Falsificación de monedas durante el virreinato
La falsificación de dinero es una práctica llevada a cabo desde hace muchísimos años. Durante la época novohispana constituyó un delito grave reservado a los tribunales del rey, como también sucedía en el caso de traición, homicidio o incendio. Por eso, según la legislación del momento, ameritaba la pena de muerte en la hoguera, confiscación de bienes e infamia hasta la segunda generación. Desde el punto de vista económico, la circulación de monedas falsas provocaba pérdidas irreparables para los particulares, entorpecía el comercio y causaba la desconfianza de los involucrados.
Según el historiador Felipe Castro Gutiérrez, las autoridades novohispanas enfrentaron este problema de dos formas. Por un lado, procuraron que en las cecas se acuñaran monedas de mejor calidad, con metales cada vez más puros y que hiciera difícil la elaboración de imitaciones; pero también trataron de que los grabados impresos en ellas fueran más complejos para dificultar la labor de los delincuentes. Los funcionarios de las casas de moneda confiaban en que los castigos impuestos a los culpables de este delito serían una lección para toda la población y la mantendría controlada. Sin embargo, a pesar de la quema pública de los individuos relacionados con este fraude, su práctica se mantuvo de forma constante, lo que nos muestra que, definitivamente, era un negocio redituable. Con la llamada “mundialización” de la economía, las dificultades aumentaron, pues de ser una operación doméstica a pequeña escala, la falsificación se convirtió en una industria que involucró a fabricantes, distribuidores y encubridores en todos los grupos sociales. Además de España, sitios como Inglaterra, Francia, Flandes y Alemania se vieron involucrados en esta actividad. La colección que reunimos en esta ocasión, muestra documentos del Archivo General de la Nación en donde se registran casos de falsificadores y procesos de incautación en distintos sitios de la Nueva España.