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San Juan de Aragón: campo de batalla entre franceses y mexicanos
San Juan de Aragón: campo de batalla entre franceses y mexicanos
Hugo Arturo Cardoso Vargas
Coordinador del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México

De esta famosa batalla entre franceses y mexicanos ya tenía información, incluso muy personal, de “los peñoleros”: los originarios del pueblo de El Peñón de los Baños en la alcaldía Venustiano Carranza, que parecían tenían la patente de esta representación. Aunque en realidad no existe tal situación. En El Peñón la celebración cuenta con una historia y una presencia muy importante en los anales del barrio, del pueblo y hasta de la propia demarcación.

Pero también en San Juan hace aire… o sea que igualmente se representa la batalla de franceses y mexicanos, y ése San Juan es el de Aragón, en la alcaldía Gustavo A. Madero, tal y como lo ejemplifica el trabajo desarrollado por el egresado de comunicación de la fes-Acatlán Ángel Castillo Hernández. Castillo presentó en la sesión del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México del mes de octubre de 2014 una exposición denominada: “Preparen, apunten… fiesta. Comité de Generales de la Fiesta del 5 de Mayo de 2014 en el pueblo de San Juan de Aragón”.

Por eso, a la primera oportunidad me invitó para que lo acompañara a presenciar esta importante fiesta cívica y, sin dudarlo, mi esposa y yo nos embarcamos en un taxi de los que hacen su base en la deteriorada, peligrosa y siempre conflictiva Calzada de Ingenieros Militares. El operador, al llegar a la Avenida Camarones, dio vuelta a la derecha y se enfiló hasta el Circuito para, después de un largo rodeo, finalmente, arribar a Aragón, a la Avenida 506, lugar de la reunión con Ángel. 

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Esto obligó a que Ángel, preocupado por nuestra tardanza y porque ya no esperaba el inicio de la celebración, me llamara al celular –que todavía usaba– como cuatro o cinco veces y mi respuesta siempre era: “Ya voy, estoy cerca”. Ángel no confiaba y volvía a llamar, incluso a pesar de que lo vi de lejos al llegar, su estructura ósea es más que visible a gran distancia, en ese momento entró otra –la última– llamada. Nos saludamos y después nos guió hasta el lugar en donde (el inicio de la celebración ya había concluido en la Plaza Cívica del Pueblo de Aragón) se desarrollaba el acto más importante de la fiesta: el Puerto de Kiel. En este sitio, muy cerca del Gran Canal del Desagüe, se reúnen no sólo los contingentes de franceses y mexicanos, sino también los generales que encarnan a los personajes principales del acto protocolario con el que se intentó detener la invasión francesa: los Tratados de la Soledad.

Ahí se reúnen los generales que representan a los firmantes de esos tratados, después de que los jefes de ambos ejércitos intercambian prisioneros y todo esto atestiguado por las escoltas –integradas exclusivamente por mujeres– de las banderas de México, Francia, Inglaterra y España.

El uniforme más bonito y elegante de todas las escoltas era el de México: las chicas portaban un conjunto de falda y saco de color hueso con vivos y golpes de un amarillo oro que las hacía lucir impecables; todas con botas altas, aunque debajo del saco no había uniformidad porque vestían blusas de cuello mao, de botones y hasta una de ellas iba con una prenda negra y con su imprescindible par de guantes blancos.

La escolta inglesa resultó muy lucidora por las botas altas blancas, y del mismo color era la falda; encima portaban saco rojo con botonadura dorada y todas, salvo una, llevaban un cinturón ancho de color blanco y golpes, vivos, hombreras y guantes blancos. Por su parte, el gorro de la escolta francesa era negro con vivos amarillos; la blusa blanca, todas de cuello mao; saco rojo con botonaduras doradas y hombreras negras y los golpes y vivos amarillos; la falda negra y las botas blancas altas. Todas las chicas portaban gorros tipo “chanchon” o quepís.


Por cierto, en algún momento de la celebración, claro, cumpliendo con la loable –¿a poco no?– misión de registrar en video y en fotos ese momento clave de la firma de los Tratados, me acerqué tanto a las escoltas que –no puedo dejar de decirlo– nunca –ni en el Metro, ni en el Metrobús, ni en las procesiones, ni en la Calle Madero, cuando se vuelve intransitable– me sentí tan ultrajado, maltratado y vilipendiado (ya no le sigo) como lo fui por esas, aparentemente, indefensas mujeres jóvenes que integran las escoltas.

Me explico. Como ya dije, me acerqué tanto a las escoltas, porque un par de personas se colocaron entre la mesa de la firma y yo, lo que me obligó a empezar a buscar un mejor ángulo para mi trabajo fotográfico. Poco a poco me fui alejando de la alambrada hasta que caí en manos –fuertes, ofensivas y no sé si coordinadas– de las abanderadas, que me invitaron –con evidente lujo de violencia– a abandonar ese espacio. Porque no fueron una ni dos sino como veinte, exagero, pero si fueron muchas las que casi en vilo me colocaron fuera del espacio festivo. Esto no me había pasado nunca ni con los danzantes Aztecas, Concheros, Santiagos ni de otra especie ni en medio de las procesiones o de las chinas oaxaqueñas ni entre las morismas. Pero siempre hay una primera vez y, ¡vaya!, ¡qué inolvidable primera vez!


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Una vez fuera de ese espacio, me trasladé detrás del escenario y me encontré con un camellón y dos largos tramos de malla del otro lado: lejos, muy lejos de las señoritas de las escoltas. Aquí reinicié mi actividad con fotos y video, aunque con el mismo problema de la gente que interfería en mi trabajo. El escenario estaba al final del camellón de la Calle Puerto Kiel y lo integraban un templete con una mesa y varias sillas y encima una lona con la leyenda: “152 Aniversario de la Batalla de Puebla 5 de Mayo de 1862”, del lado derecho el (viejo) logo de la Ciudad de México y del izquierdo el de la alcaldía. 

En fin, concluyó el acto de la firma de los Tratados de la Soledad y, consecuentemente, al no ser reconocidos por los jefes franceses se declara la guerra y los contingentes se dirigen a la Avenida 412 (en realidad es Avenida Río Guadalupe, se transforma su continuación en San Juan de Aragón y, finalmente, 412 después de cruzar la Avenida José Loreto Fabela), después de atiborrar el Puerto de Palos, lanzando gritos de “Mueran los mexicanos”, exclamados por los franceses, o Zuavos, y “Mueran los franceses”, por los distintos grupos que militan bajo la bandera nacional, como los Zacapoaxtlas de Puebla o Nacos y Colorados, que lucen orgullosos su vestido humilde al compararse con el del ejército francés.

Las tropas se apropiaron de distintos lugares de la Avenida y, a causa de las descargas de los (pequeños) cañones, los vecinos se manifestaron de muy diversas formas; porque a cada descarga se corría el riesgo de que los vidrios de las ventanas se estrellaran o estallaran en pedazos, poniéndolos en riesgo. Así, desde el puente peatonal, y a pesar de la malla protectora, logré algunas fotos con el gentío que se arremolinaba o avanzaba poco a poco a causa de las escaramuzas individuales o de los tiros de las réplicas o de los cañones.

Llegamos hasta la Plaza Cívica, o Jardín Revolución, junto a la parroquia de San Juan Crisóstomo; en este lugar se erigió un monumento al general Ignacio Zaragoza. Conforme llegan los contingentes, y durante todo el recorrido, no dejan de escucharse las detonaciones que producen las “chispas”, o réplicas o cazolejas, y los cañones. La plaza se va llenando poco a poco de Zuavos, de Nacos, Colorados y Zacapoaxtlas. El Comité de los Generales da las últimas indicaciones, en medio del griterío, los tiros y la enorme expectación que se genera entre los asistentes. Los franceses aprovecharon para hacer una descarga general y los mexicanos no se quedaron atrás y respondieron también con otra descarga que llenó el aire no sólo del estrépito de los sonidos sino, además, de una enorme cantidad de humo que ennegrecía a los asistentes.

Concluyó la celebración gracias a un grupo musical que amenizó el momento e invitó a todos a bailar; y ahí veían a Zuavos, Nacos y Colorados, con sus parejas, con o sin su uniforme, pero en un caos muy ordenado. Por cierto, en el escenario apareció un personaje bastante tétrico que, machete en mano, atemorizaba a los presentes, y más porque a su espalda lucía una bella muñeca unida a su cuello por un paliacate.

Después, nuestro guía nos llevó a los sitios que ya conocía porque en medio de los generales iba y venía por esos lares, y concluyó nuestra visita en el pueblo de San Juan de Aragón con el breve recorrido de un mojón de gran valor histórico, sin duda, porque a pesar de su evidente deterioro se pueden apreciar algunas palabras, en especial los números del año 1738. Espero que las autoridades correspondientes tomen cartas en el asunto y rescaten este monumento, del que, por cierto, la población no sabe ni su origen ni su papel en y para el pueblo de San Juan de Aragón.


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