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Evocaciones pictóricas del campo tras la lucha revolucionaria
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Evocaciones pictóricas del campo tras la lucha revolucionaria

Las imágenes que componen esta pequeña colección de obras que giran en torno a la noción de la tierra mexicana dan cuenta de su representación a lo largo de los años, desde prácticamente el inicio de la Revolución y en las décadas siguientes. ¿Cómo recrearon los artistas plásticos al campo mexicano y a su líder más notable (Emiliano Zapata)? ¿Logró plasmarse visualmente el legado de su lucha? La pieza más antigua que compartimos se realizó en pleno conflicto armado de la mano del gran pintor y revolucionario David Alfaro Siqueiros.

Sorprende su dibujo al pastel Campesinos, que data de 1913, años antes de que él mismo se sumara a la lucha contra el usurpador Huerta; en ella se aprecia un paisaje apacible, en tonos brillantes de un verde y amarillo intensos; en primer plano una pareja observa la larga extensión de tierra que deben trabajar. Sin duda, es una pieza de ambiente edulcorado y con una apariencia muy lejana al estilo combativo de la obra que realizó después del triunfo de la Revolución. Otro gran pintor que retomó el tema fue José Clemente Orozco: en la pintura Las soldaderas (1926) recrea el importante papel de las mujeres en la lucha armada, quienes debieron alejarse de sus hogares para apoyar en diversas labores en “la bola”. Ambos artistas continuaron mostrando los problemas del campo en su etapa más conocida como muralistas.

De entre los caudillos de la Revolución el que más preocupaciones tenía por el campesinado era sin duda Zapata, representado aquí en dos pinturas: la primera en los trazos de Luis Arenal, donde en su aproximación reconocemos una evocación realista de La muerte de Zapata al ser su figura casi copiada de una de las varias fotografías en que se dio a conocer su fallecimiento en abril de 1919; no obstante, lo más interesante de este cuadro es el fondo recreado por el artista, en el que una larga fila de campesinos se encaminan a ver a su héroe muerto, pero en el marco de un campo seco, incluso arenoso, que parece más un desierto. La pintura más tardía de esta muestra es Emiliano Zapata realizada en 1958, en ella Fernando Leal lo pinta erguido, montado en su caballo con la mirada desviada al horizonte; a sus pies están dos zapatistas y al fondo un pequeño pueblo apacible, con una chimenea humeante, cobijado por los cerros; el dibujo del cielo y las nubes se aleja de una propuesta realista, lejana también ya de los hechos históricos que la inspiraron, se manifiesta como una evocación contemporánea del caudillo a casi 40 años de su asesinato.

Ahora bien, la tierra como protagonista misma se devela en los trabajos de Jesús Guerrero Galván y Ezequiel Negrete Lira, quienes reconocen, en La madre tierra y Al amanecer labores, su gran importancia; en la primera se le da a la tierra el valor de madre, representada por un cuerpo desnudo y femenino que se rodea del pueblo, específicamente indígena, para poder brindar sus frutos a manos llenas, en un evidente reconocimiento social de quien la trabaja: se trata de una remembranza casi onírica a diferencia de la segunda pieza, de aliento naturalista, en la que observamos a los jornaleros dispuestos a trabajar ya en una franca interpretación idealizada del problema campesino, que se inclina por negar las heridas sociales que no sanaron tras el enfrentamiento armado e inclinándose más por la reconciliación y por la sencillez de la vida rural.