Jacinto Canek - Rebelión y suplicio del jaguar rojo

El suplicio

“En la sabana de Sibac los esbirros aprehendieron a Canek y a sus amigos. Uno de los esbirros, de nombre Malafacha, le ató las manos.
—Capitán —dijo Canek—, le va a faltar cordel.
Malafacha torció el nudo.
—Es inútil, capitán —añadió Canek—, le va a faltar cordel para atar las manos de todo el pueblo. Canek sonrió. La sangre escurría de sus manos como una llama dócil.
Los indios aprehendidos fueron azotados en la cárcel. Los soldados que custodiaban a Canek dejaron de hablar, en las espaldas de Canek aparecieron las estrías de los cintarazos”.


Venta de indiosMural móvil, 1974.Fernando Castro Pacheco.

Instalaron un garrote vil en la hacienda; se trataba de una silla donde el penitente era sujetado por pies, manos y cuello; la cabeza quedaba sujeta a un respaldo a la altura del cuello con un grillete de metal que lo presionaba cada vez que el verdugo daba vuelta a una manivela que producía el ahorcamiento. El garrote fue uno de los instrumentos más brutales de tortura usados por la Inquisición y las milicias.


Venta de indiosMural móvil, 1974.Fernando Castro Pacheco.

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