Antes del siglo xix, tanto en Europa como en América, la muerte infantil era tan frecuente que, según datos proporcionados por la investigadora Guadalupe Vázquez, uno de cada cuatro bebés no llegaba a cumplir un año pues “morían al nacer, o contraían enfermedades mortales durante sus primeros meses de vida”. Estas complicaciones se combinaban con las epidemias periódicas, lo que ocasionaba que casi todas las familias, sin importar su origen, estatus económico o si eran del campo o de la ciudad, experimentaran la pérdida de uno o más de sus hijos a temprana edad. Las causas más frecuentes eran por gastroenteritis e infecciones pulmonares, aunque también las caídas y golpes causaban su muerte prematura. Aunque recibían atención, los escasos conocimientos médicos y la falta de higiene provocaban que muchas heridas y fracturas no pudieran ser tratadas. Por todas estas razones, la pintura post mortem de niños se convirtió en una práctica de duelo que ayudaba a transitar por esa difícil experiencia a quienes habían sufrido la pérdida de algún infante. Tiempo después, la fotografía sustituiría a la pintura en la elaboración de estos retratos, sin embargo, se conservarían los tres diversos estilos que se ha identificado en ellos: los que se hacen a los difuntos acostados con los ojos abiertos; los que los muestran como si estuvieran dormidos; y aquellos que los exponen en algún tipo de actividad. En esta colección presentamos algunos ejemplos de estas singulares obras de arte.