En México, durante el periodo virreinal, el cuidado de los entonces llamados dementes, que deambulaban por las calles o se encontraban en las cárceles, quedó a cargo del hospital de San Hipólito, fundado por Bernardino Álvarez en 1566. Por desgracia, este hecho no trascendió; este tipo de personas continuaron sin asistencia durante los siglos posteriores. Fue hasta 1910 que se registró un evento importante, cuando Porfirio Díaz inauguró el Manicomio General, ubicado en los terrenos de la hacienda La Castañeda. Los especialistas consideran dicho lugar como la cuna de la psiquiatría pública, sin embargo, reconocen que era ineficiente. 

En la década de los veinte y treinta, algunas instituciones privadas se unieron al Estado en la tarea de cuidar a los enfermos mentales y contribuyeron a impulsar el desarrollo de la psiquiatría como una especialidad médica en nuestro país. Pero fue en los años cincuenta cuando se tuvo un avance importante en la psicofarmacología. Los resultados obtenidos con los nuevos fármacos repercutieron en la actitud hacia los enfermos, pues se les dejó de ver como casos perdidos y se les consideró personas que podían ser reintegradas a la sociedad. Aunque hubo avances sobre todo en el área de la enseñanza durante los sesenta, fue hasta finales de los setenta que el Centro de Estudios de Salud Mental y el Instituto Mexicano de Psiquiatría asumieron un papel destacado en la investigación científica acerca de estos temas. Hoy en día se ha hecho énfasis en que el bienestar mental es inseparable de la salud integral, por lo que se ofrece la atención a esta área en los programas y centros médicos, hospitales generales y en las redes de servicio de salud general en todos los niveles.