Hasta ahora, hemos visto ejemplos en los que los cineastas representaron a las y los pequeños como seres indefensos, víctimas de las circunstancias, pero también como sujetos autónomos, solucionadores de los problemas adultos. Sin embargo, hubo otro tipo de infantes, simpáticos, irreverentes y atrevidos.
El mejor ejemplo de este tipo de niñez en el cine mexicano lo encontramos en la Tucita, una pequeña niña rubia en la que se conjugan la ternura e inocencia con la irreverencia. Uno de sus momentos más emblemáticos y en el que se hace notar el atrevimiento de su personaje está en la película Los tres huastecos (I. Rodríguez, 1948), cuando toma una víbora con las manos y la acerca a Pedro Infante, quien al verla se la arrebata con espanto. Cuando Infante la regaña por andar jugando con esos animales, la Tucita responde de forma irreverente “Pa’ qué me dejan sola si ya me conocen”. Aunque no le dan miedo las serpientes ni las pistolas, también la vemos pedirle a su papá que la acueste, que le rasque la espalda y que la acompañe hasta que se quede dormida. La estrella infantil María Elena Llamas, “Tucita”, también apareció en películas como El Seminarista (R. Rodríguez, 1949) y Dicen que soy mujeriego (R, Rodríguez, 1949), con Pedro Infante y Silvia Derbez como protagonistas en ambas películas. .
La irreverencia y la diversión, entendidas como cualidades de los niños, también se utilizaron como un recurso publicitario en los carteles de las películas. En el de Pepito as del volante, por ejemplo, se incluyeron algunas rimas como: “La de ‘Indianápolis’ me viene ‘Guangopolis’” o “La ‘Panamericana’ me la echo con […] ‘tartana’”, que de manera burlona y con caló popular, hacen referencia a dos de las carreras automovilísticas más famosas de la época: las 500 millas de Indianápolis y la carrera Panamericana. El cartel da la idea de que es Pepito (un niño divertido, ingenioso y espontáneo) quien se expresa así.