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Sociedad
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El monstruo de agua

Tanto el ajolote mexicano, uno de los anfibios más extraordinarios de la fauna endémica del sistema lacustre del Valle de México, como el achoque, del Lago de Pátzcuaro, están considerados en peligro de extinción. El ajolote es una especie que por sus características puede vivir bajo el agua. Su apariencia física se asemeja a una salamandra, a veces con una corona en la cabeza y branquias que le permite respirar debajo del agua dulce.

El ajolote o axólotl, en náhuatl atl (agua), y xólotl (extraño), o monstruo de agua, cuyo nombre científico es Ambystoma mexicanum, en la actualidad es considerado un icono de la cultura mexicana y de la identidad xochimilca. Su madurez reproductiva la puede alcanzar sin modificar su apariencia en estado larvario, lo que quiere decir que no concluye su proceso de metamorfosis como el resto de los anfibios. Varios escritores le han dedicado al ajolote mexicano páginas enteras para estudiarlo y enarbolarlo como el símbolo de una cultura que prefiere mantenerse en una inmovilidad casi mítica. Más allá de las interpretaciones antropológicas y literarias, el ajolote ha logrado sobrevivir en el imaginario mexicano. 

Julio Cortázar en su libro Al final del juego describe al ajolote como un ser de piedra rosa, un animal mítico y misterioso, un monstruo de agua con el que logró mimetizarse y comunicarse en un acuario del Jardin des Plantes de París: “Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que más me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara. Un rostro inexpresivo, sin otro rasgo que los ojos, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente, carentes de toda vida, pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior”.