Francisco Villa fue un revolucionario controversial. Escritores como John Reed y John Kenneth Turner lo consideraron como el “Robin Hood mexicano”. Para sus enemigos, era un bandolero, latrofaccioso y violento asesino.
Francisco Villa, Álvaro Obregón, Pershing y otros militares.
Al triunfo de la rebelión de Agua Prieta el 21 de mayo de 1920 sobre el gobierno de Carranza, el llamado Grupo de Sonora conquistó el poder nacional. Esta agrupación estaba conformada por Benjamín Hill, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Para ese momento, Francisco Villa era uno de los últimos caudillos sociales con mando de tropa considerable, de ahí la necesidad de aplacarlo. En este sentido, el presidente interino, De la Huerta, se apresuró a pactar con el divisionario. Así, un 28 de julio, en Sabinas, Coahuila, el gobierno y el líder de la División del Norte firmaron la rendición incondicional a través del Pacto de Sabinas.
Los generales Francisco Villa y Ornelas, después de la rendición.
Sin embargo, la desconfianza de los sonorenses y Villa continuó. Asimismo, las víctimas de los embates de la División del Norte y su jefe buscaron vengar las tropelías y abusos del caudillo en retiro.
A principios de 1923, conforme crecía la inquietud política por conocer quién sucedería a Álvaro Obregón, que había asumido la presidencia de la República a finales de 1920, provocaron que viejas disputas resurgieran. Adolfo de la Huerta buscó postularse para un nuevo mandato. Por otra parte, Plutarco Elías Calles, secretario de Gobernación, contaba con la venia del primer magistrado para sucederlo en el cargo. Sin embargo, también los partidos políticos, sus líderes y representantes tomaron parte activa de estas maquinaciones. Así, el Partido Nacional Cooperatista (pnc) encabezado por Jorge Prieto Laurens; el Partido Nacional Agrarista (pna) de Antonio Díaz Soto y Gama, y el Partido Laborista Mexicano (plm) de Luis N. Morones, fundador de la Confederación Regional Obrera Mexicana (crom) y aliado de Calles, confabularon contra los candidatos en cuestión, pero también por atraerse o aniquilar a Villa, quien se encontraba retirado en su hacienda de Canutillo.
“De lo que no se debe acusar a don Adolfo de la Huerta.”
Los rumores sobre un supuesto apoyo de Villa a De la Huerta fueron esparcidos de inmediato por la prensa y el Congreso de la Unión. De esta forma, y aprovechando los distintos atentados que hubo en contra del divisionario duranguense, el 20 de julio de 1923, autoridades de Chihuahua y Durango, así como representantes del Gobierno Federal, entre los que se señaló al general Joaquín Amaro y al mismo secretario de Gobernación y candidato presidencial, Plutarco Elías Calles, un grupo de gatilleros apostados en las casas contiguas de las calles Benito Juárez y Gabino Barreda, en la ciudad de Parral, dispararon contra el vehículo Dodge en el que Villa y su secretario particular, Miguel Trillo, viajaban de regreso a Canutillo.
Tan pronto se dio a conocer la noticia, tanto los diplomáticos acreditados en México como George Summerlin, encargado de Negocios de la embajada de los Estados Unidos, y la Oficina Federal de Investigación exigieron al presidente Obregón iniciar las pesquisas. Así, pronto fue señalado Jesús Salas Barraza, diputado del distrito El Oro, Durango, como el único responsable. Sin embargo, su carta-confesión reveló a más implicados en el asesinato de Villa.
Mucho se ha dicho y aún sigue la prensa comentando a grandes rasgos lo mismo, sobre el justo castigo que se le impuso al bandolero doroteo arango, quien queriendo que su nombre fuera olvidado por recordar sus numerosas fechorías y hechos sangrientos cometidos desde su infancia, hizo, para que sus coterráneos olvidarán a Arango, firmarse en el sucesivo francisco villa, sarcasmo del destino, pues el último nombre fue maldecido quizás más cordialmente que el que le heredarán sus honrados padres. Usted recuerda mi buen amigo, que muchas veces en conversaciones íntimas que tuvimos cuando estuvo entre nosotros, le relaté con algunos pormenores el sinnúmero de crímenes cometidos por ese bandido [...] Estos crímenes, pálidos reflejos de lo que fue capaz esta alma sanguinaria nacida para el mal; demostrará de una manera palpable e irrefutable, que todo hombre honrado y de corazón bien puesto, tenía tarde o temprano que ser agitado por la mano vengadora de una justicia tardía en castigar a tan feroz criminal. Este corazón (perdone la inmodestia) fue el de un servidor, que sin pensar en las consecuencias a que para sus pobres hijos podría este acto acarrear, pues solamente dando oídos a la voz de su conciencia y a los clamores de ultratumba de miles de víctimas que clamaban venganza, hizo [...] dar muerte a la alimaña ponzoñosa que cual víbora cobrarse y cruel se escondía para volver con su áspid venenoso a atacar a nuevas víctimas señaladas por su sed de sangre [...] El por qué me erigí en vengador, lo sabe usted de sobra [...]
La autoría intelectual del asesinato de Francisco Villa nunca se ha logrado aclarar, así como tampoco la posibilidad real sobre el apoyo del jefe de la División del Norte al movimiento encabezado por don Adolfo de la Huerta. No obstante, aquellas elecciones provocaron que diversos líderes políticos y jefes militares descontentos con Obregón y Calles apoyaran la rebelión delahuertista, que al cabo de seis meses fue derrotada y su líder huyó a los Estados Unidos, donde vivió por casi 20 años como maestro de música.
Soldados observan cadáveres de combatientes en la rebelión delahuertista.