grupo de musicos raramuri tocando en el piso
Las causas o procesos de fe

Como parte de sus tareas cotidianas, los inquisidores dedicaron mucho tiempo a la formación de causas contra bígamos, solicitantes y supersticiosos. Su actividad se justificaba siempre con la idea de combatir la herejía, pero en realidad, estos casos tenían que ver más con indisciplina moral o abusos eclesiásticos, y no buscaban negar la religión.

La Inquisición sólo siguió algunas de las muchas denuncias relacionadas con estos delitos, con la intención de dar unos cuantos ejemplos como escarmiento y recordar la gravedad de las faltas.

En esos tiempos los eclesiásticos involucrados en delitos de solicitación, en su gran mayoría, fueron penitenciados a puerta cerrada, en la sala de audiencias de la Inquisición.

Artesonado y escudo del Tribunal de la Inquisición en el Antiguo Palacio de Medicina (ex Tribunal de la Inquisición). Detalle. Fotografía: Gabriel Torres, 2023.

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agn, Inquisición, vol. 724, exp. 29, fs. 71-268, IGC: 757.

No era habitual que un esclavo tuviera la piel blanca, el cabello rubio y los ojos azules. Pero Domingo de la Cruz, hijo de esclava, tenía esos rasgos particulares, heredados del padre desconocido (algún amo, quizás) y supo servirse de ellos para evadir su condición y falsear su identidad. Con otros nombres se embarcó como soldado, ejerció diferentes oficios y se casó, sucesivamente, con tres mujeres españolas, que le proporcionaron respectivas dotes y a las que luego abandonó.

Su primer matrimonio tuvo lugar en La Habana, el segundo en Puebla (de donde era originario), el tercero en Guatemala. Temeroso de ser delatado, él mismo se denunció a la Inquisición buscando misericordia. Su primer proceso fue relativamente sencillo, pero Domingo no cumplió con la obligación que se le impuso de vivir en la Ciudad de México como sirviente, y prefirió escapar y volver a la aventura. Todavía logró casarse una cuarta vez en Guadalajara, donde puso una tienda y llegó a tener sirvientes y mulas para cargar mercancía. Su atrevimiento lo llevaría una vez más ante la Inquisición que lo trataría, esta vez, con mayor rigor.

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agn, Inquisición, vol. 752, exp. 28, fs. 410-559, IGC: 572, página 1.

Más conocida como “la mujer del ánima del pozo”, Catalina de Ledesma era célebre en el barrio de la Santísima Trinidad en la Ciudad de México por un singular culto que había establecido en su domicilio.

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Bula para salvar ánimas del Purgatorio, usada por Catalina de Ledesma. agn, Inquisición, vol. 752, exp. 28, fs. 410-559, IGC: 572, página 161.

Catalina había montado un altar al ánima de una persona desconocida cuyos huesos encontró al excavar un pozo en su casa, y a la de un hombre que había sido ahorcado. También incorporó al altar otros elementos, como unas esculturas de “negritos bozales” que contribuyeron al éxito de la devoción. Diversos habitantes del barrio, sobre todo indios y negros, acudían a su casa a pagar misas para que los muertos les hicieran favores y a comprar agua del pozo, a la que se tenía por bendita y curativa. Tiempo después, temiendo ser denunciada, sustituyó estos elementos por imágenes cristianas.

Acusada de nigromancia, idolatría y superstición, Catalina fue procesada y recluida, a pesar de estar cuerda, en el Hospital del Divino Salvador o “de las locas”, donde murió poco después.

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Proceso completo: agn, Inquisición, vol. 1007, exp. 9, fs. 234-391, IGC: 2652.

La Inquisición recibía muchas denuncias contra eclesiásticos que solicitaban favores sexuales a sus feligresas durante o cerca de la confesión. El Tribunal tomaba estos casos con seriedad, pero sólo seguía el proceso cuando el eclesiástico tenía varias denuncias en contra. En este caso, el cura de Zacualpan de Amilpas fue procesado por las solicitaciones que había hecho más joven, cuando fue teniente de cura en las parroquias de Coyoacán y de la Santa Veracruz en la Ciudad de México.

Entre los testigos, una mujer declaró que la había besado y manoseado al ir a confesarla en su cama, por una enfermedad. Además había mantenido una “amistad ilícita” con una mujer soltera a la que conoció precisamente por haber ido a confesarse con él. El cura fue arrestado, sus bienes incautados y remplazado en su oficio; pero a pesar de la gravedad de la acusación que presentó el fiscal en su contra, los inquisidores sólo lo sentenciaron a una reprensión o regaño privado y a no poder confesar mujeres el resto de su vida.

Un minucioso inventario registrado en Zacualpan da una idea muy completa de los bienes muebles, libros y herramientas cotidianas del cura.

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Contra Francisca Garibaldo. agn, Inquisición, vol. 864, exp. s. n., fs. 486-629, IGC: 1096.

Oriunda de Panamá y radicada en Santiago de Guatemala, la mulata Francisca Garibaldo poseía conocimientos de hierbas medicinales y otros elementos con los que preparaba pociones y polvos para amansar a los esposos o atraer el amor y la fortuna, lo que si bien era una transgresión a las normas religiosas, no dejaba de ser un servicio remunerado. Para su desgracia, su amistad con otra curandera, María de Nieves Montiel, animó el rumor de que se reunían para celebrar “vuelos nocturnos” por las noches y que tenían como mascota a un “demonio familiar”. Los chismes de brujería llamaron la atención de las autoridades locales, pero la Inquisición se adjudicó el caso y ordenó que la primera fuese trasladada a la Ciudad de México, mientras que la segunda fue juzgada a distancia, ambas por superstición. Más allá de los argumentos del defensor, fue la presunta locura de Garibaldo la que terminó su proceso con una reprensión y reclusión perpetua.

En un estudio reciente, Adriana Rodríguez Delgado analiza la conjunción de las ideas europeas sobre las brujas con las creencias y prácticas locales de hechicería empleadas por ambas mujeres.

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Contra María de Nieves Montiel. agn, Inquisición, vol. 864, exp. s. n., fs. 312-400, IGC: 1096.

¿Inquisición para indios?

La población indígena fue excluida de la jurisdicción inquisitorial desde la fundación del Tribunal en 1571. Sin embargo, en los siglos xvii y xviii muchos hombres y mujeres de distintas poblaciones indígenas fueron procesados por los tribunales episcopales por los delitos que regularmente debía seguir el Tribunal de la Inquisición.

Aunque no se formaron delitos contra “herejía”, los provisores diocesanos persiguieron la idolatría, la bigamia, el sacrilegio y muchos otros. Los procesos contra indios solían ser más cortos y terminar con penitencias leves. Dichos procesos dependían de cada obispado y sólo sobrevive una pequeña parte de éstos.

En el siglo xviii algunos provisores o jueces eclesiásticos organizaron autos de fe para escarmentar a indígenas infractores, inspirándose en los símbolos y ceremoniales que empleaba la Inquisición.

Un auto de fe en el pueblo de San Bartolomé Otzolotepec, 1716, Munal. Este pequeño auto de fe contra reos indígenas fue organizado por el provisor del arzobispado de México, Juan Ignacio Castorena, a imitación de los que realizaba la Inquisición.