Automóviles, ciudad y cine
Conforme la capital de México fue creciendo, cambiaron las necesidades de transporte. Si bien a principios del siglo xx la ciudad se reducía al Centro Histórico, al paso del tiempo la población crecía, ésta fue ampliando sus límites y fue necesario buscar otros medios que facilitaran su movilidad a través de ella. Así, los antiguos vehículos impulsados por tracción animal dieron paso a los motorizados, que poco a poco invadieron las calles cambiando por completo su fisonomía y dejando atrás el aspecto rural que todavía prevalecía en algunas zonas.
Al convertirse en elementos característicos de la ciudad, también resultaron importantes componentes de las películas mexicanas que se desarrollaban en ella como escenario. Desde los primeros pasos que se dieron en el oficio cinematográfico nacional, éstos se encuentran presentes, como el caso de la afamada cinta El automóvil gris (Enrique Rosas, 1919), que muestra las andanzas de una banda de ladrones disfrazados de militares durante 1915 y que incluye escenas verídicas, como el fusilamiento de los malhechores. En la película La noche avanza (Roberto Gavaldón, 1952), protagonizada por Pedro Armendáriz y en la cual encarna a un atleta de jai-alai, una de las escenas más importantes está relacionada con un secuestro que ocurre en un Cadillac, que combina de manera perfecta con la elegancia de los personajes de este clásico del cine negro mexicano.
No podemos dejar de mencionar los automóviles utilizados en sus filmes por el Enmascarado de Plata, ejemplo de los cuales encontramos en la cinta El Santo vs las momias de Guanajuato (Federico Curiel, 1970), en donde nuestro querido personaje de la lucha libre huye en un Mercedes Benz. Pero, es sin duda la clásica Mecánica nacional (Luis Alcoriza, 1972) la que nos acerca más a la importancia que estos vehículos adquirieron para la sociedad mexicana en un drama donde abundan los autos, desde los que participan en la carrera hasta los que son utilizados como transporte y vivienda temporal para los aficionados que iban a verla. Un caso más reciente es el de Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000), en donde un Ford Grand Marquis es el protagonista de un espectacular choque que cambia el destino de los personajes. Los coches han sido y seguirán formando parte importante del discurso cinematográfico.