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Trova en México y en Cuba: Documental Santa Canción
Trova en México y en Cuba: Documental Santa Canción
Dr. Carlos A. Molina P.
AGN - Memoria Histórica

La trova es un género en la urdimbre de la identidad para muchísimos mexicanos. Ese nudo va más allá de la música misma: cuando no es lazo ideológico, es amarre al pasado reciente de nuestras familias; esa hebra siempre se halla donde tejemos una historia de resistencia común. Es así incluso para aquellos a los que no les gusta la trova.

Se trata también de una elección que funciona para escuchar más allá de los dictados del mercado y la homogenización propias del mass media. Los nombres: Silvio Rodríguez, Fernando Delgadillo, Pablo Milanés, Tata Barahona, Alejandro Filio, Édgar Oceransky,  Facundo Cabral, Nicho Hinojosa, entre otros, se entremezclan en conversaciones intergeneracionales; como producto discográfico es posible que se haya comprado la primera vez, todas las otras copias… nos las dimos como regalo.

Aunque una primera oída hiciera parecer que se trata de individuos con su guitarra, melodías simples y voces no siempre educadas, el entramado cultural de la trova es tan complejo como las multifacéticas influencias que se perciben en las artes del antiguo Imperio español, sus rivales coloniales y el tejido consciente de una afinidad contrapuesta a ese origen y su historiografía. Es la letra que aprendieron niños de escuchar a sus padres yendo a un colegio de exiliados españoles, es la melodía que se silba o tararea en los pasillos de escuelas de filosofía y ciencias políticas. Los muchachos norteamericanos cuyos padres evitaron Vietnam (Irak o Afganistán) reconocen en Joan Baez y Bob Dylan que esto se encuentra en el trasfondo; es el verso compartido apenas se tiene edad para hacer propia la poesía y servirse de ella para expresar emociones recién descubiertas. A principios del año 2000, por ejemplo, luego de meses de huelga, estudiantes de la unam son aprehendidos una madrugada y llevados ante un juez en una prisión federal. A la entrada un rumor de amigas, padres y novios entona: “Ojalá…”

Raro, pero el Diccionario de la Real Academia Española aquí sí arroja luces para el neófito: trova tiene como primer sinónimo “verso”…, es composición métrica escrita para canto… y canción amorosa o gesta medieval.

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Para los mexicanos, la trova tiene una historia que nos sabe a brisa venida de al menos tres lugares: 



1) Cierto influjo francés: la “trova tradicional” parece llegar por Santiago, donde Cuba mira a Haití, Jamaica, la Guyana. De ahí viene impregnada de liberalismo, una sal antiespañola y un horizonte ilustrado que caracteriza a toda América entre 1810 y 1898. Suena a las formas más antiguas del son llevadas por músicos itinerantes de la montaña a la ciudad, ganándose el sustento cantando y tocando la guitarra, subidos luego en el barco de los trasiegos caribeños. En la década de 1920 se escuchan de la isla: Rosendo Ruiz, Sindo Garay, Alberto Villalón y Manuel Corona (el enamorado de la Longina que bautiza nuestro festival). Mi abuela prendía la radio y escuchaba esos boleros, bailaba son. La Guajira y la Habanera debieron esperar a que el cine les pusiera otro nombre: rumba y bolero.

2) En el sureste de México y a principios del siglo xx hay algo que se llama el “alma yucateca”, una identidad típicamente criolla y protourbana pero alejada de las elaboraciones centralistas del resto de la república. Aquel estado era entonces escenario vanguardista para las artes, el feminismo y la educación pública. Hija de la radio para la mayoría de los mexicanos que la conocieron, esta canción vernácula alcanza reconocimiento nacional e internacional con Ricardo Palmerín, Pepe Domínguez y (Augusto Alejandro) Guty Cárdenas. Su característica fundamental es el uso preciosista del español a un tempo que recuerda a la jota española, al vals. Dicho momento tiene un muy claro episodio televisado en la persona de Armando Manzanero. Sin duda, el más conocido compositor mexicano para una generación después. A eso le llamamos Trova Yucateca.

3) Ésta de la que hablamos… reconocida por académicos y comunicadores desde los años ochenta como intrínsecamente latinoamericana (no sólo la hispanohablante), la “Nueva Trova” está de manera compleja ligada a la conciencia global que emana de la Guerra Fría y las transformaciones de esa moral en más de seis décadas. Las canciones son resistencia y agencia ciudadana sólo ser entonadas, por ello, llamarlas también “canción de protesta” es algo tan común.

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En la acreditada revista académica de la Sociedad de Etnomusicología, Robin Moore señalaba hace 20 años que nada sustancial había sido escrito para revisar y precisar qué es la trova en términos de historia del arte. Un devenir sin duda necesario y relevante porque hace 70 años que este género existe. La autora recién citada aduce desinterés institucional fuera de Cuba y la imposibilidad de una perspectiva crítica. Dice también que el gusto o preferencia personal por un autor o canción dificulta la distancia y objetividad que la academia persigue y supone alcanzar cada vez que publica sus conclusiones. El riguroso escrutinio que caracteriza a esa historia del arte entonces está aún pendiente.

Se han verificado ya exposiciones en foros tan importantes como el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México donde Jimena Acosta e Inbal Miller curaron una exposición sobre mobiliario y gráfica de Cuba en los años cincuenta y décadas posteriores; el Museo de la Academia Cranbrook en los Estados Unidos toma como punto de partida explícito el verano de 1959 para revisar la fotografía y el interiorismo hechos en Cuba, bajo la argumentación plástica de Abel González y Laura Mott. Ambas, musicalizadas incidentalmente con Silvio, Pablo, don Carlos Puebla. La Revista de Música Latino Americana de la Universidad de Texas en Austin tiene una convocatoria abierta que pide en específico tal artículo. 

Y ahora este documental, reconocimiento y rescate de opiniones y protagonistas para el Festival Longina, que en 27 eneros reúne [28 desde 1997 pero el más reciente no está en el documental] en Santa (Villa) Clara al “Movimiento de la Nueva Trova”: Roly Berrio, Yaima Orozco, Ramón Silverio Gómez, Gerardo Alfonso, Erick Sánchez, Marta Campos… habría que comenzar a reconocerlos.

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Cantautores que se dicen afectados o encantados como en aquella barca medieval, de Trovuntivitis. “Canción artesanal” dicen ellos mismos. Hecho urbano y solidaridad juvenil, dicen otros. Esto es la trova más contemporánea. Longina salió del Periodo Especial, es decir, reclama la cultura como necesidad y espacio para la crítica. Se trata de una “movida poética” en la que no hay reclamo contra el régimen, ni pliego petitorio donde se describa la existencia y sus estrecheces. Hay un lugar primerísimo para la cultura, la palabra y la música. Un compromiso para cantarle al presente; es decir, su justificación última es la misma que vuelve relevante al arte en la Modernidad y hasta nuestros días. No puede consumirse como mero acto de rememoración, no describe una bella época que ya pasó; el arte es reflejo y urgente llamado para las cosas que nos atañen hoy. Así fue también en septiembre de 1973, con Videla y con Galtieri, en la República española. La riqueza fundamental del pietaje que vemos está en las conexiones que dicha música tiene con el jazz, el blues, el rap, el reguetón y otros géneros intergeneracionales y multiculturales. Si algo define al conjunto es cierto malabar y regocijo con el idioma: hay algo de sabor y saber con la lengua. Me refiero al ejercicio de pronunciar castellano y modismos locales, una cosa rítmica y propia del oído que estaba en Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, poco importa si uno sabía que eran la yaguaza y la cachaza (Canción de cuna para despertar a un negrito), nada obsta si uno ignora al Antonio y al Moctezuma de la novela (Concierto barroco). Machado, Miguel Hernández y García Lorca hicieron lo necesario, lo esencial, y Serrat, el más reciente premiado con el Asturias ya 'nomás las cantaba'. Este documental habla del sitio donde tenemos confundidas a todas las musas (la Poesía, la Historia, Erató y Euterpe), con esta película está claro que en la trova sí están ahí esas negritudes, ese barroquismo, esa calma con que dicen sopla la brisa y se mecen las palmeras donde se gestan la lucha y la resistencia. La trova… también es mexicana.

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