lupa
Las casas de recogidas
Las casas de recogidas
Isabel Juárez Becerra
Cofundadora de la Red Iberoamericana de Historiadoras

Historias de castigo y redención configuraron a las casas de recogidas, adonde se enviaba a las mujeres que, en los tiempos novohispanos, ofendían a Dios, al rey o a la sociedad. En sí, estas casas podían ser de tres tipos: las de penitentes, que acogían a públicas pecadoras que de forma voluntaria deseaban redimirse; en las de índole preventivo se daba atención a viudas, huérfanas y esposas con maridos ausentes, ya que por sus circunstancias se consideraba que necesitaban de amparo y protección, por lo que su propósito principal consistía en brindarles los servicios básicos de subsistencia para evitar que cayeran en la prostitución; otros establecimientos eran los de tipo correctivo, que recibían a las transgresoras remitidas por las autoridades seculares o temporales, con la finalidad de infringirles un castigo, pero con la intención de procurar la salvación de sus almas, por lo que antes de ser calificados como sitios de escarmiento, eran percibidos como espacios de caridad, en beneficio de aquellas descarriadas.1 En las siguientes líneas me enfoco en estas casas de recogidas de ideal punitivo.

No era de extrañar que María Magdalena fuera la patrona de esas instituciones, pues con el encierro del recogimiento, los rezos y la expiación, la institución pretendía recuperar el alma de las pecadoras, y era aquella santa el mejor ejemplo para incentivar la fe en la redención, ya que estaba identificada con una vida de pecado-arrepentimiento-conversión.2 Al contrario del prototipo de las santas que alcanzaban esa distinción por haber enfrentado el martirio o por guardar un perfecto estado virginal, la santidad de las arrepentidas se asociaba en mayor medida a una mujer, la más icónica: María Magdalena, no obstante, dentro de este modelo también se encontraba María Egipciaca, Tais, Afra y Pelagia, entre otras. Todas ellas, con sus oraciones y una perseverante penitencia, lograron el mismo grado de excelencia moral que aquellas que desde su infancia se entregaron a Dios. El tipo de santidad que se evocaba en las casas de recogidas manifestaba la peligrosidad de las mujeres por su sexo, además mostraba de forma latente la posibilidad de alcanzar la mística conversión. La imagen devocional por este personaje condensaba valores, ideales y aspiraciones que nos permiten comprender la finalidad institucional de las casas de recogidas, así como la dirección y articulación espacial de los establecimientos. En los territorios novohispanos, las dos residencias de mayor capacidad, la de Puebla y la de Ciudad de México, se dedicaron a María Magdalena.

1
 

 

Las casas de recogidas de orden correctivo proliferaron por villas y ciudades de la Nueva España a finales del siglo xvii3 fueron promovidas por diferentes autoridades de tribunales eclesiásticos o seculares. En aquellos momentos, las cárceles de hombres y mujeres poseían un sentido distinto al actual, pues su primera función radicaba en ser un lugar para resguardar a las personas que enfrentaban juicios, esto con el objetivo de que no escaparan; por este motivo se concebían desde su carácter transitorio, ya que los retenidos permanecían ahí hasta que se emitía la sentencia formal. En cambio, en las casas de recogidas se consignaba a las que ya habían recibido condena definitiva, por lo tanto, eran instituciones para expiar la pena. Una vez que se enviaba a las transgresoras a estos lugares, las reas pasaban a ser “rematadas”, pues no tenían oportunidad de presentar mayor recurso ni apelación a instancia superior que les permitiera variar el fallo de los jueces. Por su finalidad espiritual y la necesidad de contar con un sitio para que las mujeres pudieran experimentar el castigo, las casas de recogidas se volvieron indispensables en la administración de justicia.

Procurar el escarmiento de las transgresoras se convirtió en un elemento útil si se quería lograr redimir las almas. Por lo tanto, a las casas de recogidas, antes de ser concebidas como espacios de castigo, se les valoró como instituciones de caridad, pues su último fin era recuperar almas para Dios. Aunque las rematadas padecieran el encierro y se les atormentara físicamente con cadenas, grillos, mordazas, cepos y flagelos, en la cosmovisión católica de aquella época el martirio del cuerpo era una forma de limpiar los pecados, mostrar arrepentimiento y cumplir la penitencia. Este camino institucional era el medio que permitiría a las recogidas volver a ser dignas de la amistad con Dios y salvaría su alma de las llamas del Infierno o el purgatorio.

Una reclusión forzada evidenciaba que las rematadas habían transgredido el núcleo de su primer recogimiento, su casa y hogar; esto significaba que mancharon el honor familiar y dieron ocasión al escándalo, por lo tanto, carecían de honra y buena reputación, de esta forma la estadía en las casas de recogidas denotaba la infamia de sus habitantes. No obstante, esa estancia era lo que les permitiría a las autoridades implementar un programa integral que tenía la función-intención de corregir las costumbres de las mujeres a través de una rígida disciplina horaria, prácticas devocionales y actividades propias de su sexo. El recogimiento, entonces, sólo era un medio para lograr la reformación pretendida y la restitución de la amistad con Dios, por lo que, a pesar de ser forzado, el encierro no era el fin último del castigo, sino un preludio para la conversión. 

Estos espacios poseían una connotación mística por su encauzada intención de procurar la salvación de las almas. Sin embargo, su proliferación no sólo obedeció a los fundamentos religiosos, sino a la exaltación que se dio al honor de las mujeres, ya que era un bien estimado por la sociedad. Asimismo, el acto de “guardar recogimiento” y retirarse al encierro representaba una oportunidad para que las pecadoras y las delincuentes se alejaran de los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne. Además, mantenerse en las casas de recogidas les permitiría experimentar la contrición, expiar sus culpas y fomentar un mayor estado de meditación y de unión con Dios, lo que a su vez infundiría en ellas el recato, la modestia y un comportamiento decente.


2
 



Colocar a las transgresoras en un espacio determinado serviría para erradicar y reformar las malas costumbres de las mujeres, pero también para evitar el mal ejemplo y el escándalo en la sociedad. Desde esa visión, las casas de recogidas no eran un sitio para “privar de la libertad”, como se fundamenta actualmente el sistema penitenciario, sino un espacio idóneo para que las recluidas pudieran redimirse a través de un recogimiento forzoso, acompañado de oraciones, lecturas piadosas y ejercicios espirituales. En las casas de recogidas, las rematadas realizaban faenas propias de su sexo, pues en la mayoría de las ocasiones tuvieron bajo su encargo la responsabilidad de elaborar los alimentos que se ofrecían a los presos varones; esto significaba realizar acciones repetitivas como la molienda del maíz, la elaboración de las tortillas y los guisos, y de esta manera se introducía el cansancio, el dolor y el desgaste físico por las labores del metate y el humo de las hornillas, lo que mermaba su salud, ya que se dañaban la espalda, los pulmones, las manos. Estos sufrimientos constituían los espacios de representación de lo que era vivir el encierro, el castigo, la disciplina y la redención. Así, a cada minuto se infundía el espíritu mujeril de la época, la religiosidad y la idea de corrección a partir de un sometimiento forzado.

Durante el proceso de Independencia, las casas de recogidas fueron utilizadas por las autoridades regias con la finalidad de minar las fuerzas y las bases sociales de los insurgentes. En el contexto de excepción que significó el movimiento armado, la contención de mujeres relacionadas de manera real o ficticia con las turbas de rebeldes evidenció que la intención de las casas de recogidas ya no era en primera instancia la mística conversión, sino que el encierro se instrumentó como una medida estratégica para socavar los brotes insurrectos. En esa dinámica, los establecimientos de Puebla y de la Ciudad de México tuvieron mayor concurrencia, por su capacidad y porque se encontraban en ciudades bajo el dominio de las tropas del rey, pues, aunque había varias casas de este tipo en la región de Guanajuato, muchas de las detenidas en esas áreas eran enviadas a instituciones distantes, para evitar motines.

Con la consumación de la Independencia y la posterior formación de los estados, las casas de recogidas pasaron a formar parte de los sistemas carcelarios estatales, por lo que continuaron en funciones como espacios de castigo para mujeres. Para ese momento, comenzaban a permear en México las ideas del sistema penitenciario, que buscaba la corrección de los presos a través de la privación de la libertad, el trabajo remunerado y la educación, con la intención de restituirlos en la dinámica del pacto social. Con estos cambios, el espacio carcelario encarnó nuevos valores, atributos particulares y diferentes texturas. Así, desde distintas aristas, los espacios de castigo para hombre y mujeres coincidieron en su objetivo de corregir las costumbres de los y las transgresoras, pero por medios divergentes. 

La idea de corregir y reformar, a partir de un proceso que conjugaba el encierro con las actividades en los talleres, tenía como meta infundir el sentido de propiedad en los presos, esto a través de la corta remuneración que obtenían de su jornada; el trabajo se instituyó como catalizador del orden, la disciplina, la corrección de las costumbres, y era la forma de reconstruir al hombre económico. En el caso de los hombres, este modelo resultaba novedoso. Para las mujeres presas la corrección se cifró en la práctica del recogimiento y en la sujeción a las faenas mujeriles, pero no hubo la intención de reformarlas desde labores remuneradas o con la instrucción letrada. El ciudadano, al transgredir el pacto social, perdía sus derechos políticos, sociales y económicos; el individuo transgresor, castigable, requería un espacio para purgar su pena y que al mismo tiempo le permitiera reincorporarse a la sociedad sin sus conductas perniciosas, pero sin que en la cárcel sufriera una afrenta su humanidad. La racionalización del recinto penitenciario procuró satisfacer estas premisas, propias del pensamiento penal ilustrado.

3
 



Sin duda, las instituciones son un desdoblamiento de las sociedades que las conciben, por lo que replican los principales valores, normas e ideales sociales. En las casas de recogidas no se experimentó la visión masculina de reformar al ciudadano-sujeto de derechos. Los escenarios de éstas acusaban una realidad diferente, motivos de detención distintos y por lo tanto precisaban una manera particular de corrección. Al interior del hogar/casa/familia las mujeres eran sujetos subordinados, dedicados a las labores propias de su sexo, sin capacidad económica reconocida, con educación letrada rudimentaria, pero con una mayor instrucción moral, sin poder ni voluntad propia. En la representación del espacio punitivo quedó replicado ese modelo de feminidad. Las procesadas fueron sometidas a realizar trabajos forzados y extenuantes en el metate y el fogón, en beneficio de la República, no recibieron gratificación por las jornadas y no les fue extensiva la formación educativa. En sí, las formas de condena que se aplicaban a cada género refrendaban el deber ser de su condición femenina o masculina. Las recluidas en las casas de recogidas, cual esposas, preparaban los alimentos que se destinarían a los presos de la cárcel pública o de las nuevas estructuras penitenciarias; desde las tareas femeninas enfrentaban el castigo y la corrección.

En el libro De la salvación del alma al régimen penitenciario. La Casa de Recogidas de Guadalajara (1745-1871), editado por El Colegio de Michoacán, pueden ahondar sobre la historia de las casas de recogidas, conocer más acerca de las prácticas y discursos de las formas punitivas de encierro que experimentaron las mujeres en el entrecruce del sistema novohispano y durante la construcción y consolidación del Estado mexicano. En la obra, la historia de la institución se estructura a partir de tres enclaves: la dimensión espacial de las casas de recogidas, las experiencias diferenciadas de sus habitantes y las ideas e intenciones que las autoridades proyectaban del lugar. Así, se da cuenta de las maneras particulares en las que aquellos cuerpos femeninos enfrentaban, vivían y sentían los muros del recogimiento, del mismo modo que se reflexiona sobre la forma en la que la arquitectura y la disposición del espacio influían en la configuración de la reclusión, de la pena, la justicia y la corrección. 

Bibliografía

Muriel, Josefina, Los recogimientos de mujeres, Respuesta a una problemática social novohispana, México, unam, 1974.

Sánchez Ortega, María Helena, Pecadoras de veranos, arrepentidas en invierno. El camino de la conversión femenina, Madrid, Alianza Editorial, 1995.

Van Deusen, Nancy E., Between the Sacred and the Worldly. The Institutional and Cultural Practice of Recogimiento in Colonial Lima, California, Stanford University Press, 2001.

4