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Afinidad de obra y pensamiento: Mistral, Montenegro y Vasconcelos
Afinidad de obra y pensamiento: Mistral, Montenegro y Vasconcelos
Iliana Ortega y Carlos Molina
AGN - Oficina de Memoria Histórica de México

Un fragmento de la obra mural que decora la Secretaría de Educación Pública (sep) prueba la cercanía que sin duda existió entre el pintor mexicano Roberto Montenegro y la escritora chilena Gabriela Mistral.[1] Todo el primer semestre de 1921, la construcción (ex Convento de Santa María de la Encarnación del Divino Verbo, erigido en el siglo xvi) había estado en obra, a cargo del ingeniero Federico Méndez Rivas.

Para el verano de 1922, Montenegro fue el responsable de decorar las oficinas del recién nombrado secretario de Educación Pública, José Vasconcelos. El resultado fue esta obra titulada La poesía o Rito cristiano, realizada con la antigua técnica de la encáustica, en la que la pintura se fija con calor a la cera que se utiliza en el procedimiento, de ahí sus brillantes colores y el perfecto estado de conservación. Montenegro eligió ese espacio para retratar a su nueva amiga; largas conversaciones debieron animar las horas de pose, la discusión sobre el resto de lo allí pintado.

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Durante el proceso creativo de Montenegro para la ejecución de esta pieza era de suma importancia considerar las reflexiones de naturaleza filosófica de Vasconcelos, amén de la absoluta libertad estilística de la que gozó el pintor. Parte fundamental de la cosmovisión vasconcelista consiste en que las ideas de todos los pueblos deben compartirse para engrandecer a la humanidad. Bajo esta premisa, en el bosquejo, el autor se decantó por la representación del pensamiento universal. En el muro norte y con un sólido fondo azul que recrea la noche plena de estrellas, consideró las concepciones orientales y en el muro sur plasmó la cosmovisión occidental.

Resulta curioso cómo se adaptó a las dimensiones del muro, pues el lado derecho es ligeramente más alto, cuestión que Montenegro resolvió en su composición colocando en ese espacio a una figura femenina espigada que de pie sostiene un pergamino, mientras que en el lado más corto hay otra figura, que fue colocada en pose de contemplación al infinito y cuya forma se antoja espiral.  Así, se logra el equilibrio visual del que carece la pared en ese sitio específico.

Montenegro debía, además, resolver una compleja narrativa y una serie de alusiones en atención a un minucioso plan que seguramente conversó con la poetisa y el ministro. No hay en aquellos trazos ninguna línea dejada al azar; la paleta cromática no admite subjetividad o capricho. Cada elemento tiene una posición y función precisas. No hay entonces casualidad alguna respecto a la ubicación y significados aludidos en la escena.

Acostumbrado a un lenguaje codificado y docto, Montenegro decide aquí el emplazamiento y concatenación del personaje de la poetisa con el conjunto, de acuerdo con una casualidad filológica que vincula al personaje con la escena de fondo. Sabido es que la chilena escogió su seudónimo a partir de la admiración por D'Annunzio y un autor provenzal decimonónico. Gabriela Mistral, sin embargo, se lee aquí como una mensajera; Gabriel es el arcángel delante y a la diestra de Dios, fundamentalmente su emisario. Mistral, por supuesto, remite a un viento que sopla con rumbo noroeste. La escena está sobre el muro austral y mira al norte, y Godoy Alcayaga ocupa el lado derecho de la representación. Del lado izquierdo aparece su cómplice y declamadora, la argentina Berta Singerman. Vasconcelos dice de Gabriela Mistral: “resplandor vivo que descubre a las almas sus secretos y a los pueblos sus destinos”.

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El año de creación del mural es el mismo en el que la maestra chilena llegó a nuestro país con el objetivo de colaborar con la denominada Reforma Educacional que el gobierno de Álvaro Obregón y la Secretaría de Educación Pública se habían propuesto llevar a cabo en México. A su arribo, y agasajada en la Embajada de Chile, están presentes Jaime Torres Bodet, Palma Guillén, que voltea desde la primera fila, y Julio Jiménez Rueda, el diplomático mexicano en el Cono Sur.

La maestra, como todos la conocían, ya era una figura destacada en su patria, en donde había ejercido la docencia y llevado la alfabetización hasta los sitios más recónditos, pues para ella era fundamental acercar el conocimiento a los más desafortunados, que se ubicaban en el campo y en las comunidades indígenas alejadas de las grandes ciudades, actividades que replicó en el México rural de la época. Es a ésta, y a todas las docentes destacadas a lo largo y ancho del país, que Diego Rivera hace referencia en una de las secciones de su mural en el mismo edificio de la sep.

El vínculo entre la literata y el artista se remonta a cuando Roberto Montenegro fue uno de los encargados de dar la bienvenida a Gabriela Mistral, a quien recibió y acompañó en su primera estancia en nuestro país (1922-1924). En la siguiente fotografía puede observarse el retrato de grupo que en casa de Vasconcelos, en San Ángel, hicieron para la maestra; detrás del secretario de Educación asoma Palma Guillén, y frente a él, Carlos Pellicer y Julio Torri. A la izquierda de Gabriela Mistral está el socialista argentino Alfredo Lorenzo Palacios, en segunda fila Antonio Caso, y a su izquierda, Roberto Montenegro. Figuran también Manuel Gómez Morín, los ateneístas Alberto Gómez del Mercado y Ricardo Gómez Robelo. Palma Guillén y Jaime Torres Bodet son entonces preparatorianos o recientes universitarios, al igual que Pellicer; están en los tempranos veinte. Montenegro acaba de cumplir 40 años y seguramente construye un diálogo con la Mistral, que tiene la misma edad, desde esa familiaridad que les da saberse contemporáneos frente a esos jovencitos.

Como parte de esta convivencia surgió entre ambos una larga amistad que se consolidó a lo largo de los años; constancia de ello brinda una carta fechada en noviembre de 1948 que se conserva en la Biblioteca Nacional Digital de Chile, en la que Montenegro le externa el cariño que siente por ella tras haberla reencontrado: “Mi buena amiga: Cuánto placer volver a verla. Su presencia me va a rejuvenecer recordando los días lejanos ya, de su estancia en ésta”.2




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