La Ciudad de México comenzó un crecimiento exponencial a principios y mediados del siglo xx, cuando se proyectaron colonias como la Roma, Escandón, Del Valle y Narvarte, entre otras. Geográfica y geológicamente, estos espacios habían estado cubiertos por las aguas de los mantos acuíferos, de ahí que sean terrenos llanos. Sin embargo, algunos afluentes del sistema del Lerma que aún hoy recorren la ciudad, aunque entubados en su mayoría, moldearon los terrenos y las avenidas donde se proyectaron, en las décadas de 1940-1950, nuevas o expansión de avenidas, como Insurgentes, Viaducto Río de la Piedad, Río Consulado, Barranca del Muerto y Río Churubusco (Circuito Interior). 

Con la expansión urbana, las obras de comunicación y servicios: agua, transporte, red eléctrica, y más, provocaron un cambio irreversible en la ecología y topografía de la ciudad capital, quedando tan sólo algunos reductos de sus antiguos bosques, pedregales, llanos e incluso ríos ―en la actualidad, parte del Río Magdalena aún no está entubado―. Gracias a la fotografía y a los planos, quienes habitan esta metrópoli pueden recordar o conocer, dependiendo de la edad, cómo era el espacio en el que viven; entender de dónde proviene la nomenclatura de las calles, y por qué algunas avenidas no siguen un trazo recto; o bien, por qué en temporada de lluvias hay severos encharcamientos y deslices de tierra en las partes altas, entre otros problemas que afectan la vida cotidiana de los citadinos.