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La fiesta de Nuestra Madre Santísima de la Luz
La fiesta de Nuestra Madre Santísima de la Luz
Hugo Arturo Cardoso Vargas
Coordinador del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México

Lo primero que llama la atención de la Catedral Basílica Metropolitana de Nuestra Madre Santísima de la Luz, en León, Guanajuato, es el imponente interior que se oculta por una muy modesta fachada y un espacio bastante pequeño en comparación con otras catedrales. Fue declarada catedral desde el año de 1864, cuando el papa Pío IX creó la Diócesis de León, y como Basílica Menor en 1920 por el papa Benedicto XV. La planta es de cruz latina con una sola nave de 72 metros de largo por 13 de ancho. En el crucero se ubican dos altares menores dedicados uno a la Inmaculada Concepción y el otro a la Virgen de Guadalupe. En la planta de la nave existen otros altares, dedicados a la Virgen de Loreto, Ecce Homo, Virgen de la Soledad, Cristo Rey y san José. Pero, sin duda, destaca el hermoso y deslumbrante estilo neoclásico. 


El interior estaba lleno de luces que provenían de innumerables lámparas que colgaban del techo y provocaban un juego intercalados de sombras que daban al conjunto esa sensación de luz en lo alto y en lo bajo del templo, pero en medio la penumbra era evidente. También la luminosidad se debía a los arbotantes que salían de sus paredes. Finalmente, las luces de las veladoras al pie de los distintos altares y el enorme cirio pascual completaban el conjunto.

Como muy simplificada portada floral, en la puerta principal de la catedral aparece en el lado derecho un bastón de mando elaborado con cucharilla y adornado con flores multicolores que presentan a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo con unos angelitos en la parte inferior a nombre de Danza Azteca Espíritu Santo y del lado izquierdo un bastón muy semejante pero ofrendado por Danza Azteca Macuilxóchitl.

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La catedral estaba abarrotada, a las 12 horas, porque iniciaría la Misa Mayor. Así, después de participar en la Eucaristía permanecimos en el interior del templo observando el ir y venir de la feligresía. Decidimos salir a comer, pero muy cerca de la catedral para no perder tiempo, y fue en un sitio en el tramo de la calle Hidalgo convertido en Andador que comunica con la Plaza de los Fundadores o Fuente de los Leones. El lugar era bastante limpio y la comida buena, con una atención sin mucho de qué quejarse y un precio módico.

Como no había muchas opciones para nuestro limitado tiempo, regresamos a la catedral para ver qué seguía en cuanto a la fiesta de Nuestra Madre Santísima de la Luz. Por fin, como a las 16:10 horas apareció el primero de los cinco grupos de danzantes aztecas y concheros que se posesionaron de la esquina formada por las calles de Obregón e Hidalgo; media hora antes todo era una vorágine de desorden y caos.  El grupo vestido de rojo ––pero a la usanza de los pieles rojas norteamericanos––, con integrantes esencialmente jóvenes y en una aparente equidad de género entre varones y mujeres; por cierto, se llamaba La Danza de la Santa Cruz y además de los instrumentos tradicionales uno de sus principales ejecutaba, al tiempo que danzaba, un banyo: una verdadera novedad entre los danzantes. Del grupo integrado por 25 parejas (más o menos) destacaban dos pequeñas que, sin separarse durante sus evoluciones, no llegaban a los cinco años de edad y ya se mezclaban con los danzantes mayores.

Después llegó acompañado de banda de guerra y de otro grupo de danzantes aztecas ––que nunca supe su nombre–– el gremio de los tablajeros, el más importante para la festividad. Dos pendones de dos distintos gremios de tablajeros entran al mismo tiempo a la catedral: la Unión de Tablajeros y el de Productores y Tablajeros. Aunque pregunté a varios asistentes nadie me pudo decir por qué a los tablajeros les corresponde el honor de cargar la imagen de Nuestra Madre Santísima de la Luz en su breve trayecto del interior de la catedral al Sagrario ubicado frente al Portal Aldama y en la esquina de la Plaza Principal. Ahí se oficia la misa y, una vez concluida, los mismos tablajeros regresan con su preciosa carga a la catedral y colocan la imagen en su interior.

Pero mientras los tablajeros ingresaban en la catedral y tomaban todas las disposiciones necesarias para iniciar la procesión de la Madre Santísima de la Luz, en las dos calles que hacen esquina se fueron reuniendo otro grupo de danzantes y luego otro, La Danza Macuilxóchitl, luego La Danza del Espíritu Santo hasta llegar a cinco danzas que obligaban a turistas, curiosos y fieles a desparramarse en su entorno. 

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Así, les era posible a las personas que después de contemplar un momento a un grupo se dirigieran a otro, para lo cual sólo necesitaba girar 180 grados para encontrar a otra danza y, claro, si quería ver a las otras debía caminar, pero no más de 30 pasos. Ahora eran los enormes tambores y los cascabeles además del banyo los instrumentos que interrumpían el silencio, además de las expresiones y gritos que lanzaban los danzantes al iniciar o concluir un conjunto de evoluciones, especialmente, su célebre ¡Él es Dios!

De entre los danzantes una mujer de piel muy blanca llamó mi atención, sobre todo porque al danzar no lo hacía como la mayoría de sus compañeros ––incluso sus tres hijos–– en una posición erguida, pues su torso se inclinaba en una verdadera actitud de reverencia y me recordaba que las danzas aztecas, de concheros o de apaches son, realmente, danzas de reverencia y fervor hacia la imagen religiosa a la que se le rinde culto. 

En ese momento salían los tablajeros con su valiosa y emotiva carga y mi esposa acompañó su marcha, muy cerca de la Madre Santísima de la Luz, hasta llegar a depositarla frente al Sagrario. Mientras tanto, me acerqué lo más que me era posible a los tablajeros convertidos en cargueros de la Madre Santísima de la Luz para poder tomar fotografías y videograbar sus movimientos. Incluso, recuerdo que no se dieron cuenta de que la imagen estaba a punto de romper ––bueno, tal vez exagero–– o al menos chocar con unos cables sobre la calle Madero, justo cuando iban a dar vuelta para iniciar su marcha por Obregón. Así ––antes de que percibieran el peligro––, les avisé del riesgo y debieron bajar el enorme cuadro de la Virgen y las andas, que en sus rostros se denotaba que pesaba mucho. Siguieron su marcha y la danza colocada en esa calle se abrió para iniciar la breve, por necesidad, muy breve, procesión y escoltar a la Virgen. Por cierto, ésta fue la única danza que ingresó en la catedral sólo detrás del gremio de tablajeros.

La procesión la iniciaba la banda de guerra de las Milicias de San Miguel Arcángel y seguían los integrantes de La Danza de la Santa Cruz, con sus vestidos rojos muy llamativos, después el cabildo eclesiástico, y luego los cargueros con la imagen de la Madre Santísima de la Luz y al final una enorme cantidad de feligreses cerraban el contingente. La procesión cruzó la calle de Obregón, siempre sobre Hidalgo, entre la Fuente de los Leones y la Plaza Principal hasta llegar al Sagrario en donde la preciosa carga se fue moviendo poco a poco hasta quedar de frente a la Plaza Principal en donde ya se concentraban una enorme cantidad de fieles que sólo esperaban la llegada de la Madre Santísima de la Luz para buscar el mejor lugar y escuchar la misa que oficiaba monseñor José Guadalupe Martín Rábago, obispo de León desde 1995.

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La multitud de fieles se multiplicaba y también la actividad de los monaguillos y todos los que ayudaban a instalar un muy decente, pero siempre improvisado, altar. En lo que esto pasaba me dirigí, otra vez, a la catedral pero rodeando la Plaza Principal y una vez enfrente del imponente edificio pude observar que los danzantes continuaban sus evoluciones a pesar de que era ya poca gente, de hecho sólo los que les acompañaban, amigos y familiares, estaban en su entorno. Durante ese recorrido me di cuenta que la vida de la mayoría de la población de León seguía con su cotidianidad. Porque había consumidores que compraban en los distintos lugares que ofrecían muy pero muy diversos productos, desde comida rápida o chatarra hasta ropa, sin faltar las tiendas de conveniencia y las imprescindibles zapaterías que tanta fama le dan a la ciudad.

Regresé al Sagrario para observar si ya iniciaba la misa y todavía no se organizaba todo lo necesario. Así que esperé el inicio y una vez que concluyó el acto litúrgico me reuní con mi esposa y nos dispusimos a abandonar León. Pero al buscar un vehículo que nos llevara a la terminal de autobuses nos tropezamos, grave error, con una tienda en donde vendían todo tipo de hilos, tejidos, dulces regionales y hasta bebidas. Y mi esposa, como buena, y especialmente, ama de casa, no pudo resistir el comprar una colcha, una cobija y no recuerdo que más. Creo que hasta un mantel. En fin, después de recorrer de cabo a rabo la tienda y al ya no tener más recursos para comprar otros objetos salimos del local y nos dirigimos a la terminal.

No pudimos saber qué otros elementos litúrgicos, festivos, gastronómicos y luminosos formaban parte de la festividad a la Madre Santísima de la Luz que desde la catedral o en su recorrido a la Plaza Principal convoca a sus fieles a manifestar su religiosidad. 


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