Esto se debía, sobre todo, a que las corrientes marinas y los vientos hacían imposible retornar siguiendo la misma ruta de la ida en línea recta. La exaltación por hallar un camino viable llegó a su auge en 1550, cuando sólo quedaba una persona por intentar realizar la hazaña: el guipuzcoano Andrés de Urdaneta, una de las máximas autoridades en navegación oceánica de aquel momento. Él no sólo sabía de mares, sino que convivió con los nativos del Asia Oriental durante 10 años, por lo cual conocía su lengua, sus secretos de navegación y la meteorología de la zona. Ante el fracaso de sus compañeros navegantes decidió buscar una ruta alternativa para intentar atravesar el Pacífico y regresar a la Nueva España. Sin embargo, pasaría tiempo para que se hiciera a la mar por problemas personales, los que lo llevaron incluso a ingresar en la orden de los agustinos. 

En este lapso se hizo amigo del virrey Luis de Velasco y en 1559 retomó la idea de hacer el viaje. Se tardaron alrededor de cinco años en planear la nueva expedición, misma que partió el 21 de noviembre de 1564, la cual llegó a Filipinas el 13 de febrero del año siguiente. Para lograr descubrir el tornaviaje, Urdaneta se embarcó junto con víveres para ocho o nueve meses y zarpó nuevamente el 1° de junio de 1565. Cuatro meses más tarde, el 8 de octubre de 1565 llegó triunfante a Acapulco. Gracias a este hallazgo se abrió una ruta comercial entre Filipinas y la Nueva España, misma que fue utilizada por el galeón de Manila para transportar productos procedentes de India, China y todo el sureste asiático y que se utilizó hasta el año de 1815.