El régimen posrevolucionario retoma el proceso de industrialización que había sido interrumpido por el movimiento armado (1910-1920). La nacionalización del petróleo de 1938, el fomento al ejido, y proyectos agroindustriales como en La Laguna (Coahuila), la desaparición del peonaje, así como la expansión urbana favoreció la migración del campo a la ciudad, fenómeno nuevo para una población tradicionalmente arraigada a la tierra. A principios de los años cuarenta, la Ciudad de México, Monterrey, Guadalajara y Puebla, recibieron a muchas personas que llegaban del campo, sin embargo, los hijos de éstos tuvieron la oportunidad de ingresar a la escuela y muchos de ellos fueron después profesionistas o ejercieron oficios especializados: fotógrafos, periodistas, obreros calificados, electricistas, agentes de viaje y comerciales, dependientes en tiendas departamentales, entre otros. Esto significó una verdadera revolución social para un país que había permanecido siglos con un sistema estamental. En pleno siglo xxi el proceso de urbanización continúa, lo que provoca presión en los servicios básicos: salud, educación y trabajo. Asimismo, en materia de derechos humanos existen asuntos pendientes: equidad de género, abolición del machismo y el clasismo social, desarrollo de los pueblos indígenas, entre otros, que contribuirán al desarrollo de México.