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En Cholula por la Virgen de los Remedios
En Cholula por la Virgen de los Remedios
Hugo Arturo Cardoso Vargas
Coordinador del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México

Mi primer viaje a la antigua y bien planeada ciudad de Puebla –dice la conseja que fueron los mismos ángeles quienes la diseñaron– fue para averiguar quién organizaba El Paseo del Pendón que anunciaron diarios de la capital del estado y que se realiza en abril, aunque para unos el 14 y concluye el 15, y según otros, la fecha es movible.

El segundo viaje a Puebla fue planeado con antelación e incluía a los nietos y a sus papás; el motivo era bastante extraño, porque mi nieta de ocho años de edad un día empezó a preguntar, primero a mí, después a su abuela y luego a sus padres, qué se sentía dormir en un hotel. No sé la razón de esta persistente pregunta, porque durante dos meses a la menor provocación traía a colación lo mismo: “¿Qué se siente dormir en un hotel?” 

Por eso y porque esperaba viajar a Puebla en agosto para conocer la fiesta de Santa Rosa de Lima, mi santa patrona, en su iglesia y convento de esa ciudad, nos preparamos para salir de la Ciudad de México. Pero asuntos importantes para el Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México me retuvieron: me tocó presidir el examen profesional del primer titulado por el Seminario, Carlos Villanueva Gómez, el 28 de agosto de 2014.

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Llegamos a la ciudad de Puebla, después de una verdadera odisea, a la una de la mañana del día 29 de agosto. Desde ese día no habíamos empleado el auto para nada, todo era caminar y caminar. Porque sólo caminando se conocen las ciudades en sus calles, vericuetos, sitios de rompe y rasga, como dice un célebre colega cronista. En fin, soy peatón empecinado y resignado a no tener acceso a auto –salvo miniatura y de fricción– pero mi familia –en especial los nietos– prefiere los autos. Y así recorrimos varios lugares de la Angelópolis.

El día 30 cumplía 60 años y fuimos hacia el centro para almorzar. Después de los sagrados y necesarios alimentos nos dirigimos al Templo de Santa Rosa, pero no encontramos nada digno de registrar en torno a la fiesta en la que se supone no sólo los fieles sino, además, la Iglesia, deberían celebrar y conmemorar a esta santa originaria de Lima, del antiguo reino del Perú. No nos quedó más remedio que ir de un lado a otro de la ciudad, porque de la fiesta a Santa Rosa nada, ¡pero nada!, salvo la imprescindible misa principal.

Así, el domingo 31 de agosto nos levantamos temprano para ir a Cholula; viaje que de inicio no estaba en nuestros planes. Con el auto en nuestro poder o nosotros en poder del auto, no sé cuál decir encierra más verdad, nos indicaron que fuéramos hacia la Avenida Juárez y que de ahí, “directito, sin escalas ni desviaciones” llegábamos a Cholula en 15 o 20 minutos. Nos subimos al auto y ahí vamos, rumbo a la Avenida Juárez, decididos a almorzar en Cholula. ¡Estaba tan cerquita! Mucho más cerca que la famosa e imprescindible frase “Ahí nomás tras lomita”.
Pero, ¡otra sorpresa!: la célebre avenida estaba cerrada al parque vehicular para dar paso a los, seguro, muy numerosos atletas que se apoderaban de la vialidad para ejercitarse en la carrera en solitario, en familia o con amigos. Con el volante en su poder, mi yerno no supo qué hacer aunque yo le sugerí (sólo podía sugerirle) que tomara cierta ruta; pero decidió llevarnos por un camino bastante transitado, de cuyo nombre no quiero acordarme, muy cerca de la inmensa rueda de la fortuna, icono imponente de la moderna Puebla. 

De ahí al transitado Periférico, que estaba en obras sobre los carriles centrales y tal vez por eso sobre la vialidad nunca vimos el retorno a Cholula, aunque nos habían dicho que era demasiado visible. Así que nos fuimos mucho más adelante del Estadio Cuauhtémoc y seguramente llegaríamos hasta Jalapa o Córdoba si no decide nuestro conductor solicitar ayuda a un taxista, quien amablemente no sólo salió de su unidad para explicar con detalles y hasta dibujó en una servilleta que no sé de dónde sacó, sino que buscó un lugar apropiado para reunirse con nosotros y darnos toda la información necesaria para poder llegar.

El tiempo corría y en lugar de los 20 minutos prometidos para llegar a Cholula ya llevábamos más de 60 y ni siquiera estábamos cerca. Así, conforme las indicaciones de nuestro guía anónimo seguimos hasta un retorno y de ahí de regreso hasta encontrar el deseado entronque hacia San Pedro; después pasamos a un lado de la escultura de Xelhua, que por cierto no correspondía al dibujo del taxista porque éste le colocó sobre la cabeza tres –y no cuatro– plumas o adornos.

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Al dar vuelta sobre la glorieta que forma esta escultura todos respiramos contentos porque leímos: “Cholula”. Sin duda estábamos muy, muy cerca. Efectivamente, en tres o cuatro minutos a pesar del intenso tráfico llegamos hasta el acceso a la Parroquia de Nuestra Señora de los Remedios que remata la enorme pirámide prehispánica. Pero el hambre ya nos tenía atrapados y decidimos buscar en el centro de la población un sitio para estacionar el auto y, ¡por fin!, un lugar dónde almorzar.  

Dejamos el auto y caminamos a la plaza principal y después de correr a buscar dónde dejar las aguas que traíamos desde Puebla, de acercarme a la Iglesia de San Pedro, y de las fotos tomadas por los nietos con sus padres, nos fuimos a los portales y ante el asedio de meseros de ambos sexos además de hostess, no sabíamos a qué sitio dirigirnos.

Todo lo que nos ofrecían se veía apetitoso, pero la actitud de los personeros nos molestaba tanto que no tomábamos ninguna decisión. Hasta que un par de mujeres jóvenes nos ofrecieron un menú atractivo y, sobre todo, delicioso. Entre todos hubo acuerdo, ¡ése era el lugar!, y sin pensarlo más ingresamos en un espacio acondicionado en una construcción antigua pero que ganaba en sobriedad y luminosidad.

En cuanto nos ofertaron parte de su servicio en la modalidad de buffet, ni tardos ni perezosos nos fuimos a cumplir con la herencia de la dieta del maíz: quesadillas, sopes y gorditas, entre otros, acompañados de jugos naturales, y para los niños cereales con leche. Después siguieron otros manjares que devorábamos, cada uno con su sayo. (Gracias por la calidad y la atención y una disculpa por no recordar el nombre de su restaurante.) Pero es importante enfatizar que la familia administraba ese lugar. Por eso se veía a varios miembros –mamá, papá, hijas e hijos– ir de las mesas a la cocina y de la cocina a las mesas y de las mesas a la caja en un interminable desfile y todo para llevar al comensal platos pletóricos de la especialidad de la casa o del menú del día. Así que no pude resistir la tentación de entrevistar a una de sus integrantes y quedé con Andrea Castellán Pérez en que después regresaría para hacerle una entrevista sobre las fiestas en San Pedro Cholula.

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Después nos dirigimos a conocer lugares de Cholula. Tanto la Iglesia de San Pedro como el Convento, incluso el Santuario de Nuestra Señora de los Remedios, exhiben el color a oro viejo que tanto caracteriza a Izamal. Por algunos momentos nos detuvimos y, como imán, nuestros ojos se fijaron en el Popocatépetl. Irresistiblemente nos abstrajimos de nuestro entorno para concentrarnos en la fumarola, una más, que lanzaba en ese momento don Goyo. Desde ese lugar privilegiado era clara, diáfana y evidente la transformación de la fumarola y cómo se iba formando un –poco perceptible– remolino conforme ésta se elevaba. Así estuvimos por un buen rato hasta que el espectáculo se acabó y regresamos a Cholula.

Así, con panza llena –por la comilona que acabábamos de ingerir– y corazón contento –por poder contemplar al eterno guardián del Anáhuac–, caminamos rumbo al Santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Claro, en Naucalpan hay también un Santuario dedicado a Nuestra Señora de los Remedios, históricamente más antiguo, pero no tiene nada que ver con éste, aunque los une el culto, la celebración y la fiesta el mismo día: 1 de septiembre. Estoy seguro de que en Naucalpan existe –o existió– una pirámide o alguna otra construcción indígena como sucede con los enormes vestigios de Cholula.
En fin, cruzando parte del jardín principal y un par de calles más llegamos al pie del Santuario, en la esquina de 6 Sur y 14 Poniente, que lucía una bella portada floral sobre una estructura de metal. La portada ocultaba la pesada escalinata que lleva al acceso principal. La subida es lenta y pausada, me recuerda el camino para llegar al Castillo de Chapultepec en la Ciudad de México, porque ni siquiera los jóvenes se atreven a subir corriendo las escaleras. Así se llega al acceso en donde se dibujan, poco a poco, las enormes, estéticas y simétricas torres; después está la Cruz Atrial y, finalmente, la fachada casi completa. En ésta, como en otras ocasiones, adornada con utensilios de barro que se regalan al final de la fiesta a los fieles que son afortunados en obtenerlos. 

Lo único lamentable que recibe al visitante o al fiel es la enorme lona que cubre no sólo al suelo de la posible lluvia y del persistente sol, sino también la bella fachada, aunque austera, del Santuario. Así, la lona oculta mucho de la fachada y nadie puede, en esta ocasión, admirarla en toda su dimensión estética. Pero también es lamentable que no se dejen tomar fotografías ni videograbar la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, aunque no me supieron decir el por qué de esa negativa. Son inflexibles en la observancia de esta disposición y nadie se atreve a contravenirla.

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Por cierto, al acercarme a la entrada del Santuario con cámara en mano me detuve y empecé a buscar a alguien con quien hablar de la historia, el culto y la tradición de Nuestra Señora de los Remedios de San Pedro Cholula en Puebla. Ni quién me hiciera caso, parecían todos visitantes o fieles que se acercaban ese día a la imagen para agradecerle algún milagro, su intervención ante una adversidad.

Existen al menos tres leyendas en torno a la imagen. La primera señala que fray Martín de Valencia, durante su viaje a Nueva España, escucho que le decían: “Hazme un Santuario en lo alto de un cerro hecho a mano”, pero pensó que era producto de su imaginación. Hasta que llegó a Cholula y supo que el cerro –en realidad una pirámide– estaba hecho a mano entendió ese mensaje y entonces depositó la pequeña escultura de la Virgen María; es decir, fray Martín fue quien viajó desde España con esa imagen y la colocó en lo que después sería el Santuario de Nuestra Señora Remediadora o del Cerrito, como le llaman los lugareños (de Cholula).

Una segunda versión indica que la Virgen apareció cuando los franciscanos del Convento de San Gabriel fueron a buscar a uno de sus compañeros que se perdió al ir a Tlachihualtepetl y en lugar de encontrar a su hermano de orden descubrieron a la Virgen, gracias a los destellos que lanzaba, y fue llevada por los sacerdotes hasta San Gabriel, donde la expusieron al culto público.

La tercera versión va más atrás en el tiempo y dice que un soldado de Cortés entre su bastimento tenía a la Virgen y que le había salvado en trances difíciles, pero llegó herido a San Gabriel y a pesar de los esfuerzos no pudieron salvarle la vida; sus pertenencias quedaron en un rincón del convento hasta que un fraile observó que salían destellos de los despojos, se acercó y con temor y curiosidad descubrió a la Virgen. Pero además el rayo se dirigía hacia el cerro y por eso se levantó en ese sitio su nueva casa.

Así, de acuerdo a los estudios iconológicos e iconográficos la imagen corresponde a una Inmaculada Concepción, pero se le festeja como Nuestra Señora de la Consolación. Se le colocó un pequeño niño entre los brazos como a Nuestra Señora de la Candelaria y se le conoce como Nuestra Señora de los Remedios, como la imagen que tiene su sede en Naucalpan, o como La Virgen del Cerrito.

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En el atrio, frente a la entrada del Santuario y estorbando el acceso de los fieles, se encontraban varias bocinas de tamaño regular que se iban a ocupar durante la misa nocturna. Así, eludiendo bocinas, comerciantes –no podían faltar– y fieles que entre despistados y fervorosos olvidan a sus pequeños que retozan por todos lados, recorrí el lugar. Pero, a pesar de rodearlo, no podía dejar de admirar al volcán con su fumarola que parecía prolongar la blancura de su pico que rompía el azul profundo del cielo. 

Un nuevo recorrido por el área en torno al Santuario. Ahora sí tuve suerte porque me encontré con la señora María del Rosario Huerta Mejía, guardiana secretaria de la Santísima Virgen, que al inicio se resistía a platicar conmigo argumentando que tenía muchas cosas que hacer para tener listo el templo para la celebración. Después de contarle la razón de mi interés por conocer la historia, el culto y las tradiciones en torno a Nuestra Señora de los Remedios accedió, pero invitándome (sin decirlo) a ser breve, lo que era muy complicado de cumplir.

Pero la señora Guadalupe no fue la única que me permitió conocer parte del origen y desarrollo del culto a la imagen; por ahí –más tarde– me encontré con un par de varones que platicaban plácida y tranquilamente en una de las esquinas del Santuario y por eso me atreví a acercarme y solicitarles que me permitieran grabar una breve entrevista sobre el Santuario y Nuestra Señora de los Remedios. Don Delfino Gutiérrez Melchor y don Héctor Manuel Castro Martínez me dieron una rápida explicación, pero muy amena, del culto e historia de Nuestra Señora de los Remedios.  
Antes de abandonar San Pedro Cholula cumplí mi promesa y en compañía de mi nieta Andrea me presenté en el restaurante para entrevistar a Andrea Castellán Pérez, quien me platicó de sus andanzas infantiles y juveniles por las calles, iglesias y parques de ese interesante y mágico lugar. Espero que pronto aparezcan en la página web del Seminario Permanente de Estudios de la Fiesta en México estas entrevistas.

Finalmente, abandonamos Cholula con dirección a mi querida Ciudad de México, en donde poder recuperarnos de las emociones vividas durante este viaje a Puebla –la capital– y a Cholula. Claro que mis nietos estaban más que encantados con esta experiencia y si por ellos fuera la repetirían muy, muy pronto.

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