La sociedad novohispana se caracterizó por enormes desigualdades económicas y sociales, así como por una división estamental entre grupos con privilegios y muchos en condiciones precarias. Convivieron en ciudades, pueblos, rancherías, haciendas y otros espacios personas de distintas procedencias: wolofs, mandingos o bantúes con nahuas, mixtecos o mayas, así como con españoles de distintas regiones y personas de Filipinas, China o la India. Ello convirtió a la sociedad virreinal en una de las más complejas y diversas que se hayan conocido. A pesar de las brechas económicas y los prejuicios sociales, existieron posibilidades para que grupos de africanos, y sobre todo de afrodescendientes, obtuvieran su libertad y mejores condiciones de vida. Ello fue posible, entre otras razones, porque el color de la piel y los prejuicios sobre la condición de esclavitud no constituían todavía obstáculos insalvables para la movilidad económica y social. Ello explica que existieran artistas y artesanos como el pintor Juan Correa, a finales del siglo xvii en la Ciudad de México, quien fue un artista valorado por la sociedad de su tiempo. El “mulato libre, maestro de pintor”, llegó a ser profesor de su gremio y pintó, junto con Cristóbal de Villalpando, la sacristía de la Catedral Metropolitana. También se sabe de cantores, arquitectos, vaqueros, comerciantes y hacendados afrodescendientes en la época virreinal que obtuvieron prestigio y aprecio de sus contemporáneos.
Los afrodescendientes libres de la Nueva España, conocidos, entre otras denominaciones, como negros, mulatos o pardos, buscaron mejores condiciones de vida a través de distintos medios. Uno de ellos fue la incorporación a las milicias o ejércitos virreinales que se formaron fundamentalmente a lo largo del siglo xviii. Dichas corporaciones los dotaban de cierto prestigio y en algunas ocasiones les permitía no pagar tributos, es decir, impuestos. Estas partidas se formaron sobre todo en los puertos de Veracruz, Acapulco y Campeche para defender la llegada de piratas o las invasiones extranjeras. Otros afrodescendientes libres se dedicaron a la arriería, oficio indispensable para el traslado de mercancías por los caminos reales, pero también por senderos difíciles de transitar entre regiones, haciendas y ranchos a ciudades principales. José María Morelos y Vicente Guerrero, líderes del movimiento insurgente, fueron arrieros, lo que les permitió conocer las zonas por las que después lucharon por la Independencia. También se sabe que varios afrodescendientes libres lograron consolidar condiciones económicas que les permitieron tener tierras, recuas, haciendas o comercios.
Las cofradías fueron asociaciones de asistencia social organizadas alrededor de una devoción. Pertenecer a ellas daba cierto prestigio y ofrecía algunos servicios y beneficios. A cambio del pago de cuotas para ser aceptados como integrantes, los cofrades, varones y mujeres, recibían ayuda de sus hermanos para las misas, entierros y rezos después de su muerte. También era su obligación encargarse de las festividades de su santo patrón y atender las procesiones y otras celebraciones religiosas. Varias personas de origen africano se agruparon en cofradías durante la época virreinal en Veracruz, la Ciudad de México, Zacatecas y Parras, entre otras muchas. Estos espacios posibilitaron la convivencia, la transmisión de conocimientos y prácticas sociales, así como la recreación cultural. La sociedad virreinal también tuvo devoción hacia dos santos “negros” que fueron muy populares: san Benito de Palermo y santa Ifigenia. Ambos eran de Etiopía y fueron cristianizados y representados en pinturas y esculturas que hasta hoy en día pueden apreciarse en distintas iglesias en la Ciudad de México, San Miguel de Allende, Puebla, Oaxaca y Zacatecas, entre otras, así como en colecciones particulares.
Cocinas, tianguis, procesiones, paseos o fandangos fueron espacios propicios para relacionarse entre los distintos grupos que conformaron la sociedad virreinal. En puertos, ciudades, ranchos o haciendas, indígenas, africanos y españoles, así como los descendientes de las uniones entre estos grupos, convivieron e intercambiaron formas de pensar, cocinar, creer o rezar. La convivencia y el intercambio cotidiano creó y recreó nuevas manifestaciones culturales en las que pueden distinguirse aportaciones de diversas regiones del continente africano. La tradición oral, la destreza en la vaquería, las aptitudes en la construcción, la pintura o el canto, así como los aportes a la gastronomía, la música y el baile fueron reflejados en la construcción de fuertes, catedrales o palacios, en el uso de la jamaica y el tamarindo, en vocablos como “chirundo”, “chamba” o “bamba”, o en topónimos como Guinea, Mandinga o Mozambique, las prácticas de la vaquería y la ganadería, y en los sones de artesa, el son jarocho o los tamborileros.