Había una prisión abierta a la intemperie que los europeos habían inventado en el Nuevo Mundo; se podían ver las escasas nubes que eran reparo para el trabajo, el sol colmaba los cuatro puntos cardinales de los patios centrales. Ahí el capataz era el principal verdugo sin necesidad de un inquisidor, le bastaba su látigo.
“El herrero de la hacienda se acercó al nuevo amo y le dijo:
—Señor, ya está terminando el hierro para marcar a las bestias. ¿Hago otro para marcar a los indios?
El amo contestó:
—Usa el mismo.
Canek rompió el hierro.
El notario asentó en su protocolo: la hacienda se adjudica por tantos dineros, con sus tierras, aguajes, bestias, indios y aparejos, tal como se indica al margen. La nueva marca de las bestias y de los indios será fijada por el comprador.
Canek huyó con los indios” (p. 55).
El henequénMural móvil, 1974.Fernando Castro
Pacheco.
El henequénMural móvil, 1974.Fernando Castro
Pacheco.
Había una prisión abierta a la intemperie que los europeos habían inventado en el Nuevo Mundo; se podían ver las escasas nubes que eran reparo para el trabajo, el sol colmaba los cuatro puntos cardinales de los patios centrales. Ahí el capataz era el principal verdugo sin necesidad de un inquisidor, le bastaba su látigo.