Tomás Treviño de Sobremonte, conocido en la Nueva España como un prominente comerciante y fervoroso católico, profesaba en la privacidad de su hogar la antigua Ley de Moisés, inculcando sus ritos a su descendencia y a algunos miembros de su comunidad. En 1624 enfrentó un primer proceso en la Inquisición, que libró gracias a sus influencias y a la promesa de renunciar a sus antiguas creencias, siendo obligado a portar un sambenito durante un año, asistir a misa los domingos y recitar con devoción el Padre Nuestro y el Ave María.
A pesar de ello, nuevas denuncias condujeron a un segundo proceso. Esta vez fue torturado y relajado como relapso junto a su familia en el Auto General de Fe del 11 de abril de 1649. Durante su suplicio se le ofreció el perdón a cambio de su conversión a “la verdadera fe”, mismo que rechazó. Cuenta la leyenda que, en un último acto de desacato a las autoridades, Treviño de Sobremonte gritó a sus verdugos: “¡Echad más leña, que mi dinero me cuesta!”