han podido ser
conocidos y muchos de ellos estudiados al exhibirse en grandes exposiciones y bellos catálogos,
principalmente de colecciones sin procedencia y cuya adquisición en el extranjero no es
completamente clara.
A comienzos de julio de 2016, en una ceremonia realizada en la Embajada de México en París, una
familia francesa restituyó a nuestro país tres piezas arqueológicas provenientes de la tradición
funeraria que se desarrolló desde el 200 a.C. hasta el 600 d.C. en el occidente de Mesoamérica,
y un cuarto objeto: una pipa de barro con la figura de un mono en la cazoleta de la costa del
Golfo de México, perteneciente al denominado periodo Posclásico Tardío (1200-1521). Una vez
restituidos, la sre los entregó al inah —quien previamente se encargó de dictaminar su
autenticidad— para su resguardo y hoy se exhiben en la exposición titulada “La Grandeza de
México”.
En el caso concreto de los objetos del occidente, se trata de dos figuras huecas antropomorfas
que representan un personaje femenino y otro masculino. Fueron manufacturadas con las técnicas
de modelado, alisado, incisión y aplicación de pastillaje. Ambas están de pie, desnudas, portan
orejeras, narigueras y tienen escarificaciones como decoración corporal en los hombros. Mientras
que la figura de la mujer se recuperó completa, a la masculina le falta uno de sus brazos.
Respecto al tercer objeto, se trata de una olla de barro completa que también fue elaborada por
las técnicas de modelado, pulido y esgrafiado. Muestra en su cara exterior una decoración
geométrica esgrafiada que consiste en líneas paralelas y grecas escalonadas. No hay duda de que
estos tres objetos pertenecen a la tradición de tumba de tiro del occidente de México y que por
el estilo que exhiben muy probablemente fueron sustraídas de un depósito funerario de un sitio
arqueológico en Nayarit.
Se debe señalar que hasta las últimas décadas del siglo xx los
arqueólogos adscritos a los
centros regionales del inah en estos tres estados encontraron
tumbas de tiro que nunca fueron
saqueadas. La excavación sistemática de sus cámaras funerarias y el registro detallado de las
asociaciones de artefactos encontrados dentro de ellas por vez primera mostraron la complejidad
y riqueza de las ofrendas asociadas a restos óseos humanos y en algunos casos también de
animales. Hasta nuestros días aún no existe un consenso entre los estudiosos sobre cuál fue la
función y el propósito de estas figuras y por qué fueron colocadas como parte de las ofrendas
mortuorias. Aunque se han ofrecido múltiples interpretaciones, las investigaciones apuntan a que
muy probablemente se relacionan a representaciones de personajes que en sus comunidades eran
especialistas en prácticas rituales y ceremonialismo religioso.
La causa más significativa de la destrucción de la herencia arqueológica hoy es el saqueo: la ilícita excavación no publicada y sin registro de los sitios antiguos para proveer de antigüedades al beneficio comercial. Esto constituye una catástrofe rotunda y continua para la herencia arqueológica mundial (Pérez de Cuéllar, 1995).