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Tierras indómitas: un recorrido cartográfico por la Guerra de Castas
Tierras indómitas: un recorrido cartográfico por la Guerra de Castas
Carmen Saucedo Zarco
Subdirectora de Investigación Histórica, Conservaduría de Palacio Nacional, SHCP.

La Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público cuenta con numerosas publicaciones de las diversas secretarías de Estado del país. Éstas eran sustancial fuente de información de y para la gestión gubernamental. Además, en el fondo bibliográfico se hallan añosas ediciones que hoy nos siguen cautivando por su excelente factura y contenido. Estas piezas de los siglos xix y xx constituyen un rico caudal en el que los historiadores se sumergen para dar cuenta del pasado a la luz de las preocupaciones y conmemoraciones del presente.


En ocasión de los 120 años de la toma del santuario y baluarte de la resistencia maya Chan Santa Cruz por el Ejército federal, se presenta esta selección de mapas provenientes del fondo reservado de la Biblioteca Lerdo y del Acervo Patrimonial de la propia secretaría. Salvo el primer mapa que corresponde a la crónica de viaje, los demás son de procedencia oficial. Éstos reflejan el proyecto de nación y algunas ideas que desde el gobierno se tenían del largo conflicto conocido como Guerra de Castas en la Península de Yucatán, que se desarrolló entre 1847 y 1901. La cartografía aquí mostrada abarca un periodo más extenso, de 1843 a 1922, que ilustra el preludio y la secuela de una madeja de episodios de nuestra historia.

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Map of Yucatan, Frederick Catherwood1



Entre 1841 y 1842, el diplomático y explorador norteamericano John Lloyd Stephens y el dibujante inglés Frederick Catherwood viajaron por la Península con propósitos arqueológicos. En su crónica de viaje, publicada en Nueva York en 1843, Stephens dejó constancia de prácticamente todo lo que vio y oyó. Desde su perspectiva, y seguramente influido por la opinión de los meridanos, los problemas del estado se debían a la “malhadada unión” con la república mexicana. Todavía mejor, la independencia yucateca lo había librado de molestos trámites con el gobierno de México.

Por su parte, Catherwood realizó minuciosos dibujos de los restos de los antiguos edificios mayas que fueron litografiados para ilustrar la crónica de Stephens. Además, tuvo el cuidado de hacer un mapa basado en cartografía española e inglesa, donde señaló la ruta que siguieron los dos viajeros, los nombres de las poblaciones jerarquizadas según su importancia y subrayados los lugares donde encontraron vestigios arqueológicos. Aunque advirtió que la información estaba lejos de ser exacta, el mapa refleja con bastante precisión la distribución de la población, en general, al grado de hacer notar un dato interesante: en el sur y el oriente de la Península se lee “Parts said to be thinly inhabited” [“Partes que se dice que están poco pobladas”].

Durante el dominio español el escaso control sobre la región y sus habitantes se debió, en gran medida, a las condiciones geográficas de la Península de Yucatán, a la enérgica resistencia indígena y al desarrollo de una élite criolla local radicada en las ciudades de Mérida y Campeche, principalmente. El entorno caribeño y sus asuntos le eran más familiares que la política del centro de México.

Antes del estallido social conocido como la Guerra de Castas, Yucatán trataba de definirse como entidad independiente de México. Como país recién independizado de España, México no alcanzó los consensos suficientes para consolidar la unidad federal de los estados de la república, por lo que el viraje hacia el sistema centralista pareció lo más idóneo a fin de remediar los males nacionales en 1835. Sin embargo, los colonos anglosajones de Texas dieron marcha a sus anhelados propósitos de independencia. Por su parte, los federalistas yucatecos proclamaron la independencia de Yucatán en 1840 con la ayuda de los indígenas, a los que prometieron tierras y ciertas garantías ciudadanas. Tras algunos vaivenes e intentos del gobierno central por someter a Yucatán, en 1846 éste volvió a la federación al declararse la república federal.

La unión se vio afectada, nuevamente, durante la invasión estadunidense, pues un grupo de yucatecos de Campeche trató de que el estado se declarara neutral ante el conflicto y evitar tener parte en la guerra. Para presionar al gobernador Miguel Barbachano, hubo un levantamiento en el que participaron cientos de indígenas y que culminó en la sangrienta toma de Valladolid el 15 de enero de 1847.

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Yucatán2



Una de las vías en la consolidación de la idea de Estado-nación es el conocimiento del territorio y su representación. En esta tarea se enfrascó el ingeniero topógrafo Antonio García Cubas, quien publicó, en plena Guerra de Reforma, su extraordinario Atlas donde quedaron patentes sus conocimientos cartográficos y la presentación de los datos estadísticos en una espléndida edición. Éste era resultado de la labor que desempeñó en la Secretaría de Fomento, donde recabó la información que abarcó la geografía física, la económica, la humana y la política del país y los estados de la república.

La cuantificación de los recursos naturales y los detalles del desarrollo industrial eran datos clave para alcanzar el deseado progreso de la población y, por ende, del país. El cuidadoso dibujo de las costas y los accidentes geográficos, por otra parte, reflejaba la intención de la precisión, aunque más todavía, la visualización completa de la conformación territorial de un país que había sufrido la pérdida de su septentrión y que debía preservarse de futuras desmembraciones.

En el mapa correspondiente al entonces estado de Yucatán puede apreciarse el extenso Distrito de Tekax en la porción suroriental de la Península con su escasa red de caminos, vasta región donde, por siglos, la población maya había encontrado refugio y formas de subsistencia ante las pestes, hambrunas, desastres naturales e incursiones de europeos.

El episodio de Valladolid tuvo su continuación cuando diversos jefes mayas decidieron no deponer las armas. En julio de 1847 fue descubierta una conspiración contra los blancos, y aunque el gobierno yucateco aprehendió y fusiló a Manuel Antonio Ay, cacique de Chichimilá, la violencia estalló el 30 de julio de 1847 en el cercano pueblo de Tepich, desde donde la sublevación se extendió con rapidez.

En el ánimo de los mayas habían fermentado las injusticias y el maltrato de largo tiempo atrás, a lo que se sumaron agravios más inmediatos, entre otros, los excesivos tributos y obvenciones parroquiales, el servicio personal sin retribución que prestaban a los blancos y las promesas incumplidas del gobierno. El mestizo Jacinto Pat, tatich de Tihosuco, por ejemplo, quería el trato igualitario entre blancos, mestizos e indígenas, y estaba en favor de la negociación política para conseguirlo. En cambio, el maya cocom Cecilio Chi, batab de Tepich, tenía una postura bélica radical para deshacerse de cualquier autoridad blanca o mestiza. Estas diferencias marcaron el fin de ambos cuando Pat firmó un tratado de paz con el gobernador Barbachano, a lo que Chi se opuso. Éste fue asesinado en 1848 por su secretario y al año siguiente Pat fue muerto por un seguidor de Chi. 

Los blancos replicaron con gran violencia y la guerra tuvo su etapa más cruenta durante los diez años siguientes. Este levantamiento no fue el primero de la secular resistencia maya pero sí el más prolongado y complejo. En la memoria de los mayas persistía el llamado de Jacinto Uc de los Santos –Jacinto Canek– a poner fin al sometimiento de los blancos, lo que llevó a su captura, tormento y cruel ejecución en Mérida, el año de 1761.

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Carta del Estado de Yucatán3



En el Atlas de Rivera Cambas, también de carácter geográfico y estadístico, aparecen algunas anotaciones debidas a su interés en la historia y al fenómeno de la guerra de castas. En sentido diagonal, que cruza la porción sureste de la Península yucateca, señaló: “Indios orientales rebeldes”, una leyenda que aparecía ya en mapas anteriores debidos a otros cartógrafos. También anotó junto a Tepich: “se quemó en 1847”.

Luego de los primeros y devastadores ataques de los rebeldes, el Ejército entró a recuperar las poblaciones en poder de los mayas, quienes se replegaron e internaron en la porción suroriental de la Península en 1850. Tras un combate, José María Barrera, un mestizo y antiguo seguidor de Jacinto Pat, se detuvo en un sitio junto a un cenote y un caobo donde labró una cruz a la que se le atribuyó la capacidad de hablar, y al que llamó Chan Santa Cruz. En la religiosidad indígena, la cruz posee los valores simbólicos cristianos y cosmogónicos mayas, por lo que en torno a este lugar se erigió un santuario guerrero que infundió fe y valor a sus seguidores, los cruzob. Sustraídos de la autoridad civil y de la Iglesia, los cruzob establecieron un cacicazgo con leyes propias. Aunque el lugar fue atacado por el Ejército y el caobo derribado, los cruzob regresaron a reconstruir su santuario. Otros dos cacicazgos se fundaron al oeste de Chan Santa Cruz, Ixcanhá y Chichanhá, cuyos jefes optaron por no continuar la guerra.

En una nueva confrontación de la élite yucateca por las elecciones para gobernador de 1857, la de Campeche decidió escindir de Yucatán el distrito de Campeche e Isla del Carmen para formar el estado de Campeche en 1858. Esto fue propicio para los mayas de Ixcanhá y Chichanhá, pues les permitió defenderse de los cruzob que los consideraron traidores. Esto también quedó plasmado en el mapa de Rivera Cambas, quien en sentido vertical junto a la línea divisoria con Campeche anotó “Indios pacificados en 1852”. 

No omitió indicar sobre el camino de Tekax a Bacalar la ruta que siguió la expedición militar del coronel Patricio O’Horan a Bacalar en 1850. Con estas leyendas en el mapa, el autor daba idea al lector sobre el escenario de la guerra a fin de explicar cómo Valladolid, Izamal y Tekax estaban “amagadas” por la guerra, situación que les impedía contar con mejoras materiales. No explicaba, sin embargo, las razones por las que en ese estado los salarios de los campesinos eran los más bajos del país, ni por qué sólo la industria del henequén mostraba adelantos importantes.

Desde los últimos lustros del siglo xviii las actividades agropecuarias tuvieron un desarrollo desigual según las regiones de la Península debido a los cultivos y explotación de recursos de los que se obtenían beneficios comerciales, el crecimiento de la población indígena y mestiza con una parcial redistribución de ésta en pueblos, ranchos, estancias, haciendas y salinas. A pesar del crecimiento económico, el interior de la Península careció de buenos caminos que permitieran el adecuado abastecimiento y un mercado interno articulado. Además, subsistieron prácticas prohibidas por ley que impidieron a la población maya integrarse a los cambios planteados en las reformas económicas y en las nuevas dinámicas comerciales.

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Carta Etnográfica4



Durante el segundo periodo presidencial de Porfirio Díaz (1884-1888), García Cubas dio a la prensa otros magníficos atlas. Éste, en particular, fue producto de las materias estudiadas anteriormente pero que expuso de distinta manera y con un toque artístico para enfatizar los atractivos del país en trece cartas temáticas. Desde la geografía y la estadística, introdujo temas culturales e históricos como conformadores de la nación, y que tradujo en cromolitografías de atractiva factura. 

También reflejaba la calma en la que había entrado el país después de casi veinte años de terminada la guerra en que la República salió avante de las amenazas exteriores. El país gozaba, por fin, de condiciones favorables para el progreso largamente acariciado. Tales sugerencias estaban destinadas a un público de clase adinerada y a posibles inversionistas extranjeros, de tal manera que se presentaba la mejor cara de lo mexicano.

La carta que nos ocupa es la Etnográfica. Sobre el mapa de la república delimitó las áreas habitadas por cada determinada “familia indígena”, como llamó a los pueblos originarios. Con gráficas de barras mostró la población total, la población “mezclada”, la indígena y la blanca, y por estados mostró la población indígena respecto de la total. Alrededor del mapa, a manera de postales costumbristas, representó a los diversos grupos étnicos. La “Familia maya” la conforman apacibles “Yucatecos” en adornado traje mestizo.

Para los mayas de carne y hueso, la realidad era menos idílica. Al inicio de la Guerra de Castas, el gobernador Barbachano emitió una disposición para expulsar del estado por diez años a los indígenas que fueran capturados con las armas en la mano.  Esto permitió la esclavización de los prisioneros y su venta a hacendados de Cuba, siendo esto tan lucrativo, que no sólo mayas rebeldes fueron comerciados. Esto pudo detenerse gracias al informe que el general Juan Suárez Navarro dirigió al presidente Benito Juárez. En mayo de 1861, Juárez prohibió, bajo pena de muerte, la venta de mayas. Ya miles habían sido enviados a Cuba

Para los liberales del siglo xix, la población indígena del país debía integrarse a la nación a través de la educación y la cultura, en especial la enseñanza de la historia y la lengua nacionales, pues sus costumbres los anclaba a un estado “primitivo” contrario al progreso. García Cubas atribuía el atraso de Yucatán a la belicosidad de los mayas y proponía, como muchos otros pensadores de la época, que el mestizaje era la mejor vía para mejorar sus condiciones, pues, de otro modo, continuarían viviendo al margen de la civilización.

La Guerra de Castas bajó de intensidad en los últimos lustros del siglo xix. Con ello hubo una recuperación poblacional que permitió un acelerado desarrollo del cultivo del henequén, pues, además, se introdujeron y multiplicaron las máquinas que permitían despulpar las pencas con impresionante rapidez. Esto causó la ampliación de las tierras ocupadas para el cultivo, disminuyó la actividad ganadera y también las tierras para sembrar milpa, con lo que se alteró aún más el medio de vida de los mayas.

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“Yucatán”5



En este nuevo Atlas, García Cubas tuvo por objetivo mostrar los adelantos en el rubro de las comunicaciones. Además de la división política y los principales rasgos geográficos de cada entidad, puso al día la información de la red de caminos, los ferrocarriles y el telégrafo. En la carta correspondiente a Yucatán, es notoria la preeminencia del puerto de Progreso sobre el antiguo de Sisal, que aparecía como el principal en el Atlas de 1858.

Fundado en 1856 para dar mejor salida a la producción de la fibra de henequén, Progreso creció al avanzar el siglo, y exponencialmente cuando la vía férrea fue tendida en 1881. La obra se debía, en buena parte, al trabajo del ingeniero y político liberal Olegario Molina, quien fortaleció la infraestructura para aumentar la producción y exportación del henequén. 

Los cruzob habían disminuido el número e intensidad de sus ataques y el Ejército no conseguía afianzar campañas efectivas en su contra; tampoco habían prosperado los intentos de negociación entre los sublevados y el gobierno para poner fin a la situación, de modo que la tensión persistía. No obstante, la riqueza que generó la explotación del henequén permitió financiar caminos y campañas militares mejor organizadas hacia el sureste de la Península, porción del territorio yucateco que aún carecía de los medios de comunicación que en el noroeste se estaban materializando.

Porfirio Díaz estaba a la mitad de su mandato, y maquinaba su reelección bajo las enmiendas constitucionales que se lo permitieran y el ejercicio de un autoritarismo que le granjeara la lealtad de la mayoría de los actores políticos. Parte de la propaganda para asegurarse los apoyos radicaba en el anuncio de los progresos y los beneficios de la paz para transitar al mundo civilizado. El cultivo de su prestigio era indispensable para asegurar su permanencia en el poder y, así, ser considerado como el hombre necesario para el bien de México. Las relaciones entre la capital y el ya no tan lejano estado de Yucatán habían llegado, por fin, a términos cordiales, como parte de una estrategia conciliadora que asegurara ventajas políticas a todos.

Esto abrió la puerta a una mejor colaboración entre el gobierno de Yucatán con el presidente y sus ministros. El conflicto, que seguía vivo, no convenía en ningún sentido para el futuro del país, del estado ni a la persona del dictador. La incorporación de la población maya rebelde a los beneficios de la propiedad privada, la modernización de la vida y la prosperidad henequenera eran urgentes. Y esto motivó al gobierno federal a enviar tropas a la Península. 

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“Plano del territorio ocupado por la colonia de Belice anotado por el Lic. Antonio Espinosa. Año de 1893”.6



Una de las acciones que emprendió el gobierno por vía diplomática fue el arreglo de los límites de Yucatán con Belice, la Honduras Británica. No se trataba del mero trazo de la línea fronteriza, sino de detener el comercio de armas que los ingleses hacían a los mayas rebeldes. 

El artículo II del Tratado sobre límites con Honduras Británicas celebrado entre los Estados Unidos Mexicanos y el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda expresaba: “con el fin de facilitar la pacificación de las tribus indias que viven cerca de las fronteras de México y Honduras Británica, y para prevenir cualquier futura insurrección entre las mismas convienen prohibir de una manera eficaz a sus ciudadanos o súbditos y a los habitantes de sus respectivos dominios, el que proporcionen armas o municiones a esas tribus indias”.
En busca del palo de tinte y maderas preciosas, los ingleses se habían asentado en la Laguna de Términos (Campeche) y en la Bahía de Chetumal a partir del siglo xvii. Desde la isla de Jamaica, de la que se habían posesionado en 1655, se lanzaron a la exploración de los sitios favorables para la extracción y embarcación de la materia prima que combinaron con ataques piratas contra Veracruz y Tabasco. En 1716 fueron expulsados de la Laguna de Términos, pero aumentaron su presencia en la costa oriental de la Península, donde lograron permanecer gracias a tratados signados entre España e Inglaterra.

A pesar de estos acuerdos con sus límites, los ingleses se internaban en territorio yucateco en busca de madera. Durante la Guerra, grupos de mayas sublevados se las proporcionaban a cambio de armas y municiones, con lo que estaban mejor armados que las tropas del Ejército.

Tras la firma del tratado, el gobierno debía asegurar su soberanía previniendo el ingreso de ingleses en territorio mexicano y el cese del comercio de armas, para lo cual comisionó a Othón Blanco, primer teniente de la Armada. En diciembre de 1897 instaló el pontón Chetumal, con funciones de aduana marítima, en la frontera con Belice en la Bahía de Chetumal. 

La misión de Blanco estaba ligada con la pacificación de los rebeldes. Haciéndose pasar por comerciante, en la embarcación recorrió la costa y se internó por algunos ríos donde pudo ver a los mayas y las armas con las que contaban. También dispuso el repoblamiento de la zona y la refundación de Payo Obispo (hoy Chetumal) con las familias yucatecas que habían huido a Belice.

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Carta general de la República Mexicana formada en el Ministerio de Fomento por disposición del Secretario del Ramo.7



La Secretaría de Fomento adquirió preeminencia durante el Porfiriato. Bajo su administración se decretaron leyes de deslinde y colonización de tierras, el comercio y la minería. Uno de los objetivos era poblar las zonas que permanecían baldías y, conforme a esta política, desaprovechadas. Abundaron las concesiones para la ampliación de la red ferroviaria, el telégrafo, así como las obras de saneamiento, las mejoras portuarias y de caminos. El titular de la secretaría rendía un detallado informe anual y, para ilustrar la nación en marcha, mandaba imprimir la Carta General de la República en la que destacan los accidentes geográficos como fronteras a vencer en favor del desarrollo. 

Al finalizar el siglo xix, la rebelión maya no era la única que persistía en el país, pues los yaquis de Sonora se mantenían hostiles, en defensa de sus tierras, contra las autoridades desde tiempo atrás. El gobierno de la república echó mano de variados recursos, además de los militares, para acabarlas, pero éstos no bastaron y el recurso de la fuerza se impuso.

En 1899, el general Ignacio Bravo, quien entonces contaba con 64 años, fue designado para someter las poblaciones mayas del oriente yucateco. Su objetivo primordial era la toma de Chan Santa Cruz. Aunque ya existían tropas federales en la región, Bravo actuó con meticulosidad antes de emprender la campaña y tuvo el cuidado de explorar el territorio, abrir caminos, habilitar resguardos e instalar líneas telegráficas. Su estrategia consistió en cerrar los flancos en torno a la zona y evitar ser sorprendido por los hábiles guerreros cruzob. El avance inició por vía marítima en la Bahía de Chetumal y se internó en la Laguna de Bacalar para continuar la marcha por tierra en marzo de 1901.

La víspera del día de la Santa Cruz, el 3 de mayo, estaba en las inmediaciones de Chan Santa Cruz. Los mayas, que lo vigilaban de cerca, abandonaron la población. El general Ignacio Bravo entró el 4 de mayo al pueblo y comunicó su logro vía telegráfica. El éxito de la operación se cifró en torno a dos fechas importantes, el 3 de mayo, festividad de la Santa Cruz que veneraban los mayas, y el 5 de mayo, la fiesta militar nacional más importante de la generación del Porfiriato.

Desde Chan Santa Cruz, que en adelante se llamó Santa Cruz de Bravo, el general porfirista persiguió sistemáticamente a los mayas que se habían dispersado en la selva. En tanto, para tener control directo sobre aquella extensa fracción de la Península, por decreto de Porfirio Díaz se creó el Territorio Federal de Quintana Roo, en 1902.

Aunque los yucatecos resintieron la pérdida de una buena parte de su estado, la élite se vio beneficiada con concesiones de tierras para expandir las zonas del cultivo del henequén y disponer de más mano de obra indígena. Por otra parte, la explotación chiclera también incidió en el poblamiento y la economía del oriente peninsular.

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“Quintana Roo” 8



La Revolución aplazó los trabajos de las oficinas gubernamentales encargadas de actualizar la cartografía del país. La Comisión Geográfica Exploradora, dependiente de la Secretaría de Fomento, tuvo dificultades en la puesta al día en el registro de caminos, indispensables para la reactivación económica del país que se reponía de la lucha armada. Entre las reformas a la administración pública, esa secretaría sumó a sus funciones el estudio geográfico para servir al reparto agrario, de modo que a partir de 1917 se llamó Secretaría de Agricultura y Fomento.

Luego de muchas dificultades, la Dirección de Estudios Geográficos y Climatológicos logró dar a conocer sus trabajos en un nuevo Atlas. El mapa de Quintana Roo evidenció, nuevamente, un territorio sin los suficientes caminos que permitieran el transporte de mercancías y la salida de las producciones locales. Éstos continuaban siendo los antiguos, sobre todo los que partían de Mérida y de Valladolid hacia Santa Cruz de Bravo. En el norte y en el sur se notan unos delgados hilos: unos correspondían a las rutas abiertas por los chicleros que se movían a caballo y otros, a viejas veredas mayas transitadas a pie.

Aunque la Revolución abrió un nuevo capítulo en las luchas sociales de la Península con la liberación de indígenas y mestizos acasillados en las haciendas henequeneras, no se cumplió la justicia social esperada. Hicieron falta autoridades responsables que vigilaran el cumplimiento de las leyes que garantizaban las condiciones laborales expresadas en la Constitución de 1917.

Santa Cruz de Bravo cambió de nombre a Felipe Carrillo Puerto en 1934, pero nunca perdió su carácter de santuario y baluarte de la resistencia maya.



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Bibliografía


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