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Expresiones artísticas
Portadilla de <p>Aniversario luctuoso de Rufino Tamayo, el cuarto disidente para el mito de los Tres Grandes del muralismo mexicano</p>

Aniversario luctuoso de Rufino Tamayo, el cuarto disidente para el mito de los Tres Grandes del muralismo mexicano

24 de junio

Fallecido en 1991, Rufino Tamayo legó una obra que suele pensarse como una síntesis virtuosa de dos momentos en la plástica mexicana; la grandilocuencia muralista que rinde culto al pasado prehispánico y al presente indígena, por un lado, y el impulso contemporáneo que el oaxaqueño traía consigo hacia la abstracción y un discurso cosmopolita en el arte, por el otro. Es de ahí que estilísticamente se ha calificado a la pintura de Tamayo como “realismo poético”, en contraposición al contenido abiertamente político de Rivera o Siqueiros.

Rufino Tamayo, profesor de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes de 1929 y jefe del Departamento de Artes Plásticas para la Secretaría de Educación Pública en 1932, tiene sus primeros murales reconocidos en El canto y la música (1933), para la Escuela Nacional de Música; Revolución (1938) en el Museo Nacional de Antropología; La naturaleza y el artista (1943). Su más celebrada pintura es Nacimiento de nuestra nacionalidad (1952), en el Palacio de Bellas Artes. Homenaje a la raza india, también de 1952, es un trabajo experimental respecto del tamaño y materiales. Explorando las posibilidades técnicas de la vinelita sobre bastidores de masonite, es una obra de dimensiones más propias del formato muralístico y resuelta en cuatro paneles o secciones en las que vemos descrita una escena en movimiento cuyo motivo está perfectamente alineado con el argumento curatorial de Fernando Gamboa en 1950 para la exposición de Arte Mexicano, cuyo recorrido observaba un arte nacional desde tiempos prehispánicos y hasta la contemporaneidad de aquellos días. Presentada en París, Estocolmo y Londres, esta muestra anuncia un abandono de la referencia patriótica y regional en Tamayo, apuntando hacia predicados internacionalistas y una agenda cosmopolita que después lo llevarán a decorar la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York en 1968.  La escena descrita es dinámica y volátil, incisa gracias al color y a la superficie que ocupa y acusando ese formalismo casi abstracto que caracteriza a la obra del artista oaxaqueño.