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Canutillo, Durango, en el proyecto educativo de José Vasconcelos
Canutillo, Durango, en el proyecto educativo de José Vasconcelos
Guadalupe Villa G.
Instituto Mora

Voy a referirme a un estudio de caso, el de Canutillo, Durango, lugar al que se retiró Francisco —Pancho Villa— tras dejar las armas. Cuenta José Vasconcelos que al asumir la nueva Secretaría de Educación Pública (sep) se propuso convertirla en un amplio ministerio que abarcara todo el territorio nacional1. Deseaba federalizar y “sobrepasar los estrechos límites del antiguo Ministerio de Educación [Pública y Bellas Artes] encabezado por Justo Sierra, cuya jurisdicción se limitaba al Distrito Federal y a dos territorios desiertos”.2 Su proyecto encontró no pocos obstáculos, entre ellos que se dijera violatorio de la soberanía de los estados.

Federalizar la educación fue el principio rector del programa vasconcelista y, en su cruzada, tuvo que realizar un intenso trabajo para convencer a los opositores y al Poder Legislativo para que le concedieran un presupuesto suficiente y modificar la Constitución. Vasconcelos contó con el apoyo del presidente Álvaro Obregón y del secretario de Hacienda, Adolfo de la Huerta.

Además de las gestiones personales que el flamante secretario realizó, puso en marcha una gran campaña de apoyo llamada “presión popular”: movilizó a la prensa de los estados y a los intelectuales que compartían sus ideales. Era indispensable —escribió— “crear un estado de ánimo tal, que quien osase oponerse a la reforma o demorarla quedase señalado como enemigo público”.3

Los viajes que realizó Vasconcelos por distintas partes de la república, acompañado siempre de connotados personajes de la cultura, tuvieron esa intención: movilizar a la opinión pública. Jaime Torres Bodet y Diego Rivera fueron sus compañeros de viaje a la península de Yucatán.4

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Vasconcelos consideró que su programa educativo era resultado de la exigencia social de la lucha revolucionaria y para el funcionamiento de sus nuevas atribuciones estableció tres departamentos:

1.- El de Escuelas: en éste se incluía la enseñanza científica y técnica en distintas ramas (teóricas y prácticas). La jefatura de ese departamento recayó en el químico Roberto Medellín Ostos, que años más tarde sería rector de la unam y director del Instituto Politécnico Nacional (ipn).

2.- El de Bibliotecas: considerando que sólo el Estado podría crearlas y sostenerlas como complemento de la escuela. Correspondió a Vicente Lombardo Toledano estar al frente. Años después este personaje fundaría la Universidad Obrera y el Partido Popular Socialista (pps).

3.- El de Bellas Artes: tomaría a su cargo la enseñanza del canto, la danza, el teatro, el dibujo y la gimnasia. 

Su proyecto era titánico, pues se había propuesto también comprar terrenos, construir edificios y convertir escuelas ruinosas en lugares decorosos donde los niños pudieran estudiar, solazarse y fomentar la lectura en áreas iluminadas y espaciosas.

El secretario de Educación procuró separar el Departamento de Educación Indígena y el de Educación Rural, al considerar que el primero de ellos no debería tener otro propósito que “preparar al indio para el ingreso a las escuelas comunes, dándole antes nociones del idioma español”.5 Su postura, que a la larga no prosperó, provocó que se le acusara de racista6 —debate anacrónico que, si no se discutirá, no viene aquí al caso.

Vasconcelos refiere cómo su estatuto resolvió el problema de la posición de las nuevas escuelas federales, frente a las sostenidas por los estados y los municipios, al asegurar la colaboración mediante convenios. A los estados, escribió: “les dejamos la atención de las escuelas. En el municipio que ya tenía escuela no abríamos otra, sino que fomentábamos la existente. Y en general, tomó para sí la federación la carga más pesada, la de la educación rural”. 7

La discusión en la Cámara de Diputados fue ríspida, pues hubo quienes se empeñaron en iniciativas propias respecto a la manera en la que debía organizarse la nueva secretaría. Al respecto Vasconcelos escribió:

Hubo quien la quería dedicada nada más a la enseñanza rural; quien más pretendía que todo el esfuerzo se dedicase a los indios, mientras otros codiciaban el honor de forjar el nuevo organismo creándole departamentos y secciones a su fantasía. Inmediatamente comencé a fulminar por la prensa, y en privado a los entrometidos. Desafiando sus vanidades, insistí en que lo único procedente era aprobar los planes según los cuales estaba funcionando ya, de hecho, un organismo que necesitaba el espaldarazo de la legalidad para perpetuarse […] Era una ley comprensiva y eficaz, y cualquier cambio perjudicaría el trabajo ya iniciado y determinaría trastornos graves.8

La penosa realidad de que México era un país desproporcionadamente disímil, en donde había más analfabetas que hombres ilustrados, estimuló en Vasconcelos el deseo de difundir el saber y otras virtudes sociales entre los sectores populares. Los intelectuales tenían el deber de colaborar en la regeneración nacional, propagando la cultura y la enseñanza.

Vasconcelos decía que “con falanges de analfabetas, no se va a ninguna parte”, en tanto que Álvaro Obregón había expresado como uno de los propósitos de su administración “aumentar escuelas y disminuir soldados”.9

La escuela rural que el Departamento Escolar ideó, escribió Roberto Medellín, por la que “luchará con denuedo hasta verla difundida en todas las pequeñas comunidades de la nación, no es a simple base de alfabeto, sino que se levanta sobre las dos firmes columnas de la instrucción inteligente y del trabajo productivo, [habrá] una conversión espiritual y pedagógica, que comenzará con un sincero contacto con las realidades locales.”10

De acuerdo con el legislador Antonio Díaz Soto y Gama, la primera reforma que debía ser emprendida era la de la educación de los maestros, “para ver con ojos nuevos la historia de México y elaborar una moral social destinada a abolir las desigualdades y la explotación de los más débiles, dando preferencia a una enseñanza oral a base de frases concisas, simples, “salidas del corazón”.11

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Vasconcelos subrayaba que, en su opinión, la educación se integra en una problemática nacional cuyos factores son interdependientes; su desarrollo no será posible si el país no entra de lleno en una fase de reconciliación nacional, tras las luchas partidistas y fratricidas de la Revolución.12

La meta de las escuelas rurales fue acabar con la antigua práctica de educar sólo a los niños. Ahora se ocuparían también de jóvenes y adultos como partes integrantes de una comunidad; ayudarían —como lo hicieron— a mejorar las condiciones de vida de los campesinos, difundiendo las ventajas del cooperativismo. 

A los trabajadores del campo se les enseñó no sólo a leer y a escribir, sino que, para facilitarles las solicitudes de tierras o demandar las restituciones necesarias, se les dieron nociones de derecho agrario; además, se impulsaron campañas de limpieza e higiene, no sólo personales, sino comunitarias, como barrido y regado de calles y la conveniencia de no tirar la basura en la vía pública. 

La producción agrícola fue materia de enseñanza, instruyéndose a los campesinos en el mejoramiento de sus cultivos y la introducción de nuevos. Otros aspectos prioritarios fueron: enseñar a las mujeres a mejorar la alimentación de sus familias y el aprovechamiento, para consumo o venta, de la cría de ganado. Las actividades recreativas no quedaron a la zaga, pues el programa de escuelas rurales contemplaba el impulso al deporte y el acercamiento a diversas artes (música, danza y teatro) y oficios varios, para desarrollar la unidad nacional. 

El profesor Rafael Ramírez Castañeda sintetizó los principios de la enseñanza en el medio rural: 

La escuela es un medio donde el niño se instruye con lo que ve y hace, rodeado de personas que trabajan, no existen lecciones orales, programas desarticulados, horarios rígidos ni reglamentaciones estrechas.

La educación se deriva de las relaciones del niño y el hombre con la naturaleza y la sociedad por medio del trabajo cooperativo práctico y de utilidad inmediata, y no simplemente monótona escritura y lectura, ni las ideas hechas lecciones fragmentadas.

Las actividades sirven para explicar los fenómenos naturales y sociales, por lo que carece de programas estáticos que sólo los profesores suelen entender. 

Proscribe castigos y premios “porque la conducta humana, como la virtud y la verdad, no se enseñan teóricamente, sino por el uso personal de la libertad”.

Establece el gobierno de los alumnos a través de los comités que ellos mismos eligen, es decir, no juega a la democracia puesto que es la democracia misma.

Los postulados de la escuela rural los sintetizaba el profesor Ramírez así:

1) La acción escolar comienza por mantener la salud del cuerpo, base de la mental.

2) Juego y trabajo son factores fundamentales del desarrollo físico.

3) No procurar a todas las mismas actividades, deben buscarse las aficiones, capacidades y vocaciones, encauzando las energías personales. 

4) Organización escolar mixta; niños y niñas comparten vida sana libre y ordenada y sin prejuicios.

5) El trabajo escolar no es simulación, sino [que] tiene carácter de realidad, utilidad práctica, inmediata y positiva.

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Canutillo

El predio de la Concepción del Canutillo estaba ubicado en el antiguo partido de Indé —hoy localizado en el municipio de Ocampo—, Durango. Cuando Villa llegó, la hacienda estaba totalmente en ruinas. El pasto había crecido tanto que junto con los árboles y el desorden en el que estaban colocados presentaba el aspecto de un panteón abandonado. Sólo la capilla permanecía enhiesta en aquella soledad y, con su voluntad y energía característica, Villa comenzó la reconstrucción de la propiedad. 

Carl A. Beers, vendedor de maquinaria agrícola, llegó a Canutillo en septiembre de 1921 como representante de la compañía W. G. Roe de El Paso, Texas, esperando lograr un buen contrato. El agente no ocultó su admiración al ver los logros alcanzados por Villa en tan poco tiempo.13 Durante su estancia en la hacienda destacó el orgullo del ex general por la escuela de Canutillo, a la que describió “limpia, de buen tamaño y pintada de blanco”, con ventanas en la parte alta de los muros a fin de obtener una buena ventilación y evitar que los niños se distrajeran viendo hacia fuera. Cuando Beers preguntó a Villa cuál sería la solución para los problemas de México, éste le contestó: “trabajo y educación”.14

Efectivamente Villa valoraba mucho la educación; una de sus prioridades fue dar instrucción a los niños, así que, al principio, mientras se construía la escuela, contrató a la maestra Magdalena Bueno para que se hiciera cargo de la enseñanza. Luego, solicitó al gobierno federal profesores normalistas y exigió que cada niño en el rancho asistiera a la escuela. El plantel fue dirigido por el profesor Jesús Coello Avendaño y atendido por los maestros José Oviedo, Faustino Celaya y Pedro Bastida, sustituidos después por Alfonso de Gortari Pérez, Salvador Varela Reséndiz, Rodolfo Rodríguez Escalera, Amado Ilarramendi y Ojeda, del que sólo conocemos su apellido.

Lo que nos permite asomarnos al universo educativo implantado en Canutillo son los testimonios de algunos de los maestros que ejercieron su labor en ese lugar. El profesor Jesús Coello rememora que Vasconcelos, desde su punto de vista, era un hombre magnífico como maestro y como filósofo, pero malo como político.

Al profesor Coello lo mandaron a Canutillo antes que a otros maestros, ya que primero debía organizar la escuela rural y preparar todo para el arribo de quienes serían sus compañeros en esa labor educativa. Cuenta que llegó llevando consigo un oficio de la sep con el nombramiento de director de la escuela que se establecería en ese lugar. Cuando se presentó ante Villa, éste le dijo: “Preceptor [así le decía a los maestros], vamos a abrir la escuela, hay doscientos cincuenta niños, y van a venir —de Torreón de Cañas, Torreoncillo, la hacienda Carreteña y Las Nieves— mujeres a hacerles la comida a los niños.15 Puede decirse que Villa estableció en Canutillo la primera escuela de “concentración”, porque los niños que vivían alrededor de la hacienda se reconcentraban ahí y se dividían alojándose en las casas de sus demás compañeros que en ella residían y a esos hogares se les compensaba con maíz, harina, etcétera, es decir, que les procuraba vestido y alimento”.16

Según testimonio del “preceptor” Coello, fue él quien puso el nombre a la “Escuela Primaria Felipe Ángeles”, motivo por el cual lo mandó llamar el secretario de Educación: 

Me presenté en México y me dijo: profesor ¿qué en el cielo de la pedagogía mexicana no hay un maestro cuyo nombre pueda glorificarse, poniéndolo en la escuela que usted dirige? Entonces le dije: ¡sí lo hay, señor abogado! Y lo hay de primera magnitud. Pero me abstuve de escoger un nombre de un maestro mexicano, porque usted tampoco me dijo que nos iban a suscribir a un cuartel y, por instinto de conservación, teníamos que buscar la forma de halagar al que manda allá y como es el general Villa, busqué el nombre que le llegaba más al corazón. Por eso señor, le puse “Felipe Ángeles” a la escuela. Pero si a usted, como secretario de Educación, no le parece adecuado el nombre, tenga la bondad que por escrito me ordene que se lo quite […] y, no, nomás me dijo: “puede retirarse”.17

De acuerdo al testimonio del profesor Alfonso de Gortari, la escuela era nueva, pero rústica, con un gran patio central y sus aulas al derredor; tenía una especie de salón de actos, un cuarto con sanitarios y la casa donde ellos vivían.18 El mobiliario, la papelería y todos los útiles empleados por niños y adultos fueron proporcionados por la sep.

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El periodista Regino Hernández Llergo, enviado del periódico El Universal para entrevistar a Villa, escribió un largo reportaje de su estancia en Canutillo19 y nos dejó un testimonio muy valioso e interesante de la Escuela Felipe Ángeles: 

El establecimiento educativo de Canutillo está formado por cuatro filas de amplias habitaciones, bien ventiladas e higiénicas que cierran un cuadrado. Son seis grandes salones de clase: tres para niños y el resto para el sexo femenino […] el general nos condujo a los salones. Estos están arreglados, como lo puede estar el mejor de la república. Cuadros explicativos de todas las materias correspondientes a cada curso, pizarras, ábacos, pupitres. Mesas y libros, todo lo necesario para obtener un buen aprovechamiento.

El general nos habló del problema educativo y de la manera en como él lo había resuelto en Canutillo. La incultura, nos dijo, es una de las desgracias más grande de mi raza. Desde que caí en Canutillo, una de mis primeras preocupaciones fue la educación de los niños, y sin perder tiempo ordené que antes de lo demás se comenzara la construcción de la escuela y qué buena me quedó, ¿verdad? Quiero educar a los niños, para dejarle algo definitivo a mi raza, así cuando yo muera, estos 120 muchachos que estudian aquí, cuando sean grandes y gente ilustrada tendrán un buen recuerdo de Francisco Villa.

Aquí, señor, ya ve usted, el gobierno no ha dado un centavo para mi escuela, yo la he construido con mis propios esfuerzos.

Justamente en Canutillo quedó de manifiesto la colaboración de la sep y el compromiso del gobierno federal. La secretaría se ahorró el gasto de construir la escuela y la federación asumió las obligaciones financieras de cubrir las necesidades materiales de la institución y de los maestros.

El profesor Coello recuerda que él deseaba cumplir debidamente con la comisión que les había conferido la sep y puso todo su empeño en lograrlo. Una de las actividades propuestas en el programa de escuelas rurales fue el establecimiento de un gobierno de alumnos con comités elegidos por ellos mismos, como un ejercicio de democracia.
Como fuimos producto mental de la revolución, y siguiendo los lineamientos de la secretaría, establecimos en Canutillo el gobierno escolar, asesorado por un maestro, en donde los alumnos participaban a nivel de la niñez, en la marcha de la escuela. El gobierno escolar estaba integrado por un secretario general electo por todos los alumnos de la escuela, con una representación de cada grupo. Así que hicimos un ensayo que nos dio maravillosos resultados. El alumnado ejercía su libertad con base en el convencimiento, con base en una acción normal y espontánea. Los niños querían y cuidaban su escuela, porque la consideraban como su casa.20

El programa de Bellas Artes incorporado a las escuelas rurales también se aplicó en Canutillo; el profesor Salvador Varela refiere que en el salón de canto los grupos formaban coros con letras de canciones “bonitas, que inspiraban”, como por ejemplo Del mundo al infinito, letra de Victor Hugo, Los insectos, coro a cuatro voces; y luego las clásicas canciones mexicanas Un viejo amor, Las golondrinas, y las cantaban muy bien los muchachos. Cuando Villa los escuchaba solía decir: “¡cuánta grandeza encierran los niños, nosotros los encajonamos con nuestros malos cimientos!”21

El salario de los maestros rurales, como he señalado, corrió a cargo del gobierno federal. Cuenta Coello que el general Villa estaba muy satisfecho en la forma en la que conducían la dirección de la escuela y que, incluso, participaba en todas las actividades que podía. Le gustaba verlos trabajar, los consideraba y los trataba muy bien —el tono ya es franco panegírico; pareciera indicar que la política educativa era correcta si Villa la veía con beneplácito—. El párrafo siguiente está al borde de las Vidas Ejemplares.22

El profesor refiere una anécdota en la que Villa se comunicó telefónicamente con el ministro de Hacienda, Adolfo de la Huerta, para pedirle que el gobierno federal les aumentara el sueldo a sus maestros, pues no estaba de acuerdo con lo que ganaban (12 pesos diarios), y añadió “el día que un maestro de escuela gane más que un general, entonces se salvará México”.23

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El profesor De Gortari cuenta que de acuerdo al programa de la sep también impartían clases nocturnas para adultos: 

[...] concurrían bastantes, gentes de la escolta de Villa, gentes del campo y además de enseñarles cosas de orden académico, hablábamos de los derechos y las libertades del hombre, de la democracia y en contra de las dictaduras. Habíamos vivido el ambiente de la revolución mexicana y habían surgido ya las primeras obras respecto de la revolución rusa. Nosotros ya conocíamos cosas sobre Marx, sobre Engels, y sabíamos que la justicia social es fundamental para el desarrollo de un pueblo. Entonces nosotros, sin hablar de comunismo, hablábamos mucho de ese tipo de cosas. 

El testimonio del profesor Coello complementa el de De Gortari, señalando que a la escuela nocturna también asistían mujeres. Este último indica que los que acudían a las clases nocturnas eran muy despiertos y trabajadores, con deseos de aprender de todo y muy especialmente sobre historia de México y, no obstante, ser gente aguerrida y de espíritu bélico, no había rencillas. El respeto a los profesores, pero sobre todo al jefe (Villa), era suficiente para que hubiera disciplina.

En consonancia con el programa de escuelas rurales, los profesores comenzaron la llamada enseñanza de acción, es decir, pasar de lo teórico a lo práctico; poner a los niños en contacto con la naturaleza y convertirla en enseñanza. En cuanto a deportes, correr, saltar y nadar era lo que, en pequeños grupos, practicaban. 

Lo que no sabemos, a ciencia cierta, es el tipo de libros que utilizaban los maestros para la enseñanza. El profesor Varela mencionó el método de Enrique C. Rébsamen, cuyo sistema examinaba las situaciones reales de los educandos para poder intervenir adecuadamente. “La enseñanza no solamente se da en la escuela, sino que también es necesario educar para la vida, formar ciudadanos libres, críticos y conscientes para construir una sociedad democrática”. Lo paradójico de esto es que el método de Rébsamen, utilizado en las escuelas porfirianas, siguió estando vigente después de la Revolución. 

Regino Hernández Llergo escribió que en la recámara de los hijos de Villa, lugar donde fue hospedado, encontró “unos libros escolares —sin especificar cuáles eran—, cuadernos con lecciones rudimentarias de botánica, geografía e historia”.24 Tampoco sabemos si en Canutillo se llegó a formar una biblioteca escolar. Posiblemente la particular del general Villa surtía de lecturas a niños y adultos en voz de los profesores. Entre las obras que sabemos tenía, gracias a Hernández Llergo, estaban, entre otras, El tesoro de la juventud; Gramática Castellana de Rafael Ángel de la Peña; Geografía de Miguel E. Schultz, La Divina Comedia de Dante; Las maravillas del año 2000 de Emilio Salgari; Alma América de José Santos Chocano; Pedagogía de Enrique C. Rébsamen; Abrirse paso de Orison Swett Marden; Primer curso de inglés de Berlitz, El cocinero moderno, “ése es de Betita”, dijo Villa riendo, refiriéndose a Austreberta Rentería, su mujer en turno. Sabemos, a través de otros testimonios, que le apasionaba leer las biografías de grandes militares como Alejandro el Grande (Magno) y Napoleón Bonaparte.


La prematura muerte de Pancho Villa dejó inconcluso un experimento educativo que apenas si prosperó. Muchos de los postulados de la enseñanza rural los había asimilado el ex jefe de la División del Norte, instrumentándolos en Canutillo, que pronto se convirtió en un pequeño pueblo, cuidando que se mantuviera ordenado y limpio, sin tolerar basura desperdigada: “mi pueblo es muy sucio señores —dijo al periodista de El Universal y a sus acompañantes—, y hay que irlos acostumbrando a que sean aseados. Es muy preciso quitarles los malos hábitos, para que después los gringos no nos digan “mugrosos”.25

Muy a su estilo y forma de ser, Villa vigiló siempre la buena marcha de “su” Escuela Felipe Ángeles. Los profesores que ejercieron la enseñanza hicieron lo posible por aplicar el programa establecido para las escuelas rurales y lo estaban logrando, pero sólo tuvieron tiempo de conformar primero, segundo y tercer año de primaria y de alfabetizar a un número importante de hombres y mujeres en edad adulta. En 1923 llegaría a Canutillo la “camada” de misioneros culturales, profesores que pudieron poner a prueba sus conocimientos durante medio año. El asesinato del general, ocurrido el 20 de julio de 1923, llevaría a la desintegración de la escuela y a la desaparición de la hacienda de Canutillo, la cual fue confiscada por el gobierno y convertida posteriormente en ejido.

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