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Personajes universales de la cultura
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Personajes universales de la cultura en la pintura mexicana del siglo xix

A lo largo del tiempo han existido personajes que forman parte de la cultura universal: filósofos, literatos, pintores y protagonistas de la mitología que han marcado la historia de la humanidad. En esta pequeña colección mostramos cómo dichas personalidades fueron motivo de inspiración para los pintores mexicanos del siglo xix, quienes dieron forma y visibilidad a momentos específicos de su existencia.

El filósofo griego Homero, a quien se le atribuye la autoría de los poemas épicos La Ilíada y La Odisea, fue pintado por Rafael Flores en 1854. Tal como da cuenta la literatura sobre este personaje fue representado invidente; sentado en una piedra y recostado en su regazo está el lazarillo que lo auxilia en su desplazamiento, al parecer están tomando un descanso en su camino ya que se han alejado un poco de la construcción clásica que se encuentra en el segundo plano de la composición. Por otro lado Sócrates, filósofo conocido más por protagonizar los famosos diálogos de Platón, pues él no dejó ningún escrito de su puño y letra, destacó por ser el iniciador de disciplinas tan importantes como la filosofía política y la ética, además de haber contribuido con el modo dialéctico para reflexionar sobre temas trascendentales como la justicia, la verdad, la belleza y la moral, y que pese a sus grandes aportes fue condenado a muerte por considerársele poco confiable y una mala influencia para los más jóvenes. En la pintura de Ramón Sagrado La muerte de Sócrates realizada en 1858 lo vemos sentado en un lecho, sosteniendo una copa con veneno en su mano izquierda; se encuentra rodeado por sus discípulos, quienes toman la dura noticia de diversas maneras: los más jóvenes no ocultan el dolor, mientras que los mayores se perciben abatidos, y un esclavo parece lamentarse por haber sido él quien llevó el brebaje. El autor retoma el tema de la antigüedad y se aleja del universo cristiano tan cotidiano en su obra. Una vez más en manos de Rafael Flores observamos a dos personajes infaltables de la cultura universal, son los escritores Dante y Virgilio, quienes se pueden apreciar casi con dificultad pues se encuentran en las entrañas del infierno en donde prevalecen los tonos rojizos; en la parte superior Virgilio porta una corona de laurel y vestimentas claras, se sienta sobre unas rocas y parece levantar la mano porque empezará a hablar. Más abajo identificamos a Dante Alighieri, de túnica roja, también portando laureles en su cabeza con gesto horrorizado ante el paisaje ardiente en donde logra percibir a Ulises entre los que ahí pagan sus pecados. El pintor tomó como fuente para la ejecución de su obra La Divina Comedia.

Los artistas del dibujo también están representados a través de un óleo de José María Obregón, en el que inmortaliza al pequeño pastor Giotto dibujando una de sus ovejas ante la mirada del gran pintor Cimabue, quien se descubre sorprendido ante el talento natural del niño; a lo lejos se percibe una pequeña población encallada en un paisaje montañoso. Esta escena fue tomada del primer libro de biografías artísticas Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos que Giorgio Vasari publicara en 1550. Por último, hemos incluido dos piezas que se ocupan de personajes históricos emanados de la literatura: en El juramento de Bruto, Lucrecia, dama romana, se ha herido a sí misma en el pecho tras ser violada por Sexto Tarquino, y la sostiene su esposo Colatino que está arrodillado a su espalda y su padre Lucrecio de pie. A su lado derecho Junio Bruto sostiene el puñal todavía ensangrentado y jura vengarla. El cuadro fue ejecutado por Felipe Santiago Gutiérrez en 1857 y hace referencia a una antigua historia romana relatada por Ovidio y por Tito Livio. Cerramos con la personificación pictórica de dos personajes mitológicos de la literatura griega: Baco y Ariadna es una obra de Rodrigo Gutiérrez de 1873; en ella se plasma al dios Dionisio Baco quien, junto con su cortejo de sátiros y ménades, encuentra a Ariadna, quien acaba de ser abandonada por su amante en la isla de Naxos, y prendado de su belleza decide tomarla por esposa y llevársela al Olimpo con él. En la pieza se puede observar la geografía rocosa del lugar recreada en tonos ocres en un ambiente casi nebuloso, por ello destacan por un lado la blancura de la piel de las mujeres y los personajes que irrumpen en la atmósfera terrenal ataviados de guirnaldas y vides en homenaje al dios que acompañan.