Músicos anónimos y cotidianidad
La música es un fenómeno que se presenta en todas las culturas del mundo; es un lenguaje común a la humanidad. Independientemente de las instituciones o paradigmas de música que cada sociedad desarrolle existe el músico como personaje de la cotidianidad, como un trabajador más. A veces un loco, a veces un respetado integrante del ciclo ritual de la comunidad, en otras ocasiones un representante de la élite: el músico está ahí siempre.
La “cultura musical” de un contexto es la forma en la que se piensa la realidad desde una construcción social que añade melodía, ritmo o acompañamiento sonoro a una diversidad de sus actividades, diarias o extraordinarias. Si observamos a los músicos callejeros o su presencia en la cotidianidad, nos acercaremos a los usos sociales del arte, el sonido y el oficio que produce aquella polifonía, lo mismo desde su dimensión colectiva hasta el ámbito subjetivo y privado. No existe apreciación de la música en sí, pues responde siempre a un código aprendido, ya sea emotivo, valorativo, referencial o ideológico. Además, la música no sólo involucra sonido, sino también acción. Esto es algo evidente si observamos las prácticas sonoras de la vida diaria.
Esta colección observa a los músicos callejeros, quienes son sólo uno de los distintos factores que producen la polifonía de un determinado lugar. Ahí hay expresiones emocionales, goce estético, representación simbólica y conformación de normas sociales, es decir, una validación de instituciones.
Esta validación es la que nos hace percibir la música tradicional y la música contemporánea en términos diferentes. El supuesto básico asocia lo tradicional a significados ancestrales o genuinos propios a la comunidad desde la que hablamos, mientras que lo contemporáneo trae consigo connotaciones de modernidad, otredad y mundo globalizado. Esta diferenciación es particularmente aguda cuando observamos imágenes de músicos callejeros y resulta de estar predicada en las nociones de hacia qué y para quién está dirigida. La música contemporánea parecería mercantilizada y su consumo individualizado; en contraposición, la música que nos parece tradicional denota una función mucho más institucionalizada y orientada hacia entidades divinas, espirituales o pertenecientes a algún orden sagrado.