Reconocible cotidianamente en la Ciudad de México, donde abundan sus construcciones y diseños, el Palacio de Minería por ejemplo, la parte final de Catedral, el Palacio del Marqués del Apartado y la inconfundible estatua ecuestre de Carlos IV (El Caballito), Tolsá parece acompañar con su obra el desarrollo del México independiente a lo largo del siglo xix. Acatando una orden del rey para dirigir el área de escultura en la recién inaugurada Academia de San Carlos, zarpó de Cádiz el 20 de febrero de 1791 y arribó a la Nueva España por Veracruz, después de hacer escala en La Habana. Al llegar colaboró con otros dos artistas valencianos: Joaquín Fabregat (director de Grabado) y Rafael Ximeno (director de Pintura).

Se habla de un “estilo Tolsá”: en ciertas poses, mobiliario y cerámica, en la elección de personajes como Hernán Cortés. Pero he aquí que se devela su carácter contradictorio como leal hispanista y hacedor de una obra que da identidad al México independiente. Durante el conflicto armado apoyó a los realistas mediante la fundición de cañones y la fabricación de granadas. Suya es la conclusión de las obras de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México en 1813, donde en julio de 1822 se corona Agustín de Iturbide como emperador de México. Tres años después los restos de los héroes: Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Juan Aldama son trasladados en solemne misa nacionalista. Es decir, que sus obras tienen una inspiración pero terminan sirviendo a una idea de nación completamente distinta. Muerto Tolsá en diciembre de 1816, fue enterrado en la iglesia de la Santa Veracruz. En 1824 Guadalupe Victoria sugiere fundir "el Caballito"; Lucas Alamán lo evita arguyendo su valor artístico para México.