Colección Construcción del Museo Nacional de Antropología
La institución cultural como proyección del pensamiento de estadistas
La lógica institucional que anima el final de sexenio con el que Adolfo López Mateos supone trascender lo administrativo y dejar un índice histórico es una idea de “legado” propia del siglo xx. Se ilustra de manera muy clara con la frase inscrita en la escalinata del Museo de Arte Moderno y pronunciada por el presidente el 20 de septiembre de 1964. Original de Jaime Torres Bodet, reza: “El destino último de las grandes obras de la plástica sólo se cumple cuando pueden ser disfrutadas por el pueblo para el que fueron creadas”.
El secretario de Educación Pública Jaime Torres Bodet pronunció, durante el Congreso de Americanistas de 1962 celebrado en el Castillo de Chapultepec, que habiendo consultado con el presidente de la República, se asumía la responsabilidad de que México, al fin, construyera un Museo Nacional de Antropología. Lo mismo se hizo con el Museo de Arte Moderno, el Nacional de Historia y el de Historia Natural. Aquel empuje revela la profunda convicción que tenía ese contexto respecto a lo que las exposiciones de arte y cultura nacional debían ser: un esfuerzo paralelo a la educación pública y universal.
Si hay un sitio caro para la memoria de los mexicanos es esa superficie de 70 mil metros cuadrados, el edificio proyectado por Pedro Ramírez Vázquez: el Museo Nacional de Antropología. A decir de teóricos recientes, el museo es un espacio cultural que constituye un templo al que los ciudadanos acuden y se vuelven partícipes de un “ritual civilizatorio”. A este edificio concurren los connacionales de un Estado para interactuar con una metanarrativa que los explica como nación. Este museo resguarda el paisaje etnoantropológico desde el que los mexicanos hemos explicado el territorio donde nos reconocemos como unidad y a partir del cual enunciamos la diversidad de nuestro ser.
Si a una persona cualquiera se le preguntara desde cuándo acude a un museo, probablemente la respuesta remita a una práctica familiar de fin de semana y que ahora conserva casi como reflejo. Esta persistencia de la visita al museo y la consideración del edificio que lo aloja, su contenido y el significado de todo ello, ése es justamente el acto de hacer memoria. Y tal reviste un sentido ritual. Su significado es puramente simbólico; son las razones culturales que nos llevan a reconocernos en un plural inclusivo.