En la historia de los territorios mayas de la península de Yucatán, el significado que tiene la libertad está consagrado en sus principales libros míticos, religiosos y astronómicos, el Popol Vuh y el Chilam Balam de Chumayel. La libertad se halla integrada en una cosmovisión de las costumbres, de la vida, del conocimiento de la Tierra y del Cielo y de los recursos propios de los seres que habitan sus selvas. No podría explicarse mejor la historia de sus resistencias y de la defensa de la vida si no es desde la predestinación de su naturaleza, de sus dioses y de su poesía. Los mayas han sabido conservar la lengua, el corazón y la sabiduría de una cultura de cientos de años y de colores.
Así está escrita la historia de Jacinto Canek por Ermilo Abreu Gómez y en esa poesía transcrita de la leyenda mítica de su rey y del caudillo rebelde, los tonos, los matices, los claroscuros, los amaneceres y los atardeceres se describen de la misma manera en el paño de las pinturas o en las esquinas de los muros de la mano del artista plástico yucateco más importante del siglo xx: Fernando Castro Pacheco.
Quiénes si no estas dos figuras y sus obras pueden narrar mejor la historia de lo pasado como en otrora se hacía en las comunidades más alejadas. Los sabios dedicaron sus noches de fogata a la palabra en Chik’inil Maaya y de cuyas hijas se entendieron en K’iche’il, Maamil, Wastekoil, Chujeano, K’anjobalil, Tseltalil, Chóolil y Maayail. Fueron los contrastes entre quienes venían del mar y los que comían de él, fue el encuentro entre quienes conocían la tierra y los que se servían de ella, fue el contraste entre quienes homenajeaban a sus dioses y aquellos que los señalaron como prueba de herejía. Fue la historia entre años de dominación, sometimiento, cacicazgo y exterminio lo que despertó la serenidad del jaguar rojo: Joseph Jacinto Uc de los Santos Canek, quien vino del Oriente para redimir a su pueblo.