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Los hombres de Pancho Villa
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Los hombres de Pancho Villa

Más allá de los protagonistas, como Felipe Ángeles, Gustavo A. Madero o el mismo Francisco Villa, para entender a la División del Norte hace falta mirar a los hombres comunes que desde el anonimato y la iniciativa propia se unieron al movimiento revolucionario. Se subieron a los trenes en Chihuahua y lo siguieron hasta Celaya, aprovisionaron forraje para las monturas, escribieron cartas explicando su participación, ubicaron en la figura de Álvaro Obregón a la némesis de su causa, ayudaron en el tendido y sabotaje de rieles o repararon locomotoras.

De ocho acompañantes, con los que se internó a principios de 1913 en los Estados Unidos huyendo del fusilamiento que lo amenazara en la capital y de la persecución en todo México por escaparse de prisión, el villismo sumaba tantos como 12 mil hombres para la batalla definitiva que los aguardaba en 1915, en los llanos de Celaya. Junto al Centauro del Norte figuran militares de carrera como el artillero y brigadier Felipe Ángeles o el diputado y embajador Gustavo A. Madero. Pero abundan también identidades que escapan a nuestra memoria y que habríamos de comenzar a rescatar para la historia. Dionisio Reyes, por ejemplo, en 1911 escribe una carta desde El Paso (Texas) dirigida al presidente Francisco I. Madero donde explica su entusiasmo por la causa, su aprecio por el villismo y de otros que como él se unieron al levantamiento en Gómez Palacio, Durango. Asimismo, vemos a quienes remacharon placas de hierro forjado sobre la caldera en una locomotora de vapor para devolverla a la mitológica vía que cantan los corridos. 

De igual manera, nos regresan la mirada en esas fotografías los cadetes del Colegio Militar que despiden a su profesor en la terminal del Ferrocarril Central Mexicano, los soldados rasos que ya otean el horizonte desde la ventanilla, el conductor del vagón que acopla el convoy. El periodista norteamericano D.W. Hoffmann fotografía a Pancho Villa en su caballo; atestiguan la escena un ranchero al fondo, una mujer semioculta por su rebozo, otros jinetes con sombrero que se forman tras el seto. De ellos, los que no tienen nombre y su recuerdo se ha perdido, sobre todo, está hecha la historia de la División del Norte, la crónica de aquellos días y el rastro historiográfico que no está completo sin ellos.