“Caminan erguidos, pensativos, con los ojos inyectados por el frío y las enfermedades, caminan plenos de orgullo y de nobleza. Su rostro es azotado por un viento helado, sus brazos están ateridos y el estómago casi vacío, pero avanzan como los buenos soldados cuando van al ataque, sin importar las balas del enemigo. Avanzan con su esperanza, con su resolución, solos, lejos de sus gentes, de sus minas, de sus calles […].”

Ángel Bassols Batalla, Caravana de hombres libres, [s. p. i.], pp. 5-6.


Entre los meses de enero y marzo de 1951 se llevó a cabo en México un suceso tan sorprendente como conmovedor: miles de mineros de la región carbonífera de Coahuila se lanzaron a la aventura de recorrer 1,500 kilómetros a pie por las carreteras del país —desde Nueva Rosita hasta la capital—, en un intento desesperado por salvar sus vidas y su dignidad como trabajadores. Hasta el día de hoy se conoce a este evento como la “Caravana del Hambre”, nombre dado por algunos periódicos del momento que quisieron visibilizarlo; sin embargo, este apelativo no fue una idea de sus propios protagonistas. La gran marcha atravesó los estados de Nuevo León, Tamaulipas, San Luis Potosí, Hidalgo y el Estado de México en unas condiciones climáticas extremas, muchos de ellos acompañados de sus familias, con la intención de entrevistarse con el presidente de la República y llegar a una solución para el problema laboral por el que atravesaban desde hacía nueve meses.

Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos y de sus justas demandas, Miguel Alemán nunca los recibió, al contrario, los confinó en el Deportivo 18 de Marzo, lugar del que no se les permitió salir hasta que, derrotados, los enviaron en trenes nuevamente hacia su hogar un mes después de su llegada. Este comportamiento reprobable por parte del Estado mexicano todavía nos indigna y nos obliga a hacer memoria sobre este hecho que forma parte de la historia nacional contemporánea. Así, en un esfuerzo por rendir un homenaje sincero y merecido a aquellos hombres y mujeres que soportaron hambre, frío y enfermedades durante el trayecto, a los trabajadores que tenían muy claras sus convicciones y no se doblegaron ante un sistema que hizo todo lo posible para someterlos, presentamos esta exposición en Memórica. México, haz memoria, a 70 años de aquella épica caminata, donde denominamos a este movimiento simplemente como “caravana minera”, como los propios carboneros lo nombraron.


Nueva Rosita, Coahuila: enclave minero, ciudad carbonífera


La región carbonífera de Coahuila, lugar donde inicia esta historia, se ubica al noroeste del estado, a unos 120 kilómetros de los Estados Unidos y a 300 al norte de Monterrey. Esta zona se encuentra integrada por los municipios de Múzquiz, San Juan de Sabinas y Sabinas, en los que a su vez se asientan los poblados de Nueva Rosita, Sabinas, Melchor Múzquiz, Palau, Barroterán, Las Esperanzas, Rancherías, Agujita y Cloete. Por muchos años, La Rosita fue un lugar de paso en el camino que unía las villas sureñas de aquella región con las ciudades fronterizas de Texas, sin embargo, con el auge de la minería de principios del siglo xx, su situación cambiaría y para los años veinte se transformó en Nueva Rosita, zona carbonera por excelencia.

La presidencia de Miguel Alemán: industrialización, control de sindicatos y contexto del conflicto minero


Durante el sexenio del presidente Miguel Alemán (1946-1952) el Estado posrevolucionario impulsó la industrialización y asumió un papel protagónico en el desarrollo económico del país. Desde incentivos fiscales, campañas moralizantes o la creación de infraestructura, el gobierno recurrió a diversas estrategias en su afán por modernizar la nación. Para lograr sus objetivos, también construyó alianzas e hizo consensos con distintos grupos de interés para que apoyaran su proyecto, sin embargo, no dudó en recurrir a otras tácticas para mitigar a las voces disconformes y silenciar a aquellos que cuestionaban tanto sus métodos como sus intenciones.

El conflicto: la huelga de los mineros de Nueva Rosita y sus consecuencias


El momento decisivo para esta historia se presentó el 15 de mayo de 1950, durante la celebración de la vi Convención General del sitmmsrm. En ella se llevarían a cabo las votaciones para elegir al siguiente secretario general, pero el proceso se complicó a causa del desplazamiento de los delegados nombrados democráticamente y la intromisión de otros representantes incondicionales del gobierno. Esto coincidió con las revisiones del contrato colectivo de trabajo realizadas por las secciones 14 de Nueva Rosita y 28 de Palau, en Coahuila, con las empresas Mexican Zinc Company y la Carbonífera de Sabinas del consorcio asarco para los meses de mayo y junio de ese mismo año.

La caravana minera: un pueblo en marcha y su búsqueda de justicia


Con las demandas de la reinstalación en sus puestos de trabajo, la reapertura de la cooperativa de consumo y de la clínica, el pago de salarios caídos, la entrega del dinero retenido por las empresas, así como el reconocimiento de Antonio García Moreno como legítimo secretario general electo en la VI Convención General de su sindicato, el sábado 20 de enero los mineros de la región carbonífera de Coahuila se embarcaron en una odisea nunca antes vista en la historia de México: recorrer a pie 1,400 kilómetros desde Nueva Rosita hasta la Ciudad de México con la intención de visibilizar sus demandas y su lucha en la capital del país. Bautizada por algunos medios de comunicación como la “Caravana del Hambre”, la marcha de los trabajadores del carbón se convirtió en un suceso que llamó la atención de propios y extraños, pero no de la persona a la que iban dirigidas sus peticiones: el presidente Miguel Alemán.

El arribo a la Ciudad de México: la indiferencia y el agravio


El sábado 10 de marzo de 1951, a las 11:30 de la mañana, el clarín de órdenes de Pancho Solís convocó a la reunión frente a los Indios Verdes. A las doce horas se inició la marcha. Millares de personas se habían congregado en la zona para acompañar a los mineros en la última etapa de su recorrido hacia el Zócalo. Los trabajadores del carbón mantenían la esperanza de ser recibidos por el presidente de la República y, de cierta forma, los obreros, artistas, intelectuales y la gente que los acompañaba en este tramo final de su épico traslado también. Sin embargo, se toparon con la indiferencia y la cerrazón del gobierno, y más aún, con sus prácticas inhumanas, que lo llevó a confinar a los miembros de la caravana en el Deportivo 18 de Marzo. Miguel Alemán nunca los recibió y siguió con sus giras y sus labores cotidianas, como si nunca hubiera pasado nada.


Las promesas hechas por el gobierno para apoyar a los caravaneros una vez terminado el conflicto no se cumplieron. Las empresas Carbonífera de Sabinas y Mexican Zinc Company reintegraron a los trabajadores que quisieron, luego de hacer una selección en la que excluyeron a aquellos que fueron más activos políticamente y a los que defendieron sus derechos laborales. La asarco los boletinó para impedirles acomodarse en los centros de contratación de braceros o en las filiales de la empresa en la región carbonífera. También expulsó a los carboneros huelguistas de sus viviendas y prohibió que sus niños asistieran a las escuelas del lugar, alegando que eran exclusivas para los hijos de quienes laboraban en la compañía. Queda toda esta historia como testimonio de un pueblo que a pesar de los múltiples agravios que recibió, nunca bajó la cabeza y que se enfrentó a un sistema presidencialista y autoritario que comenzaba a adquirir cada vez más fuerza.