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Sociedad
Portadilla de <p>Ciudad de México: la misma ciudad, cinco siglos</p>

Ciudad de México: la misma ciudad, cinco siglos

En 1892, el estudioso de la antigüedad mexicana, Leopoldo Batres, empalmó conocimiento sobre el trazado de la Ciudad de México en cuatro siglos distintos y ofreció el siguiente mapa. Dice comenzar en 1519, justo como la conocieran los españoles en su pasmo y maravilla, para añadir de forma consecutiva la nomenclatura de la Colonia, el Segundo Imperio, y la que él mismo recorría cotidianamente al celebrarse 400 años del descubrimiento de América.

Para imaginar el recorrido que mentalmente lleva a cabo Batres por la Ciudad de México, aquí mostramos las estaciones para aquel viaje por el tiempo y el espacio. El antropólogo comienza por situar los calpullis o barrios mayores (Atzacoalco, Cuepopan, Zoquipan y Moyotlán) para continuar con la ruta de acequias y calzadas, las originales sobre la extensión lacustre y las más modernas o de “tierra firme”, como él las llamaba. En la tarjeta postal, posterior a 1928 y con las calles del centro renombradas, podemos observar Empedradillo, una calle que ya era espacio público en la época de los tlatoanis, donde los conquistadores ocultaron con pavimento ídolos prehispánicos y donde a partir de 1790 la Piedra del Sol, la Coatlicue y el anillo para Tízoc volvieron a ver la luz del día, y los mexicanos a identificarse con esos monumentos.

En el llamado Códice Azcatitlan, que coleccionó Lorenzo Boturini hacia la primera mitad del siglo xviii, la lógica que organiza la narrativa es la misma: referencias geográficas contemporáneas al documento sobre índices históricos o instancias míticas. El linde de la ciudad se movió con el paso de los años, pero con frecuencia esas garitas y puertas del antiguo Camino Real estaban caracterizadas por embarcadero para canoas que seguían rutas de comercio anteriores a la urbanización española. Aquellos sitios, primero significativos para el mundo azteca, tuvieron luego edificios de importancia para el catolicismo, y a finales del siglo xix se volvían vértebras para el trajín metropolitano.