Grandes escultores
Grandes escultores del siglo XIX en México
Los grandes escultores que produjeron obra en el siglo XIX parecen haber caído en el olvido. A menudo sus nombres pasan inadvertidos pese a que muchas de sus piezas nos rodean en el entorno urbano.
Todos ellos, vinculados de alguna manera a la antigua Academia de San Carlos, ya sea como profesores o como alumnos egresados de sus aulas, destacaron bajo una marcada estética del neoclasicismo, caracterizado por la influencia del arte generado en la antigua Grecia en el que los cuerpos son sinónimo de perfección y belleza, tanto así que dejaron honda huella en la historia de dicha disciplina tal como consta en los trabajos que conforman esta muestra: un ejemplo de ello son El Río Bravo de Gabriel Guerra y Un pescador de Agustín Franco. No obstante, en las obras de aliento clásico, como Malgré tout de Jesús Fructuoso Contreras, se percibe cierto idealismo romántico por la expresión en el rostro, donde el sentimiento del personaje está a flor de piel. Otra manifestación decimonónica de este género fueron los bustos que inmortalizaron la faz de algún individuo destacado, ya sea histórico como Francisco I. Madero en la pieza de Epitacio Calvo, o bien bíblico como el San Pablo de Juan Bellido, del que podemos observar detalladamente su larga cabellera y cada rasgo facial, justo en el marco del arte sacro, es decir, del religioso. El mismo personaje fue esculpido por manos de Agustín Barragán, pero de cuerpo entero, en una pose que devela al santo que parece estar predicando al tener la mano derecha en alto. Finalmente, sobresale la estética clásica en la representación de personajes mexicanos, como el extraordinario caso de Doña Marina, realizada por uno de los más renombrados directores de escultura de San Carlos, el catalán Manuel Vilar, quien trabajó esta versión plástica de la intérprete de Cortés, mejor conocida como la Malinche.