El mercado como espacio vital
Uno de los fundamentos culturales más importantes que definen la producción, la circulación y el intercambio de los productos agrícolas, ganaderos, pesqueros y de enseres cotidianos son los mercados. De una larga tradición popular en México, estos lugares son espacios herederos variopintos del comercio mesoamericano y colonial. Están aquellos llamados “sobre ruedas” o “tianguis”, porque se instalan al costado de las calles. Están los que poco a poco han ido mejorando sus instalaciones y los que históricamente subsisten.
En la Ciudad de México se calculan al menos unos 329 mercados entre tradicionales, especializados y turísticos, con casi 70 mil proveedores, 100 mil locatarios y 1500 tianguis. En estas plazas los campesinos, los ganaderos, los fabricantes de ollas, canasteros, mecateros, artesanos, floristas, hierberos, curtidores, matadores de animales, tortilleras, vendedores de dulces, aguas frescas, peluqueros, estudios fotográficos, los talleres, cerrajerías, costureras, juguerías, panaderías, verdulerías, relojerías, papelerías, mercerías y jugueterías confluyen en un universo amplio de servicios primarios. En los mercados los personajes que dan vida a sus comercios se manifiestan con lenguajes propios del gasto, el ahorro, las ofertas, los remates, las oportunidades, de la alza y la baja de precios, de la competencia y la calidad de los productos, pero también de un saber popular que rige las prácticas de la gentileza, el diálogo, el esfuerzo, el regateo, pero nunca del fiar. En estos ámbitos consagrados a la noticia de las novedades, de las temporadas de los productos, de lo tierno y lo maduro, los cantos, los albures, el doble sentido y el flujo permanente hacen de estos sitios lugares de tránsito y revisitamiento que no agotan sus fuerzas y festejan a sus santos patronos que los cobijan de las penurias y bendicen sus ventas. Los mercados, unos tan viejos y otros modernos, establecen rasgos y características culturales que los definen como espacios de subsistencia económica pese a verse amenazados por las lógicas de la oferta y la demanda de los grandes supermercados, que a veces ponen en dificultades a toda la cadena de labores que hace posible que la alimentación llegue hasta la mesa de los hogares.