Teobert Maler: legado de documentos escritos y visuales del mundo maya
Parte fundamental del acervo del Instituto Ibero-Americano de Berlín conserva el legado de Teobert Maler (1842-1917). Este soldado del emperador Maximiliano (primero como cadete y después como capitán) quedó prendado del pasado indígena mexicano; por ello, tras la caída del Segundo Imperio, decidió permanecer en territorio nacional debido a su fascinación por la historia antigua de nuestro país, específicamente por la cultura maya.
En 1878 volvió temporalmente a Europa para recibir la herencia de su padre, misma que invirtió en estudios y en equipo fotográfico con el objetivo de volver a embarcarse hacia tierra americana en 1884. Se instaló en el poblado yucateco de Ticul y ahí montó un laboratorio en el que revelaba las fascinantes imágenes de vestigios y ruinas de una época remota. Llama la atención que en algunas ocasiones gustaba de incluir en esas fotografías de arquitectura a personajes con quienes convivió, e incluso logró aprender su idioma. Documentó tanto en imágenes como con la palabra escrita los vestigios de los estados de Yucatán, Campeche, Chiapas y Tabasco; en este último descubrió la zona arqueológica de Moral Reforma, en el municipio de Balancán, así como tantos otros lugares, tal como consta en los documentos e imágenes que conforman esta pequeña colección.
Su objetivo era llegar hasta donde nadie había llegado antes y, en consecuencia, dar a conocer espacios desconocidos. Para ello recorrió zonas de difícil acceso navegando por los ríos Usumacinta y La Pasión y abriéndose paso entre la maleza. En este sentido, devino un pionero en la documentación y, particularmente, en la conservación del patrimonio arqueológico mexicano, tanto así que incluso denunciaba a aquellos visitantes, extranjeros como él, que en sus recorridos hacían saqueos de piezas precolombinas para venderlas después al mejor postor. Interesa destacar que, aunque claramente sus imágenes se crean desde una perspectiva antropológica, éstas no están exentas de una lectura de naturaleza estética; concretamente, podemos observar su habilidad para recrear la belleza indígena y mestiza en sus retratos. Tal fue su pasión por el mundo maya que decidió pasar el resto de su vida en Mérida, en donde falleció, empobrecido, en 1917. Gran parte de sus aportaciones se dieron a conocer de manera póstuma y forman parte de la memoria de nuestra nación.