Apresado tras una treta que le montó el marinero genovés Francisco Picaluga, a bordo del Colombo, Vicente Guerrero fue llevado a Huatulco donde fue puesto a disposición de una cuadrilla de soldados del Ejército mexicano, quienes lo conducirían por caminos sinuosos hasta la ciudad de Oaxaca y posteriormente le depararían una celda en Cuilápam. En esta colección se puede conocer el expediente de su juicio y el parte militar de su ejecución, siendo fusilado una vez que un cura lo confesó y le dio la bendición. En su defensa, el militar M. González, quien lo aprendió y fungió como su defensor, lo declaró incapaz de testificar, siendo extremadamente ventajosa para sus adversarios la deficiente defensa que antepuso en la acusación que se le imputó de: "grave gravísima de lesa nación". Sus diversos retratos dan cuenta de la importancia del caudillo del sur, del indomable guerrillero. Su escapulario forma parte de las reliquias militares que fueron recogidas tras su fallecimiento. Un mechón, su espada, su casaca envuelven la leyenda de Guerrero, quedando inmortalizado en los murales de Diego Rivera y Desiderio Hernández, en la escultural figura labrada por Miguel Noreña, y en grabados, bustos, medallas, monedas, sellos filatélicos, en los libros de texto, en una famosa estación del Metro de la Ciudad de México que lleva su nombre, como también se llama una de las colonias más emblemáticas que circundan el centro de la capital.