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La fiesta del Barrio de San Pedro, Iztapalapa
La fiesta del Barrio de San Pedro, Iztapalapa
Hugo Arturo Cardoso Vargas
Coordinador del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México

En pocas ocasiones es posible reunir en una misma persona dos papeles distintos como es el que representa Ángel De la Rosa Blancas, porque aparte de ser cronista de su entrañable barrio de San Pedro Apóstol en Iztapalapa, nos invitó –a mi esposa, a mi hija y a mí– a la fiesta en honor del santo patrono del lugar. La razón es que, después de una larga espera, por fin, los mayordomos que integraban el Comité le otorgaron, junto a su familia, la enorme responsabilidad y –al mismo tiempo– gran satisfacción de recibir en su casa a San Pedro. Por ende, durante un año sería el mayordomo y guardián de quien lleva las llaves del cielo.
A Ángel lo conocí durante el Primer Encuentro de Historiadores y Cronistas que con el tema: “La fiesta patronal en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México” organizamos tanto la Asociación de Cronistas del Distrito Federal como el Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México en octubre del 2009. La participación de Ángel De la Rosa se tituló: “Festividad y representación en torno al Señor de la Cuevita”.

A partir de ese primer encuentro y entre las tantas andanzas en torno a la crónica en que coincidimos me pareció que su tono combativo era señal, inequívoca, de su raigambre en un barrio o en un pueblo originario de la Ciudad de México. Desde ese momento coincidimos en varios asuntos y por eso asistió a algunas sesiones académicas del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México.

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Pero regreso a su papel como mayordomo en la fiesta de San Pedro. Nos invitó a acompañarle en ese acto tan importante para él y toda su familia y allá vamos a buscar el camino a Cuemanco, en plena Alcaldía Iztapalapa. Bueno, eso decía un pequeño letrero que Ángel nos dio como referencia para poder llegar a su hogar. Descendimos del taxi porque desde la unidad lo vimos ahí en la puerta de su casa y bajo un sencillo pero bello arco floral, sonriente –como casi siempre desde que lo conozco– afable y saludando a los que íbamos llegando.
 
Su casa es amplia –como casi todas las casas de los pueblos y barrios originarios– tan amplia que caben más de 500 sillas y unos cuantos coches en el patio trasero. Nos guio en un breve recorrido por su casa y nos presentó a su numerosa familia, aunque faltaban sus hijas y su esposa. Nos invitó a apreciar los cinco o seis cazos, pero “señorones” (enormes) cazos, que contenían los tamales que estaban en plena cocción. Todavía observamos a algunas mujeres terminando de envolver los últimos tamales que, llevados por varones, pasaban a manos de las señoras que amorosamente los colocaban en otro bote.

Una vez concluido el recorrido, nos ubicamos al lado izquierdo del portón, en un pequeño jardín, y aprovechamos para hacerle una entrevista al cronista y mayordomo Ángel De la Rosa Blancas que sólo fue interrumpida por la llegada de sus pequeñas y su señora esposa.

Fuimos testigos de que poco a poco la casa de Ángel fue insuficiente para albergar a todos los que llegaban. Primero fueron los técnicos de audio que instalaron un enorme par de bafles unidos a la consola no menos enorme a través de cables y más cables, muchos metros de cables. Después fueron muchas manos que ayudaron a colocar por lo menos tres centenas de sillas en el patio grande del que ya hablé y en el que se encontraban estacionados varios autos y hasta un autobús un poco destartalado por el desuso. Más adelante nos dimos cuenta de que bajaron de varios coches lo que supimos era la “compañía” de la comida y en lugar de una entrada triunfal, fue más o menos discreta. El pulque que daba valor y volumen a un vitrolero de gran tamaño fue cautelosamente remitido a la enorme cocina de humo donde se encontraban los cinco o seis cazos con los tamales en pleno proceso de cocción y nosotros admirando todo ese trajín.

Abandonamos la cocina, después de aceptar un vaso de pulque con el inconveniente de que al servirlo quien lo hizo introdujo sus dedos en el vaso, pero todo lo valía ese “curadito”. Vaso en mano nos dirigimos al patio grande donde ya estaban ocupadas casi en su totalidad las sillas y aún había personas que decidieron nunca ocuparlas. Como nos manteníamos lo más cercano posible a nuestro anfitrión, nos reunimos con él para ver que la familia completa se congregara antes de la entrega formal por parte de la Comisión de la Capilla de San Pedro y con este acto íntimo y familiar iniciara la celebración pública abierta a todos los que aceptamos la invitación y acompañamos a la familia De la Rosa a ver realizada una aspiración, y dar cumplimiento a la promesa elevada a su santo patrón. Parte de la familia concluían los detalles para embellecer la sala que sería por los 365 días siguientes el lugar de culto de San Pedro Apóstol.


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En la primera oportunidad Ángel nos invitó a acompañarlo a la casa –muy cercana– en donde había permanecido en un lugar muy importante y pleno de flores e imágenes religiosas –incluida una bella Biblia– la escultura de San Pedro en custodia de sus fieles, y ahí sacamos fotos del altar familiar y de algunos de los miembros de la familia Buendía Ramírez, que nos lo permitieron. Al llegar no encontramos vestigios de una gran comilona por iniciar o que ya hubiera concluido; así que la comida de despedida debió ser muy temprano. Lo que estaba en su apogeo era la Súper Banda Nativa –luciendo traje color caqui con una camisa en tono mamey que combinaba con el “ponchado” en la espalda del nombre de la Banda– a pesar de que la gente entraba y salía o sólo cruzaba el patio, sin darle importancia a sus interpretaciones musicales, llegaba hasta el altar, hacía los honores correspondientes y abandonaba la casa. En fin, ni un refresco nos invitaron los vecinos… Será para la próxima.

Una vez que regresamos vimos a todos listos para iniciar la celebración con la que la Comisión entrega y responsabiliza públicamente a la familia que va a recibir a San Pedro. Se nos invitó a acompañar –en una pequeña procesión– a la familia De la Rosa hasta el lugar de encuentro entre el mayordomo (con su familia) que entrega a San Pedro al mayordomo del ciclo 2011-2012, que recibe también con familiares y amigos. Cada grupo llegó por distinta ruta a ese sitio, a pesar de que eran predios separados por tres o cuatro lotes.

Los primeros en avanzar fueron los mayordomos Buendía Ramírez que entregaban, y tomaron la Calle Cuemanco con familiares, amigos y vecinos, después Tecorrales, Callejón del 57, Allende y Cuauhtémoc. La procesión de la familia De la Rosa avanzó por otra ruta y llegó casi al mismo tiempo a la esquina de las calles Cuauhtémoc y Mariano Escobedo. En este sitio, según la tradición, se realiza una ceremonia que a pesar de mi intención no pude registrar; era mucha la gente que intervenía y que sólo observaba. En ese lugar se hace la entrega y la recepción de la escultura de San Pedro y las procesiones retornan por el mismo camino por el que llegaron a la cita. Por cierto, también se entrega la escultura de Jesucristo en su advocación del Sagrado Corazón.

Ahora nos unimos a la procesión de la familia De la Rosa y avanzamos por Mariano Escobedo, Primavera, Callejón del 57 y llegamos a la Calle Cuemanco hasta la casa de Ángel, donde el trajín era intenso por los últimos arreglos; el ir y venir de manos ocupadas cargando mesas, sillas; por las órdenes y contraórdenes de colocar aquí, mover allá, incitar a los invitados a colocarse en los lugares en que no estorbaran el tráfico de bienes y personas. Era un verdadero hormiguero. A los fieles se les pidió que hicieran dos filas sobre la calle para que se le rindiera veneración a San Pedro, antes de ingresar en el domicilio de la familia De la Rosa Blancas y en medio de cohetes y porras avanzaron las imágenes principales, además, de muchas otras de menor tamaño que se fueron agregando.

Una vez que entraron los actores principales se hizo pública la entrega de la imagen de San Pedro por la familia Buendía Ramírez a la familia De la Rosa Blancas y los testigos fuimos todos los presentes. Enseguida ingresaron las imágenes y en una ceremonia protocolaria más íntima, presidida por la Comisión, se confirmó el compromiso y la manda que la familia de Ángel –por cierto, su intervención fue muy emotiva por recordar a su recientemente fallecido padre don Florencio– cumpliría por el próximo año.

Antes de despedirse, los de la Comisión invitaron a los fieles a reverenciar a San Pedro Apóstol y vaya que la fila era enorme; la ceremonia concluyó cuando la Comisión se despidió de la familia y de San Pedro. Momentos después empezaron a correr tamales por todos lados; luego litros y litros, ya de atole ya de refresco, que disfrutamos los comensales. La música estuvo presente en todo ese tiempo porque la Súper Banda Nativa amenizó en todo momento la fiesta de San Pedro Apóstol de Iztapalapa. Nosotros, aprovechando la noche, nos despedimos dando gracias a Ángel y a su familia por su hospitalidad y a San Pedro por permitirnos asistir a su fiesta.

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