Indígena y criminal
El tratamiento racializador de la jurisprudencia española tuvo componentes relacionados con el descubrimiento del Nuevo Mundo, es decir, con la construcción del “buen salvaje”, con el proceso de conquista, “el enemigo incivilizado” y su dominio, “el indio evangelizado”, todas categorías extraídas de un imaginario de la Edad Media y el Renacimiento. Desde las pandectas hispánicas y las formas jurídico-administrativas para juzgar e inquirir a los indios infieles y remisos, se antepuso una figura de factura recurrente: el indio criminal.
Desde los espacios inquisitoriales que juzgaron el cuerpo y el pensamiento indígenas, desde las leyes de Indias, su estereotipo como infiel, dibujaron un imaginario sobre su universo que lo inscribió muy rápidamente en esferas del delito: transgresiones extramaritales, robos, homicidios, asaltos, trifulcas, altercados, homosexualidad, portación de toda clase de armas, secuestros, abigeo, desquites, embriaguez, sometimiento, abuso de autoridad cuando la tuvo según la causa criminal, hechicería, malos hábitos, vagancia, desnudez, etcétera. Situaciones y condiciones ampliadas en la jurisprudencia civil y transferida a los alegatos militares que concluyeron que el indio salvaje o bárbaro era completamente capaz según su medio a adaptarse a todo tipo de ambientes y hacerse por su propia mano de cualquier elemento de subsistencia sacando ventaja, como lo establece un “manual para hacerle frente a los Bárbaros del Norte” refiriéndose a la etnia tepehuana.
En causas inquisitoriales pueden leerse también pleitos ordinarios por razones tan ínfimas como un desdén, una discusión salida de tono, “excesos” de alcohol y “deseos” que finalmente acabaron mal. El infortunio del indio no terminó en las actas inquisitoriales de los juzgados modernos, tiene su expresión en las meticulosas descripciones de las armas que comportan el habeas corpus del delito, también cuando algunos lograron formar parte de los cuerpos militares y en “su falta de contención” derivó en el uso indebido de las armas; la pena de encierro era la menos severa. El uso de la fotografía fue el invento más brutal en contra del mundo indígena, el potente grado de objetivación del retrato sobre su rostro lo orilló a una mirada de inspección y control, mirada que en la actualidad pesa para su denegación o su idealización.