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Fotografías de Diego Rivera
Fotografías de Diego Rivera
Iliana Ortega Vaca

El pintor Diego Rivera fue protagonista de uno de los momentos artísticos más relevantes de la pintura latinoamericana y artífice del gran movimiento muralista posrevolucionario, cuyo objetivo era acercar el arte a toda la población a través de la reivindicación social de los pueblos originarios desde una postura política contundente al ser el artista parte del Partido Comunista y cofundador del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores.
Guanajuatense, enorme en todos los sentidos y de ojos prominentes, que el mismo comparaba con los de un sapo, y conocido como un grandioso mitómano, es el protagonista y personaje principal de esta colección fotográfica que en su mayoría se nutre de las imágenes del maestro de la lente Héctor García.

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A pesar de los intereses del padre del pequeño Diego que deseaba ver convertido a su hijo en militar, el niño tenía inclinaciones artísticas y una gran destreza para dibujar. Ya ubicada la familia en la capital del país se inscribió en las clases nocturnas en la Academia de San Carlos a los 11 años; ahí fue discípulo de grandes artistas, entre ellos el paisajista José María Velasco, Santiago Rebull y Julio Ruelas. Por su talento y dedicación sobresalió tempranamente y fue enviado a Europa a continuar con su formación.

A pesar de los intereses del padre del pequeño Diego que deseaba ver convertido a su hijo en militar, el niño tenía inclinaciones artísticas y una gran destreza para dibujar. Ya ubicada la familia en la capital del país se inscribió en las clases nocturnas en la Academia de San Carlos a los 11 años; ahí fue discípulo de grandes artistas, entre ellos el paisajista José María Velasco, Santiago Rebull y Julio Ruelas. Por su talento y dedicación sobresalió tempranamente y fue enviado a Europa a continuar con su formación.

En el viejo continente convivió con los autores más importantes de la llamada Escuela de París como Amedeo Modigliani, Maurice Utrillo y Pablo Picasso, entre otros. En consonancia con la época, se sumó a tendencias vanguardistas como el cubismo; todo ello mientras en México tenía lugar la Revolución mexicana. Rivera, a diferencia de otros artistas como David Alfaro Siqueiros, no participó en ella, sin embargo, a su regreso se sumó con dedicación absoluta al proyecto cultural posrevolucionario cuyo secretario de Educación, José Vasconcelos, comisionó a los grandes pintores del momento para difundir las ideas del nuevo gobierno en los muros públicos de la capital y en 1922 se puso al servicio de las autoridades emanadas de la revuelta. A través de su trabajo muralista consolidó un estilo propio e identificable. Si sumamos a esto una fuerte personalidad y una vida plena de escándalos de toda naturaleza, el personaje captado en las fotografías que conforman esta colección resulta fascinante.

El gran reportero gráfico, Héctor García, logró dejar constancia de Diego en la intimidad familiar: el artista posa junto a una de sus hijas, Ruth Rivera Marín (la pequeña de dos que tuvo con Lupe Marín, la mayor se llamó como su madre), compartiendo en la mesa en una actitud juguetona, en la que ambos sostienen un hueso de la suerte del guajolote que seguramente habían degustado minutos antes y cuyas extremidades debían tirarse al mismo tiempo, y aquel que se quedara con el trozo mayor cumplía su deseo.


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Diego y las estrellas femeninas del cine

Una vez consolidado el movimiento muralista mexicano como punto de referencia del arte nacionalista, otras manifestaciones artísticas se sumaron a esta corriente, específicamente, la joven industria cinematográfica que, al igual que la pintura, acaparó la atención mundial. El éxito de la llamada Época de Oro del cine mexicano reunió a un nutrido grupo de personalidades, sobre todo actores y actrices emblemáticos que engrosaron la vida artística de la capital. En este sentido, era sabida la fascinación de Rivera por las mujeres y la atracción que éste sentía particularmente por las estrellas de la pantalla grande, quienes devinieron sus musas y a las que inmortalizó en espléndidas pinturas de caballete. De estos vínculos quedó constancia fotográfica en el trabajo de Héctor García.

Lo observamos junto a Dolores de Río en una curiosa fotografía de 1949, en la que el pintor sostiene un guajolote, mismo que la actriz toca y que contrasta con su fino vestuario. Rivera ya la había pintado una década atrás (lo hizo en dos ocasiones). En el retrato de 1948 logró captar la esencia de la duranguense y años más tarde la recreó de memoria, ya sin que ella posara para él, en el óleo La vendedora de flores de 1949. La admiración mutua se convirtió en una estrecha amistad y la imagen que aquí presentamos es una de tantas en las que aparecieron juntos.

También podemos identificar al pintor al lado de la deslumbrante María Félix en una foto de 1955. La relación entre ambos era muy cercana; es sabido que él la acompañaba a buscar locaciones para algunas de sus películas, como Maclovia (1948) de Emilio el “Indio” Fernández; incluso la diva vivió con él y con Frida, quien le pidió que se casara con su marido. En esta fotografía grupal los vemos acompañados de otras personas; todos están sentados en lo que parece ser un petate y formando sobre éste una figura circular, como si se tratara de un juego. El enamoramiento que a menudo surge entre musa y artista se refleja en las palabras que él le dedicó: “María es a México lo que sus grandes bellezas fueron a Grecia. Por su belleza le asiste no sólo toda la admiración, todo amor, sino también toda justicia…” (Eduardo de la Vega, “Diego Rivera y el cine”, en La palabra y el hombre, Universidad Veracruzana, 2015, p. 52).

Antes de convertirse en una diva del cine la joven actriz Silvia Pinal también inspiró al maestro del pincel, a quien vemos en plena ejecución de la obra, mientras ella aparece luciendo un vestido negro en segundo plano; esta pieza es una de las últimas fotografías de Rivera, quien moriría un año más tarde.

El gran muralista dejó de existir la noche del 24 de noviembre de 1957. En la última imagen que conforma esta colección, también realizada por el fotorreportero Héctor García (quien había fotografiado a su penúltima esposa Frida Kahlo en el mismo vestíbulo del Palacio de Bellas Artes), se percibe a los lejos en una toma en picada sobre su cuerpo inerte; pese a la distancia se distingue su inconfundible figura disminuida sólo por la enfermedad. En esta ocasión la bandera que lo cubrió no era la comunista, ya había sido un escándalo que le costó tres años antes el puesto al director de la institución, Andrés Iduarte, por haberla colocado sobre la caja de Frida y también debido a la relación amor-odio entre el pintor y la organización política, ya que había sido expulsado en 1929 y vuelto a admitir en el partido hasta 1955; así pues, fue la Bandera Nacional la que lo envolvió como consta en la imagen. Rodeado por colegas y personalidades destacadas y por gente del pueblo fue despedido antes de marcharse a la Rotonda de los Hombres Ilustres, destino final del gran maestro del muralismo nacional. 

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