grupo de musicos raramuri tocando en el piso
Las causas o procesos de fe

La década de 1640 presentó una intensa e inusual actividad inquisitorial contra hombres y mujeres descendientes de cristianos nuevos portugueses. Corría el rumor de que en la Ciudad de México y otros lugares de la Nueva España se había tejido una red clandestina (una “complicidad”) de practicantes del judaísmo.

Los miedos no eran un caso aislado. Unos años antes se había temido lo mismo en Perú y en el Nuevo Reino de Granada y la Inquisición había actuado. Ahora lo hacía en México y, curiosamente, algunos inquisidores eran los mismos.

Más de 200 personas, casi todas pertenecientes a familias portuguesas asentadas en la Nueva España, fueron procesadas bajo la sospecha de practicar “la ley muerta de Moisés”, como la llamaban los inquisidores. En el Auto Grande de Fe de 1649 siete hombres y seis mujeres, acusados de judaísmo, fueron condenados a morir en la hoguera.

Juan de Mañozca y Zamora (1580-1650) fue fundador del Tribunal de la Inquisición en Cartagena de Indias, inquisidor en Perú y visitador de la Inquisición de México, además de arzobispo. Fue uno de los responsables del Auto Grande de Fe de 1649. Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, inah.

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Auto General de Fe de 1649. La litografía aparece en Manuel Ramírez Aparicio, Los conventos suprimidos en Méjico: estudios biográficos, históricos y arqueológicos, México, Imprenta y Librería de J. M. Aguilar y Cía., 1861, p. 70.

Los grandes autos de fe

El auto de fe, el gran acto público de la Inquisición, encontró su auge en la época barroca. Era, en palabras de la historiadora Solange Alberro: “El teatro en el que se mezcla el boato de la religión con el que es propio de la celebración monárquica y civil, el desprecio y el odio con la compasión, el pueblo se ilustra y edifica, comulgan en un rito de exclusión y de purificación que une a la comunidad; se maravilla ante el oro y el púrpura, el orden ceremonial, se estremece y conmueve durante lo que es, para él, una gran verbena popular. Deslumbrante y terrible lección la que recibe entonces por los medios elementales del gran espectáculo en directo y del rito colectivo, poderosos medios pedagógicos...” (Solange Alberro, 1988: p. 77).

Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid, Rizi Francisco, Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado.

En el auto de fe se despliega todo el poder del lenguaje inquisitorial, que busca entrar por ojos y oídos. Los más imponentes fueron los Autos Generales de Fe de 1649, en la Plaza del Volador, con una mayoría de reos por judaísmo, y el de 1659 en la Plaza Mayor de la Ciudad de México con reos procesados por diversos delitos.

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agn, Inquisición, vol. 1495, exp. 5. Primera causa contra Tomás Treviño de Sobremonte (1625). IGC: 3160 / MS. 196. Segunda causa contra Tomás Treviño de Sobremonte (1642-1649). IGC: 3160 B / MS. 373. [La segunda causa se ubica en la p. 255 del pdf]

Tomás Treviño de Sobremonte, conocido en la Nueva España como un prominente comerciante y fervoroso católico, profesaba en la privacidad de su hogar la antigua Ley de Moisés, inculcando sus ritos a su descendencia y a algunos miembros de su comunidad. En 1624 enfrentó un primer proceso en la Inquisición, que libró gracias a sus influencias y a la promesa de renunciar a sus antiguas creencias, siendo obligado a portar un sambenito durante un año, asistir a misa los domingos y recitar con devoción el Padre Nuestro y el Ave María.

A pesar de ello, nuevas denuncias condujeron a un segundo proceso. Esta vez fue torturado y relajado como relapso junto a su familia en el Auto General de Fe del 11 de abril de 1649. Durante su suplicio se le ofreció el perdón a cambio de su conversión a “la verdadera fe”, mismo que rechazó. Cuenta la leyenda que, en un último acto de desacato a las autoridades, Treviño de Sobremonte gritó a sus verdugos: “¡Echad más leña, que mi dinero me cuesta!”

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agn, Inquisición, vol. 400, exp. 2, 392 fs. (fs. 448-834v), igc: 1742. [El expediente inicia en la p. 63 del pdf].

Muchos judíos y cristianos nuevos, perseguidos o a disgusto en España y Portugal, encontraron refugio en distintas ciudades de Italia, donde vivían segregados en barrios especiales (“juderías”) con limitaciones específicas, pero con la posibilidad de practicar el judaísmo discretamente. Las Inquisiciones de Portugal y de España temieron que algunos miembros de estas familias quisieran regresar a sus lugares de origen como falsos católicos y con enseñanzas judías aprendidas en Italia.

Éste fue el caso de Salomón Machorro, cuyo proceso inquisitorial fue publicado por Boleslao Lewin y recientemente ha sido estudiado por Susana Bastos Mateus. Era un viajero de origen portugués, que fue cautivo de los turcos y habitante de Livorno, donde practicó de forma abierta el judaísmo. Arrestado por el Tribunal de la Inquisición de México fue procesado y sentenciado a reconciliación en la época de los grandes autos de fe.

Además de la extraordinaria historia de su vida, sus testimonios ofrecen una importante descripción de las prácticas religiosas en las juderías italianas.

Durante el año de 1642, la Inquisición de México realizó el arresto de varios portugueses sospechosos de judaísmo. Uno de ellos, el comerciante Juan Méndez, tenía una amante, Margarita Moreira, proveniente también de una familia portuguesa de cristianos nuevos. Desesperada, al ver que su amante no salía de las cárceles inquisitoriales, Margarita cometió el error de enviarle una carta por medio de una esclava. Al poco tiempo, ella misma fue procesada, también bajo la sospecha de judaísmo, y sometida a tormento.

El historiador Robert Ferry, al estudiar el caso, se pregunta por qué Margarita cometió semejante imprudencia. Hacía muchos años que los inquisidores de México no seguían causas de judaísmo y los pocos reos juzgados en los últimos años habían recibido sentencias leves después de unos meses de prisión. Por lo visto, Margarita desconocía la red familiar de practicantes del judaísmo en la que estaba involucrado su amante y no imaginó la dura persecución que había comenzado el Tribunal de México.

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agn, Inquisición, vol. 418, exp. 5, fs. 365-404, IGC: 230.

Este caso poco frecuente de “mahometanismo” o prácticas islámicas fue seguido por el comisario de Manila y juzgado por el Tribunal de México. El reo fue Alejo de Castro, un soldado de 80 años de edad, hijo de un soldado del conquistador Legazpi y de una hermana del rey de la isla de Bachan (islas Molucas). El viejo soldado fue acusado de “hereje mahometano” por haber realizado viajes fuera de los reinos de España en los que mantuvo comunicación con moros. El proceso se complicaba porque su esposa (ella misma de familia morisca) y una esclava aseguraron haberlo visto practicar el zalá, “una ceremonia de moros, juntando las manos y besándolas, y luego poniéndose en cruz y levantando los ojos al cielo lo cual hace en una pila de madera donde estaba una llave colgada”. Se le acusó también de que no asistía a misa ni comulgaba. Para colmo, su propia hija lo denunció de usar artes mágicas.

Enviado de Filipinas a México, fue sentenciado por los inquisidores novohispanos como hereje y hechicero supersticioso, además de encubridor de herejes mahometanos.